Me prometí a mí mismo no tocar mi corazón
Enviado por Brayan Zambrano Cornejo • 9 de Noviembre de 2018 • Ensayo • 2.456 Palabras (10 Páginas) • 197 Visitas
Me prometí a mí mismo no tocar mi corazón, no rasgar las heridas del alma ni mucho menos interrogar aquel testigo confeso que fue mi voluntad, pero amor mío no puedo más esto que estoy sintiendo me carcome como oxido al metal, como polilla a la madera, es tu recuerdo, si amada mía, tú, tú que me arrebataste cada gramo de cordura que en mi solía habitar.
Como olvidar aquel día que tu vestido color negro oscuridad flameaba en dirección a mi ser, y yo como un simple peón esperando una orden del destino que me dijese, mírala es ella, ella será tu dueña, ella será tu dolor, ella será tu amor, mientras entre miradas paralizantes y sonrisas con temática de blasfemia susurro a Dios si eres una broma en mi camino , si él se burla de mí, de como un ser tan perfecto puede ser real y mucho menos me negaba a creer que ese regalo divino estuviera tocando a mi puerta, la puerta de un condenado a la soledad, de alguien cuya única compañía es una taza de café cada tarde y llanto de lamento por las noches.
Te acercaste con actitud fervorosa como si la vida misma se acentuará en sus labios, en sus hermosos labios rojos carmesí, y yo paralizado, sin más ni menos esperando que solo seas un sueño, un espejismo, que solo fueras un mundo platónico con silueta de mujer, me negaba a creer en tu existencia.
Ahí estaba yo sentado en aquella banca, atónito, mientras la sensualidad de tus caderas daba vida a tus piernas y con un caminar que ni siquiera las princesas tenían, arrimaste tu cuerpo en la banca, volteaste a mirarme y con una sonrisa fulminante te hiciste dueña de mí.
Pasaron las horas y yo mudo, no era capaz de pronunciar palabra alguna, de promulgar un acercamiento, de invocar al mismísimo demonio y venderle el alma con tal solo de poder entablar una conversación y cautivarte con el desazón de mi vida, de fascinarte con historias que nunca ocurrieron, pero no, maldita sea la impotencia de sentir lo que siento y que apenas sepas que existo solo porque te toco compartir un pedazo de metal incrustado en esta tierra que nos rodea, te levantaste lentamente, como si el ocaso te rindiera tributo y emprendiste vuelo con tus pasos hacia al destino, tu destino. Mientras de mí se desprendía un sentimiento de dolor, y culpa, de locura, de que pudiste haber sido mi salvación, la persona que agitara todo en mí y me tendiera su mano para salvarme del abismo en que yo estaba inmerso.
Después de aquel agonizante día, jure volver cada día de mi vida por si el destino se apiadaba de mí y me otorgaba la piedad de poder divisarte en el horizonte, de poder decirte todo lo que sentía, de poder botar toda la cobardía por la borda de este barco que se estancaba en la deriva de un futuro en donde el único pozo de salvación era tu sonrisa amada mía.
Han pasado, días, semanas, meses y sigo melancolizándome en su recuerdo, en su magnificencia, sigo dedicando horas de mi desdichada existencia sabiendo que jamás he de volver a verla, de volver a sentir esperanza y que sin ella mi vida es como un sueño sin fin, como una caída al vacío sin fondo de la melancolía, encontrando al soñar como único remedio, como único sustento de fuerza, envolviéndome en una rutina donde los días no son más que un simple trámite, un mal sabor de boca que solo espera al dulce aroma de la noche, y lo mágico que sería dormir para siempre y soñarla eternamente mientras que en mi cuerpo inmóvil envuelto por las frazadas de Morfeo se dibuja aquella sonrisa que solo podía compararse con la sonrisa con la que los caballeros espartanos morían al defender a su nación.
Heme ahí, postrado en un sueño impenetrable que solo se ve afectado por lo intangible de un amanecer, por lo mágico de un ocaso fosforescente y cautivador que me envuelve entre sonoros tintineos de extrañas presencias aledañas a mi existencia, que adormece todo mal pasado o por pasar, que borra toda huella, todo herida, toda maldad que en mi se inmiscuye y me excomulga de todo lo malo, dándome una pequeña muestra de lo maravilloso que serán nuestras vidas una vez extintas.
En un movimiento suspicaz mis ojos danzan al ritmo de la mañana, como si me entre ellos existiese una conexión indescriptible, que me transporta de aquel mundo maravilloso donde la paz, el orden, el caos, la maldad y muchas males y bondades conviven entre sí, haciendo caso omiso a sus naturalezas, olvidando que en ellas existe una histórica lucha de imposición y cortejos agónicos de supervivencia y me arroja sin piedad, sin pena hacia este mundo irreal que llamamos vida, donde el amor se nos mofa en la cara y nos arroja sobras de sus entrañas, dándonos una falsa ilusión de lo que el amor representa, haciéndonos creer que amar está al alcance de todos, cuando la realidad es abismalmente lejana.
Con un desanimado movimiento de desaprobación, como si mi cuerpo me maldijese por haber despertado, por habernos ido de aquel jardín celestial, me dirijo hacia la única ventana que es capaz de iluminar al confinamiento que denomino hogar y al cual envidio desconmesuradamente porque hasta aquel espacio inerte que suele abundar de oscuridad cuenta con un rayo de luz de esperanza que lo transforma en algo cálido y acogedor cada mañana.
Humeando en coloquiales pensamientos de desolación, como aquel espectro que circula por las frías corrientes de la noche asechando e rastro de todo recuerdo sobre su vida pasada, una silueta mágica como la primavera florecía en aquel pedazo insufrible de tierra llamado parque, no lo podía creer, sin darme cuenta, mi temperatura corporal se elevaba, los latidos de mi corazón elevaban su intensidad, mis mejillas entumecidas y coloradas , no lo podía creer de repente como un inexplicable fenómeno nunca antes visto o por lo menos se creía que solo era un mito, he vuelto a sonreír , he vuelto a sentirme vivo, y es que es ella, ella dulce y glamurosa como veneno de salvación, que me causaría dolores inmensurables pero que me salvaría del abismo del cual estaba inmerso.
Sin pensarlo dos veces y con movimientos entorpecidos emprendí rumbo hacia ella, destrozando cualquier obstáculo que se presentara en mi camino, sin importarme mi propia seguridad física con tal de estar cerca de ella, heme ahí corriendo como aquel soñador ingenuo que busca encontrarle el final al arcoíris, no podía creerlo ella estaba ahí, y en mi corazón solo una duda existía, solo una pequeña astilla estorbaba mi calma y de repente he comenzado a desacelerar, he sentido miedo, me he preguntado que podría yo esperar ahí, si ella no está mi altura, si mi nombre era un enigma que no era de su interés, entre murmullos y ya con pasos nauseabundos, me he detenido, no he podido más, la respiración faltante me ahorca y con fuerzas equivalentes a la nada he detenido mi rumbo, he parado mi deseo, el miedo una vez más me ha ganado, una vez más ha absorbido el escaso valor que aún me quedaba.
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