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Parodia de El traidor


Enviado por   •  23 de Junio de 2019  •  Tarea  •  1.520 Palabras (7 Páginas)  •  152 Visitas

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Parodia de El traidor

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 Para ahorrar tiempo, traslado y espacio, Simpson duerme en el lavadero de su departamento -alquilado, no propio-, en el corazón de un barrio obrero de clase media-baja, en las afueras de una ciudad grande. Pero no en la ciudad grande. Parte de su rutina consiste en lamentarse por el trabajo perdido, lamentarse por la familia que algún día supo tener, lamentarse, en fin, por la vida, por vivir.

 Simpson no tiene trabajo: este no es un hecho fortuito, responde a aparición de las nuevas tecnologías y la mera realidad de su pueblo, en un presente que lo agota. Aparte del cierre, sellado hace ya más de un año, de su querida planta nuclear. Menos actividades hace, más lo siente. Ha llegado el momento de moverse y dar fe de su estirpe, pero sobre todo, de sus necesidades.

 Sale a buscar algo. Si fuera trabajo, estaría mal vestido, como si saliera por la vieja Springfield a correr un carro de helados en el lejano 1994, y no en este 2033 que le es dado. Es el periódico lo que busca. Por supuesto, no el suyo. Se las ingenia para tomar prestado diariamente el zonal de Ágata, una señora que está en las últimas y se olvidó de dar de baja la suscripción. En apariencia no tiene importancia, pero este dato es clave, ya que sería en aquel diario donde leería lo insospechado: “La Oficina volverá a abrir sus puertas después de 47 años de refacciones”.

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 Simpson pertenece, perteneció y pertenecerá, como por embrujo o castigo, a la Logia de los Magios, aquellos mismos que llevarían a cabo el asalto a la cervecería tres meses después de refundarse como sociedad secreta monárquica en el patio de la casa de Morena, su prima neoyorquina que conoció ya de grande. Su padre -personaje reseñable, si los hay- sería, dentro del segmento de vida que han dado en llamar post-adolescencia, quien lo introdujera al mundo Magio, que procuraría honrar pero, en su lugar, insultaría una y otra y otra vez, mejor aún que si se lo hubiera propuesto.

 Era claro el mandato y el pedido: no volcar el vino sagrado. Pero no pudo ser: en una noche de desmedida sobriedad, marcaría a fuego su destino y, después de jugar “Póngale la cola al político”, y habiendo triunfado por tercera noche consecutiva, decidió hacerse el gracioso y obnubilar a propios y ajenos -mayormente, y más después de aquel momento, todos ajenos- con un pseudopaso de pseudobaile. Todo salió mal y, a pesar de haber generado la simpatía de algunos pocos que le prestaban casi-nada-de-atención. Cataplúm. El copón sagrado de vino sagrado de la sagrada orden Magia, al demonio. Aquello, lejos de ser un episodio terminal o final de algo, fue el comienzo de otra cosa: de su vagabundez. No fue expulsado completamente de la orden porque, al ser hereditaria, no se puede renunciar ni ser renunciado. Se entiende... la excomulgación fue su pena.

3

 De modo que hoy encara el Sistema Federal, el laboral, el tributario, de más a menos con la misma dificultad, la misma privación y el mismo riesgo: haber traicionado a la Logia, hoy le cierra puertas. Esto tampoco es fortuito, claro está, porque de las cúpulas más bajas hasta las más altas, responden a la Santa Tradición Magia.

 Un día lunes, dos días después de su cumpleaños, decidió asistir a la anunciada Oficina de Trabajos Anhelados (OTA) y allí montar un gran escándalo, pero esta vez sin secretos, abiertamente. Era la situación definitiva para romper su maleficio o bien, perderlo todo, incluso los pocos pelos que le quedaban en su lamentable cabeza calva y reseca.

 Se predispuso como de cara a la odisea final: la noche anterior durmió cuarenta minutos como mucho, había tomado sopa para estar ligero y se había bañado rápido y mal, para sentirse sucio y fatal y así ganar en confianza. Se trasladó caminando y otro poquito a pie a través de las largas cuadras mal diseñadas (algunas miden ciento setenta metros, otras... apenas sesenta y cinco), como conociendo el desenlace que lo esperaba al final del día. Al final del día es un decir... apenas transcurrirían tres horas y un cuarto hasta el momento en que terminó desistiendo.

 Simpson no tiene dinero, seguro de vida, perros, ni plan social o de paro que lo apuntale. Tampoco sabe que allí mismo, entre las calles hostiles y desparejas, podría marcarse a fuego su futuro. Sigue de largo sin detenerse ante las botillerías que, luces rojas mediantes, lo intentan seducir con un trago matinal. Y empieza a preguntarse si alguna vez llegará a la maldita oficina. Mira las caras y espera encontrar un mínimo rasgo familiar o humano para abalanzarse y preguntar por la avenida de los Lincoln que se Besan, paradójico destino de su hoy.

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