Y La Banda Siguio Tocando
Enviado por agus.cialone • 3 de Junio de 2013 • 1.788 Palabras (8 Páginas) • 420 Visitas
Y la banda siguió escribiendo
Desde comienzos de los ’80, de una manera más bien subterránea, la li-teratura viene registrando la irrupción del sida y sus diferentes etapas. A partir de la flamante publicación de Vivir con virus (Norma), de Marta Dillon, Radar ofrece una recorrida por los autores argentinos y mun-diales que han escrito sobre el sida con urgencia, dramatismo y vitalidad desde sus comienzos hasta nuestros días: de las crónicas fundantes de Randy Shilts (autor de esa monumental investigación Y la banda siguió tocando) y las reflexiones de Susan Sontag, a la rutina médica y la polémica reivindicación del sexo sin protección del francés Erik Rèmès.
Por Claudio Zeiger
El destino así lo quiso: mientras se incubaba la epidemia del sida en Estados Unidos (algunos, como el periodista Randy Shilts, el principal cronista del sida en los ’80, conjeturaron que el virus comenzó a activarse exactamente en 1976), se iniciaba la dictadura militar en la Argentina. Desde fines de los ’60 Estados Unidos veía crecer imparable la liberación sexual, algo más que alejado del panorama de absoluta represión en nuestro país. Fueron años de incomunicación y aislamiento. Si a los mismos norteamericanos les llevó varios años salir de la negación colectiva de la enfermedad que se iba expandiendo por todo el territorio, aquí nada se hablaba y bien poco se sabía de lo que inexorablemente iba a ocurrir más tarde o más temprano. A pesar de todo y sin que corriera la noticia por Internet, sin foros de discusión ni chats, la globalización le llegó al sida exactamente el 2 de octubre de 1985, la mañana en la que murió Rock Hudson. La estrella amiga de Nancy y Ronald Reagan (el gran responsable de los recortes del presupuesto de salud que tantas víctimas cobraría en pocos años) había reconocido públicamente la enfermedad muy poco tiempo antes de su muerte.
Aquí, muy primitivamente, se empezó a hablar de “la peste rosa” y otras incorrecciones políticas hoy inconcebibles, como la teoría del castigo bíblico. Para bien o para mal, con paranoia y desinformación, con Rock Hudson el sida salió definitivamente del closet y dio la vuelta al mundo. Y pronto comenzarían a producirse los primeros libros que buscaban entender lo inentendible.
Tiempos sombríos
Randy Shilts fue el único periodista norteamericano que cubrió los avatares de la epidemia desde el momento cero y vivió lo suficiente (murió en 1994, él también víctima del sida) para contarlo casi todo –desde la denuncia política a las discusiones internas de la comunidad gay– en la monumental crónica Y la banda siguió tocando (inspiradora de la película de Roger Slotiswoode con Richard Gere), hoy reconocido como uno de los textos centrales sobre el sida y que, de paso, funciona a la perfección como un aceitado thriller médico sanitario. “La gente se moría y nadie le prestaba atención –escribió–, porque a los medios de comunicación de masas no les gustaba cubrir historias de homosexuales y les espantaban particularmente las cuestiones relativas a la sexualidad gay. Los periódicos y la televisión evitaron polemizar sobre la enfermedad durante mucho tiempo, hasta que el toque de muertos fue demasiado estridente para ignorarlo y las víctimas dejaron de ser sólo marginados. Pero de pronto, en el verano de 1985, cuando se diagnosticó la enfermedad a una estrella de cine y los periódicos no pudieron evitar hablar de ella, la epidemia del sida se hizo palpable y la amenaza asomó por todas partes. Lo más significativo fue que se vislumbró por primera vez que aquella extraña palabra iba a formar parte del futuro para siempre.”
A mediados de los ’80 el sida empezó a ser un tema literariamente interesante y dramáticamente ineludible. Hacia 1988, cuando se publicaron las crónicas de Shilts, también salió al ruedo Susan Sontag actualizando su ya legendario La enfermedad y sus metáforas ahora reconvertido en El sida y sus metáforas. Este ensayo es muestra de la absoluta impotencia de esa etapa: el pensamiento crítico chocando contra la muerte y el desconcierto. Limitada al análisis de las metáforas bélicas de la enfermedad (el virus como un ejército que avanza sobre los linfocitos, los anticuerpos como la resistencia, etcétera), a refutar los peores excesos de la derecha neoconservadora y religiosa (el sida como un castigo divino, venganza de la naturaleza, consecuencia de la decadencia moral y los derechos civiles), Sontag, en su desesperanzado ensayo, da con una importantísima clave que el tiempo confirmó plenamente: “Al igual que los efectos de la contaminación industrial y el nuevo sistema de mercados financieros globales, la crisis del sida pone en evidencia un mundo en el que nada importante puede ser regional, local, limitado; en el que todo lo que puede circular, circula, y en donde todo problema es, o está destinado a ser, mundial”.
La fuerza con la que el sida golpeó a la comunidad de intelectuales y artistas queda reflejada con laconismo y tristeza en un testimonio del novelista Edmund White de 1991. White cuenta que hacia 1979 un grupo de escritores amigos se reunía en una especie de taller en el que intercambiaban relatos y comentaban borradores. “Abandoné el grupo en 1983, cuando me mudé a París. Cuando regresé a Estados Unidos en 1990 el mapa literario había sido borrado. George Whitmore, Michael Grumley, Robert Ferro y Chris Cox estaban muertos; Vito Russo estaba agonizando. De nuestro grupo
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