SEMEJANZAS ENTRE HAMLET DE WILLIAM SHAKESPEARE Y ORESTIADA DE ESQUILO
Enviado por Edwin Johel Angulo Quiroz • 25 de Enero de 2018 • Ensayo • 1.304 Palabras (6 Páginas) • 1.458 Visitas
SEMEJANZAS ENTRE HAMLET DE WILLIAM SHAKESPEARE Y ORESTIADA DE ESQUILO
La obra de Shakespeare es, sin duda, una de las más estudiadas y comentadas de la literatura mundial. En este sentido, el presente trabajo no pretende establecer un tópico nuevo ni una hipótesis arriesgada alrededor del trabajo del autor, sino reflexionar breve y puntualmente acerca de uno de los aspectos más comentados de su obra: la notable influencia de la tragedia griega en sus ficciones. Particularmente, a continuación se tratarán algunos de los puntos convergentes en Hamlet con Orestiada del trágico griego Esquilo.
Desnaturalización del orden social: El gobierno ilegítimo
Como bien es sabido, la trilogía de esquilo se inicia con el asesinato de Agamenón a manos de su esposa, Clitemnestra, quien, a través de este crimen, buscó resarcir el sacrificio de su hija Ifigenia, el cual había sido requerido por los dioses a cambio de dejar partir a los aqueos rumbo a Troya. No obstante, es fundamental tener en consideración que este inicial deseo de venganza había sido desplazado, progresivamente, por el amor que Clitemnestra había desarrollado por Egisto, un lejano aspirante al trono que no dudo en valerse de los sentimientos de la reina para hacerse con el trono.
Este evento es fundamental porque ubica a la traición como disparador de la trama central de la tragedia: la recuperación del trono por parte del heredero legítimo. En la obra de Esquilo, este evento se justifica a partir del hecho de que Clitemnestra, ya completamente sometida por la pasión que sentía por su cómplice y amante, trata de asesinar a su propio hijo, debido al temor de que este regrese asistido por el derecho divino de vengar a su padre.
Se tiene, entonces, que el principal escenario de la representación dramática, Argos, una poli regida por un orden monárquico, se encuentra gobernada ilegítimamente. No se debe dejar de lado, pues, que las monarquías se encuentran justificadas por una profunda convicción divina y que, por ende, el nuevo gobierno no solo atenta contra los hombres, sino, y sobre todo, contra los dioses, lo cual hace inevitable tragedia, pues su voluntad tendrá que ser restablecida ineludiblemente.
Así, puede notarse que la obra de Shakespeare parte de forma semejante, pues el evento que sienta la tragedia no es otro sino el asesinato del padre, el rey Hamlet, a manos de su esposa Gertrudis, quien vio en la muerte del rey la posibilidad de concretar su propia felicidad, pues amaba a Claudio, primo del rey Hamlet, con quien se casa tras la muerte de su esposo. Estos eventos, pues sientan las bases de la trama central, que coincide a grandes rasgos con la propuesta en la obra de Esquilo: la recuperación del trono por parte del heredero legítimo. Evento que, además, tiene como base central la traición.
De tal forma, ambas obras se sitúan en un contexto que establece un gobierno ilegítimo que contradice las bases del orden social hegemónico, el cual se encuentra sentado en un sistema de herencia patrocinado por una serie de designios divinos asentados en la tradición religiosa. Valga decir, tanto en la obra de Esquilo como en la de Shakespeare, puede notarse que la tradición y el establishment son usados como sustento principal de lo bueno y lo correcto.
Del imperativo divino al imperativo del padre
La toma de justicia a manos del heredero legítimo es otro punto en común entre las dos obras comentadas. De tal forma, encontramos que, en la tragedia griega, es el mismo dios Apolo quien encomienda a Orestes la misión de vengar a su padre, aun acosta del asesinato de su propia madre. Así, cabe resaltar la intervención directa de lo divino en la representación escénica para determinar el devenir del destino de Orestes, quien, aunque en un momento duda, asume el imperativo divino al incuestionable. Esto puede notarse muy bien en el hecho de que, tras asesinar a su madre, la principal preocupación del protagonista no es el sentimiento de culpa, sino el sentirse perseguido por las Erinnias; divinidades que pretendían castigar a Orestes por haber cometido un crimen contra su propia sangre.
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