Caminos Cruzados

Caminos Cruzados.

Transcurría ya el medio día en Popayán, el aturdidor sonido de las campanas lo anunciaban. La torre del reloj a pesar de sus largos años aun funciona, lo que resulta increíble, es un edificio blanco percudido, con roca pulida a la vista en su base y mas de una grieta en su estructura, en su copa tiene tejas de barro que funcionan mas como nido de palomas que como techo, apenas en lo alto se evidencia el reloj oxidado.

Al compas de las campanas, los patojos van abandonando las oficinas y universidades, la fatiga y zozobra los acompañan. El calor es fuerte, sin embargo, el sol se esconde entre las nubes que comparten lo percudido del blanco del centro.

Para los trabajadores informales es la hora de oro, los clientes son efímeros, pero en cantidad; Don Rodrigo Téllez lo sabe, es un hombre de unos 40 años, con apariencia mulata, corte militar, de poca altura, pero acuerpado, es embolador desde sus 20 años.

Entre la multitud, un señor ya de edad, evidente por las arrugas que consumen sus parpados, una calva que se asoma cada que baja la cabeza y brilla como faro para las palomas que sobrevuelan, se acerca y acomoda en la “oficina” de Don Téllez, una silla que parece silla de ruedas, pero que por necesidad se le quito las ruedas y la dejaron desnuda para apoyarla en el suelo.

Don Rodrigo toma posición para empezar, se sienta sobre su butaca pequeña, pintada de negro en los bordes. Sin lograr sacar el betún, ni empezar un charla con el cliente, se ve sorprendido por un fuerte ruido al otro lado del parque Caldas.

Pitos y gritos alteran la paz del parque, dos oficiales de policía van en carrera, uno de ellos la abandona, algo fácil de predecir viendo su condición; su uniforme estaba a punto de estallar, su gran barriga se veía contenida por el ultimo botón de su camisa verde oliva.  Delante de los oficiales iba un joven a gran velocidad en bicicleta, con chaqueta negra, sudadera Adidas blanca y una gorra negra que ocultaba su rostro.

Don Téllez los vio hasta que se perdieron en la esquina del parque, solo entonces pudo retomar su trabajo, como si no hubiera visto nada. Con una gran sonrisa le dio la bienvenida a su cliente.

-Buen día, ¿lo mismo de siempre?

-Sí, ¡que brillen como mi cabeza!

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Como es habitual en la Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y sociales de la Universidad del Cauca, al medio día, los espacios se ven ocupados por estudiantes. En esta caso, dos señoritas.

-¡Carajo! Porque no te hice caso, voy perdiendo mas de la mitad de mis fondos-dijo Susana, jovencita de 17 años con vibras rebeldes, cabello azul hasta los hombros, camisa azul marino desgastado, pantalón negro percudido y unas vans que complementan su estilo dark.

-Te dije que era evidente un dip por el temor que hay-respondió satíricamente Diana, mientras se quitaba el tapabocas, que combina con su cabello negro corto, zapatillas Nike negras con toques rosa y chaqueta de jean, la aesthetic con 19 años.

-Que evidente ni que carajo, todo es culpa de ese cuchito Munger, ya debería dejar de robar aire.

-Vas perdiendo casi 500 palos por terca.

-¡Ya Cállate!-dijo Susana alterada-ya veras como los toros empiezan su corrida y se comen ese bajón.

-Sabes que estamos por entrar en recesión, esperas milagros que no pasaran.

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