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Cuento TRAVESIA AL CAMPAMENTO DE VERANO


Enviado por   •  26 de Abril de 2017  •  Trabajo  •  1.742 Palabras (7 Páginas)  •  244 Visitas

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TRAVESIA AL CAMPAMENTO DE VERANO

No lo podía creer, ahí estábamos sentadas en el bus ansiosas esperando su partida. Era la primera vez que mis papas me dejaban viajar sola, y además, con mis amigas que fuimos seleccionadas para participar de este encuentro en el famoso “Campamento Juvenil de Concepción”.

Primero iba Paola y yo, atrás sentadas iba Anita y Ximena, y en una tercera fila Fernando, quién era el encargado de nosotras, es decir, de nuestra delegación en representación de Iquique.  Sabíamos que el viaje iba a ser largo, así que nos preparamos llevando mucha agua en botellas, galletas y libros para el viaje que dudaría 26 horas hasta Santiago, atravesando todo el desierto de día.  Uf, de sólo recordar me sofoco.

El bus era bastante común, contaba con unas butacas de asiento que eran, al menos para nosotras, muy cómodas, a pesar de que no se podían reclinar mucho para quedar recostadas.  Le llamaban bus clásico – nombre que se le daba al parecer porque uno no podía quedar recostado en el asiento- y era para 44 pasajeros con un baño al final del pasillo.

La partida del bus fue muy emocionante, todas nos despedíamos de nuestros padres y estábamos llenas de emoción por los días venideros, en donde tendríamos que trabajar en grupo con otras delegaciones, hacer presentaciones de teatro, cantar y además participar en competencias deportivas. Luego, de unas cuatro horas de viaje, mirando puro desierto y matices de tonos café, llegamos a un control de buses, nos tenían que revisar el equipaje o si alguien viajaba con cosas que no se debería, a lo que todas aprovechamos a estirar los músculos y nos dimos cuenta que había otra delegación en el bus… Guau, dice Ximena, es una delegación de Ping Pong y son puros varones, cuatro, igual que nosotras… y no pudimos contener la risa, ya se había averiguado todos los datos con el chofer.

El viaje se tornó más interesante a medida que avanzábamos en el desierto y nos tocó la primera parada para cenar, ir al baño y hacer todo lo propio que quisiera cada uno en una hora.  Fue demasiado entretenido, conversamos y aprovechamos a intercambiar anécdotas con la delegación de ping pong, y hasta nuestro chofer participó de la mesa con nosotras, su nombre era Alfonso y se veía un hombre muy sencillo y de fácil carácter.

Nuestra travesía nocturna en el bus fue bastante tranquila, ya que Paola y yo nos fuimos conversando hasta entrada la noche, las demás se fueron durmiendo y de Fernando ni nos enteramos.  Antes de cerrar los ojos, pude leer algunas páginas de mi novela romántica, para dormirme plácidamente con el balanceo del bus.

A la mañana siguiente, desperté en medio de mucha bulla, la que provenía de unas filas más atrás.  Allí estaban mis amigas y la delegación de ping pong conversando y riendo a carcajada limpia, y yo con todo el pelo pegado, con ganas de ir al baño y un hálito que prefería no abrir la boca, pero tenía que atravesar por este bullicioso grupo para ir a mi destino final, el baño.

Finalmente, me atreví y llegué al baño que era mi meta, allí y para evitar cualquier mal entendido cerré la puerta con el pestillo de rigor, así que tranquilamente me peiné, hice todo lo que tenía que hacer quedando muy satisfecha, y miré por la pequeña ventanilla del bus que ya estaríamos cerca de Santiago, al menos, las tonalidades del paisaje ahora tenían verde y además, ¡¡animales!!.  

Seguí contemplando desde la ventanita a los caballos, algunas vacas pastando, otros vehículos pasando por el lado del bus, algunas plantaciones y así un montón de cosas lindas dignas de admirar y en eso me empiezan a tocar insistentemente la puerta. Era mi amiga Paola, quien necesitaba el baño urgente – al igual que yo hacía un momento atrás – y entonces a la hora de abrir la puerta, quito el pestillo y ésta por más que empujé, no se abrió ni un ápice. ¡Qué horror! – grité – me quedé encerrada en el baño – de sólo pensar pasar el resto del viaje, aunque fueran 2 horas, en el baño de un metro por uno, casi me dio un ataque.  Entonces le dije a mi amiga Paola que le avisara al chofer, que por favor me ayudara, ya que no podía salir de ahí.  En los minutos que pasaban, comencé a desesperarme, pero siempre tratando de aparentar calma, sólo esperé que el bus se detuviera en alguna berma de la carretera, y a los minutos así fue.

Y en eso, miro por la ventanilla … ¡la ventanilla!, la abrí todo lo que daba e hice el intento equilibrándome sobre el WC para alcanzar la altura, comencé por sacar la cabeza, luego los brazos, me giré hacia arriba con la finalidad de afirmarme del molde exterior de la ventana donde finalmente me impulsé y logré sacar el resto del cuerpo, para después dar un salto a la berma, ¡qué odisea! Pero lo había logrado, estaba feliz, salí del baño y por la ventanilla, quién lo podría creer, y me largo a reír de la emoción, cuando giro a la derecha y veo que la mitad de mis compañeros de viaje del bus, incluido mi amigo chofer Alfonso me estaban mirando con cara de reproche, pero con una sonrisa en la cara.

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