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YO ME HE LLEVADO TU QUESO


Enviado por   •  1 de Enero de 2014  •  19.518 Palabras (79 Páginas)  •  436 Visitas

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YO ME HE LLEVADO

TU QUESO

Si la vida fuera una carrera de obstáculos, este libro no os ayudaría ni a saltar la primera valla.

CARL LEWIS, atleta y medallista olímpico

Primero voy a forrar este libro para que no se estropee y en el futuro, cuando tenga nietos, pienso leérselo como si fuera un cuento y decirles: «Esto es lo que os pasará si no termináis la carrera de Derecho.»

JAMES BYE, del bufete de abogados Bye, Bye, Baby & Co.

Leer este libro no ha afectado mi vida en absoluto.

JOHN ROBBIE, ex jugador de rugby y estrella de la radio y la televisión

Ninguna selva amazónica ha sido dañada durante la elaboración de este libro.

STING

Darrel Bristow-Bovey es un escritor muy... persistente.

CLARE O'DONOGHUE, directora de la revista Style

Darrel Bristow-Bovey escribe con la originalidad y elegancia de autores como... ejem... co- mo...

JEREMY GORDIN, director del periódico Sunday Independent

Siempre supe que Darrel escribiría un libro, pero nunca pensé que sería sobre queso. Cuando era pequeño no le interesaba demasiado. Le gustaba en los macarrones, claro, como a todos los niños, pero si hace veinte años alguien me hubiese dicho: «Roslyn, ¿sobre qué será el pri- mer libro de tu hijo?.», yo no sé qué le habría contestado, pero desde luego queso no. Quizás helado. A Darrel le gustaban mucho los helados.

ROSLYN BRISTOW-BOVEY madre del autor

Todavía le debo una cerveza a Darrel, pero no pienso decir lo que él quiere que diga.

JEREMY MAGGS, presentador de la versión surafricana de ¿Quiere ser millonario?.

Creo que a Darrel Bristow-Bovey le falta un tornillo.

Tim MODISE, locutor de radio

No sé quién es.

OPRAH WINFREY, presentadora de televisión

Se aproxima un frente frío.

Pippo BONTEMPO, hombre del tiempo italiano

Este libro me impresionó tanto que encargué ejemplares para todos mis empleados, y esta Na- vidad voy a regalárselo a todos mis amigos.

MARLENE FRYER, editora del libro

A menudo he considerado cambiar mi vida, pero gracias a Darrel seguiré siendo como soy hasta el día de mi muerte.

BILL, jubilado

Introducción.-

Este no es otro manual de autoayuda. De veras. Yo no os haría semejante cosa. ¿Por qué?.. Pues porque los dichosos manuales acaban con la autoestima del más pintado. Son como las dietas, o la suscripción al gimnasio que nos regalan en nuestro cumpleaños: fingen que pre- tenden ayudarnos pero en el fondo se ríen de nosotros. Nos llenan la cabeza de promesas y esperanzas, pero al final nos dejan deprimidos y con los nervios hechos polvo.

Como las dietas y los gimnasios, los manuales de autoayuda te venden la ilusión de que cabe hacer algo para mejorar como persona, que gracias a ellos es posible encontrar nuestro niño interior, adelgazar o ligar con azafatas o tipos estupendos que estén forrados y conduzcan unos cochazos increíbles. Si sigues sus preceptos, la fortuna te sonreirá y el universo entero se enamorará de ti, dicen. En teoría nos dan alas, pero cuidadito con ponerte a volar.

Los manuales de autoayuda no funcionan, por una razón muy sencilla: porque esperan que el lector haga todo el esfuerzo. Sería más honesto que te vendieran un bolígrafo y un libro con las páginas en blanco. (Una propuesta que, por cierto, le hice a mi editora y que no tuvo el éxito esperado. Y eso que se lo di todo hecho; le llevé un paquete de folios y un boli que me agencié en recepción, pero nada.)

Por mucho que prometan que es fácil, que no cuesta mucho, todos los manuales de autoayuda parten de la base de que el lector se esforzará. Por ejemplo, a simple vista puede parecer que las siete claves espirituales del éxito hayan conseguido condensar varios milenios de filosofía universal en siete bocaditos de fácil digestión. Sin embargo, y por muy ligeros que sean, nadie se libra de tragárselos. Hay que memorizar las siete claves (o anotarlas en la mano) y, lo que es peor, intentar ponerlas en práctica. Los autores de manuales siempre olvidan que si fuéra- mos capaces (o tuviéramos las más mínimas ganas) de hacer todas esas cosas que nos aconse- jan, no necesitaríamos comprarnos sus dichosos libritos.

Si sois como yo -y creo que todos en el fondo lo somos-, no os apetece esforzaros para con- vertiros en mejores personas. Los seres humanos son un poco como Siberia, la playa de Beni- dorm o el Domo del Milenio de Londres: no se puede hacer gran cosa para mejorarlos. Cuan- do uno se da cuenta del problema ya suele ser tarde, y no queda más remedio que tirarlo todo y empezar de cero. Personalmente, yo (que no soy Siberia, ni la playa de Benidorm, ni el Do- mo del Milenio de Londres -aunque mis amigos me dicen que de perfil me parezco un poco a este último-) paso olímpicamente.

Por eso he escrito este libro: para decir que no hay nada malo en pensar así. Adelante, cantad conmigo: «Somos vagos, somos inútiles, no pensamos movernos... ¿qué pasa?.». Aunque no se reconozca, formamos el estrato más importante de la sociedad, la base sobre la cual se asienta cualquier pueblo civilizado. Somos esa mayoría que no acaba de creer en hacer sacri- ficios para conseguir una barriga más lisa o un espíritu más satisfecho. Siempre hemos estado ahí y lo seguiremos estando cuando esos fanáticos de una vida mejor hayan pasado a mejor vida.

Es más, no tenemos de qué avergonzarnos. Somos lo mejor de este mundo de locos: nosotros no nos dedicamos a invadir países vecinos o a crear partidos políticos, ni a inventar monstruo- sidades como Gran Hermano o teléfonos móviles con la musiquita de El bueno, El Feo y El Malo. Sólo queremos que nos dejen en paz: comer bien, vivir bien y hacer el amor con gente guapa. Como mucho, puede que nos saltemos alguna norma de tráfico, pero nunca se nos ocu- rriría infringir las leyes de la naturaleza. Lo nuestro es dejarnos llevar tranquilamente por la evolución natural de la especie.

Si no fuera por nosotros, el mundo sería mucho peor. Somos, por ejemplo, los principales res- ponsables de cualquier tema de conversación interesante. El aforismo ingenioso, el pequeño cotilleo y el comentario mordaz fueron todos inventados por gente como nosotros: personas interesadas en obtener el máximo efecto con el mínimo esfuerzo. De no ser por nosotros, to- dos estaríamos haciendo ejercicio, buscando la luz, afrontando el cambio y otras memeces por el estilo. Si no fuera por nosotros, el mundo se desintegraría de puro aburrimiento.

Evidentemente no hay que confiarse demasiado. Como el estegosaurio o la fondue con sus te- nedorcitos a juego -que ya nadie quiere, no nos

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