Resumen De Las Venas
Enviado por m1e2r3 • 17 de Octubre de 2012 • 23.900 Palabras (96 Páginas) • 337 Visitas
INTRODUCCI�N:
CIENTO VEINTE MILLONES DE NI�OS EN EL CENTRO DE LA TORMENTA La divisi�n internacional del trabajo consiste en que unos pa�ses se especializan en ganar y otros en perder. Nuestra comarca del mundo, que hoy llamamos Am�rica Latina, fue precoz: se especializ� en perder desde los remotos tiempos en que los europeos del Renacimiento se abalanzaron a trav�s del mar y le hundieron los dientes en la garganta. Pasaron los siglos y Am�rica Latina perfeccion� sus funciones. Este ya no es el reino de las maravillas donde la realidad derrotaba a la f�bula y la imaginaci�n era humillada por los trofeos de la conquista, los yacimientos de oro y las monta�as de plata. Pero la regi�n sigue trabajando de sirvienta. Contin�a existiendo al servicio de las necesidades ajenas, como fuente y reserva del petr�leo y el hierro, el cobre y la carne, las frutas y el caf�, las materias primas y los alimentos con destino a los pa�ses ricos que ganan. consumi�ndolos, mucho m�s de lo que Am�rica Latina gana produci�ndolos. Son mucho m�s altos los impuestos que cobran los compradores que los precios que reciben los vendedores; y al fin y al cabo, como declar� en julio de 1968 Covey T. Oliver, coordinador de la Alianza para el Progreso, �hablar de precios justos en la actualidad es un concepto medieval. Estamos en plena �poca de la libre comercializaci�n ... � Cuanta m�s libertad se otorga a los negocios, m�s c�rceles se hace necesario construir para quienes padecen los negocios. Nuestros sistemas de inquisidores y verdugos no s�lo funcionan para el mercado externo dominante; proporcionan tambi�n caudalosos manantiales de ganancias que fluyen de los empr�stitos y las inversiones extranjeras en los mercados internos dominados. �Se ha o�do hablar de concesiones hechas por Am�rica Latina al capital extranjero, pero no de concesiones hechas por los Estados Unidos al capital de otros pa�ses...� Es que nosotros no damos concesiones�, advert�a, all� por 1913, el presidente norteamericano Woodrow Wilson. �l estaba seguro: �Un pa�s -dec�a- es pose�do y dominado por el capital que en �l se haya invertido�. Y ten�a raz�n. Por el camino hasta perdimos el derecho de llamarnos americanos, aunque los haitianos y los cubanos ya hab�an asomado a la historia, como pueblos nuevos, un siglo antes de que los peregrinos del Mayflower se establecieran en las costas de Plymouth. Ahora Am�rica es, para el mundo, nada m�s que los Estados Unidos: nosotros habitamos, a lo sumo, una sub Am�rica, una Am�rica de segunda clase, de nebulosa identificaci�n.
Es Am�rica Latina, la regi�n de las venas abiertas. Desde el descubrimiento hasta nuestros d�as, todo se ha trasmutado siempre en capital europeo o, m�s tarde, norteamericano, y como tal se ha acumulado y se acumula en los lejanos centros de poder. Todo: la tierra, sus frutos y sus profundidades ricas en minerales, los hombres y su capacidad de trabajo y de consumo, los recursos naturales y los recursos humanos. El modo de producci�n y la estructura de clases de cada lugar han sido sucesivamente determinados, desde fuera, por su incorporaci�n al engranaje universal del capitalismo. A cada cual se le ha asignado una funci�n, siempre en beneficio del desarrollo de la metr�poli extranjera de turno, y se ha hecho infinita la cadena de las dependencias sucesivas, que tiene mucho m�s de dos eslabones, y que por cierto tambi�n comprende, dentro de Am�rica Latina, la opresi�n de los pa�ses peque�os por sus vecinos mayores y, fronteras adentro de cada pa�s, la explotaci�n que las grandes ciudades y los puertos ejercen sobre sus fuentes internas de v�veres y mano de obra. (Hace cuatro siglos, ya hab�an nacido diecis�is de las veinte ciudades latinoamericanas m�s pobladas de la actualidad.)
Para quienes conciben la historia como una competencia, el atraso y la miseria de Am�rica Latina no son otra cosa que el resultado de su fracaso. Perdimos; otros ganaron. Pero ocurre que quienes ganaron, ganaron gracias a que nosotros perdimos: la historia del subdesarrollo de Am�rica Latina integra, como se ha dicho, la historia del desarrollo del capitalismo mundial. Nuestra derrota estuvo siempre impl�cita en la victoria ajena; nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza para alimentar la prosperidad de otros: los imperios y sus caporales nativos. En la alquimia colonial y neocolonial, el oro se transfigura en chatarra, y los alimentos se convierten en veneno. Potos�, Zacatecas y Ouro Preto cayeron en picada desde la cumbre de los esplendores de los metales preciosos al profundo agujero de los socavones vac�os, y la ruina fue el destino de la pampa chilena del salitre y de la selva amaz�nica del caucho; el nordeste azucarero de Brasil, los bosques argentinos del quebracho o ciertos pueblos petroleros del lago de Maracaibo tienen dolorosas razones para creer en la mortalidad de las fortunas que la naturaleza otorga y el imperialismo usurpa. La lluvia que irriga a los centros del poder imperialista aboga los vastos suburbios del sistema. Del mismo modo, y sim�tricamente, el bienestar de nuestras clases dominantes - dominantes hacia dentro, dominadas desde fuera- es la maldici�n de nuestras multitudes condenadas a una vida de bestias de carga.
La brecha se extiende. Hacia mediados del siglo anterior, el nivel de vida de los pa�ses ricos del mundo exced�a en un cincuenta por ciento el nivel de los pa�ses pobres. El desarrollo desarrolla la desigualdad: Richard Nixon anunci�, en abril de 1969, en su discurso ante la OEA, que a fines del siglo veinte el ingreso per capita en Estados Unidos ser� quince veces m�s alto que el ingreso en Am�rica Latina. La fuerza del conjunto del sistema imperialista descansa en la necesaria desigualdad de las partes que lo forman, Y esa desigualdad asume magnitudes cada vez m�s dram�ticas. Los pa�ses opresores se hacen cada vez m�s ricos en t�rminos absolutos, pero mucho m�s en t�rminos relativos, por el dinamismo de la disparidad creciente. El capitalismo central puede darse el lujo de crear y creer sus propios mitos de opulencia, pero los mitos no se comen, y bien lo saben los pa�ses pobres que constituyen el vasto capitalismo perif�rico. El ingreso promedio de un ciudadano norteamericano es siete veces mayor que el de un latinoamericano y aumenta a un ritmo diez veces m�s intenso. Y los promedios enga�an, por los insondables abismos que se abren, al sur del r�o Bravo, entre los muchos pobres v los pocos ricos de la regi�n. En la c�spide, en efecto, seis millones de latinoamericanos acaparan, seg�n las Naciones Unidas, el mismo ingreso que ciento cuarenta millones de personas ubicadas en la base de la pir�mide social. Hay sesenta millones de campesinos cuya fortuna asciende a veinticinco centavos de
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