Secuencia teórico- práctica: Modelamiento de la comprensión lectora
Enviado por Jessica Isabel • 24 de Junio de 2017 • Apuntes • 3.675 Palabras (15 Páginas) • 213 Visitas
Secuencia teórico- práctica: Modelamiento de la comprensión lectora[pic 1]
Nombre: ____________________________________[pic 2][pic 3]
Curso: Fecha:
[pic 4]
Objetivo: Fortalecer el modelamiento de la comprensión lectora de los y las estudiantes.
Anticipa la lectura ¿Cuáles crees tú que sean los problemas más complejos que enfrentan los jóvenes de hoy? Si escribieras una novela, ¿cuáles serían las temáticas que abordarías en ella? |
Resumen del libro Pese al milagro médico de reducción de tumor que le ha comprado unos cuantos años más, Hazel nunca ha sido otra cosa que una paciente terminal, su último capítulo escrito en su diagnóstico. Pero cuando un maravilloso giro inesperado llamado Augustus Waters aparece repentinamente en el Grupo de Apoyo a Niños con Cáncer…La historia de Hazel está a punto de ser reescrita completamente. |
Bajo la misma estrella: Capítulo I
[pic 5] A finales del invierno de mi decimoséptimo año de vida, mi madre llegó a la conclusión de que estaba deprimida, seguramente porque apenas salía de casa, pasaba mucho tiempo en la cama, leía el mismo libro una y otra vez, casi nunca comía y dedicaba buena parte de mi abundante tiempo libre a pensar en la muerte. Cuando leemos un folleto sobre el cáncer, una página web o lo que sea, vemos que sistemáticamente incluyen la depresión entre los efectos colaterales del cáncer. Pero en realidad la depresión no es un efecto colateral del cáncer. La depresión es un efecto colateral de estar muriéndose. (El cáncer también es un efecto colateral de estar muriéndose. La verdad es que casi todo lo es.) Aunque mi madre creía que debía someterme a un tratamiento, así que me llevó a mi médico de cabecera, el doctor Jim, que estuvo de acuerdo en que estaba hundida en una depresión total y paralizante, que había que cambiarme la medicación y que además debía asistir todas las semanas a un grupo de apoyo. El grupo de apoyo ponía en escena un elenco cambiante de personajes en diversos estadios de enfermedad tumoral. ¿Por qué el elenco era cambiante? Un efecto colateral de estar muriéndose. El grupo de apoyo era de lo más deprimente, por supuesto. Se reunía cada miércoles en el sótano de una iglesia episcopal de piedra con forma de cruz. Nos sentábamos en círculo justo en medio de la cruz, donde se habrían unido las dos tablas de madera, donde habría estado el corazón de Jesús. Me di cuenta porque Patrick, el líder del grupo de apoyo y la única persona en la sala que tenía más de dieciocho años, hablaba sobre el corazón de Jesús en cada puñetera reunión, y decía que nosotros, como jóvenes supervivientes del cáncer, nos sentábamos justo en el sagrado corazón de Cristo, y todo ese rollo. En el corazón de Dios las cosas funcionaban así: los seis, o siete, o diez chicos que formábamos el grupo entrábamos a pie o en silla de ruedas, echábamos mano a un decrépito surtido de galletas y limonada, nos sentábamos en el «círculo de la confianza» y escuchábamos a Patrick, que nos contaba por enésima vez la miserable y depresiva historia de su vida: |
que tuvo cáncer en los testículos y pensaban que se moriría, pero no se murió, y ahora aquí está, todo un adulto en el sótano de una iglesia en la ciudad que ocupa el puesto 137 de la lista de las ciudades más bonitas de Estados Unidos, divorciado, adicto a los videojuegos, casi sin amigos, que a duras penas se gana la vida explotando su pasado cancerígeno, que intenta sacarse poco a poco un máster que no mejorará sus expectativas laborales y que espera, como todos nosotros, que caiga sobre él la espada de Damocles y le proporcione el alivio del que se libró hace muchos años, cuando e l cáncer le invadió los cojones, pero le dejó lo que solo un alma muy generosa llamaría vida. [pic 6] ¡Y TAMBIÉN VOSOTROS PODÉIS TENER ESA GRAN SUERTE! Luego nos presentábamos: nombre, edad, diagnóstico y cómo estábamos en ese momento. «Me llamo Hazel —dije cuando me llegó el turno—. Dieciséis años. Al principio tiroides, pero hace mucho hizo metástasis en los pulmones. Y estoy muy bien.» Una vez concluido el círculo, Patrick siempre preguntaba si alguien quería compartir algo. Y entonces empezaban los llantos en grupo, y todo el mundo hablaba de pelear, luchar, vencer, retroceder y hacerse escáneres. Para ser justa con Patrick, debo decir que también nos dejaba hablar de la muerte, aunque la mayoría de ellos no estaban muriéndose. La mayoría de ellos llegarían a adultos, como Patrick. (Eso implica que había bastante competitividad, porque todo el mundo quería derrotar no solo el cáncer, sino también a las demás personas de la sala. Ya sé que es absurdo, pero es como cuando te dicen que tienes, pongamos por caso, un veinte por ciento de posibilidades de vivir cinco años. Entonces entran en juego las matemáticas y calculas que es una posibilidad de cada cinco… así que miras a tu alrededor y piensas lo que pensaría cualquier persona sana: «Tengo que durar más que cuatro de estos idiotas».). Lo único positivo del grupo de apoyo era Isaac, un chico de cara alargada, flacucho y con el pelo rubio y liso cayéndole sobre un ojo. Y sus ojos eran el problema. Tenía un extraño y poco frecuente cáncer de ojos. De niño le habían extirpado un ojo, y ahora llevaba unas gafas de botella que hacían que sus ojos parecieran inmensos (los dos, el real y el de cristal), como si toda su cara se redujera a ese ojo falso y ese ojo verdadero, que te miraban fijamente. Por lo que pude entender en las raras ocasiones en que Isaac compartió sus experiencias con el grupo, el cáncer se había reproducido y amenazaba de muerte al ojo que le quedaba. Isaac y yo nos comunicábamos casi exclusivamente con la mirada. Cada vez que alguien hablaba de dietas contra el cáncer, de rallar aleta de tiburón molida o cosas por el estilo, me lanzaba una mirada. Yo movía ligeramente la cabeza y resoplaba a modo de respuesta. ********** II.- Segunda visita al grupo de apoyo Un chico me miraba fijamente.[pic 7] Estaba segura de que no lo había visto antes. Como era alto y musculoso, la silla escolar de plástico en la que estaba sentado parecía de juguete. Tenía el pelo de color caoba, liso y corto. Parecía de mi edad, quizá un año más, y había pegado su humanidad al fondo de la silla, en una postura lamentable, con una mano medio metida en un bolsillo de sus jeans oscuros. Miré hacia otro lado, porque de pronto fui consciente de que iba hecha una pena. Llevaba unos jeans viejos que alguna vez habían sido ajustados, pero que ahora me colgaban por todas partes, y una camiseta amarilla de un grupo de música que ya no me gustaba. En cuanto al pelo, lo llevaba cortado a lo paje, y ni siquiera me había molestado en cepillármelo. Además tenía los mofletes ridículamente inflados, como una ardilla, un efecto colateral del tratamiento. Parecía una persona de proporciones normales con un globo por cabeza. Eso por no hablar de los tobillos hinchados. Pero le lancé una mirada rápida y vi que sus ojos seguían clavados en mí. Me pregunté por qué la gente lo llamaba «contacto» visual. Me dirigí al grupo y me senté al lado de Isaac, a dos sillas de distancia del chico. Volví a echar un vistazo, y seguía mirándome. Os digo una cosa: estaba buenísimo. Si un chico que no está bueno te mira de arriba abajo, en el mejor de los casos te sientes incómoda, y, en el peor, te sientes agredida. Pero un chico que está bueno… en fin. Saqué el móvil y pulsé una tecla para ver la hora: las 16.59. El grupo se completó con los infelices adolescentes de doce a dieciocho años, y entonces Patrick empezó la oración de la serenidad: «Dios, concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las que puedo cambiar y sabiduría para entender la diferencia». El chico seguía mirándome. Sentí que me ruborizaba. |
Al final decidí que la mejor estrategia era mirarlo yo a él. Al fin y al cabo, los chicos no tienen el monopolio de las miradas. Así que lo observé detenidamente mientras Patrick comentaba por enésima vez que era impotente, etcétera, y enseguida la cosa se convirtió en una competición de miradas. Al rato el chico sonrió y desvió por fin sus ojos azules. Cuando volvió a mirarme, alcé las cejas para darle a entender que yo había ganado. El chico encogió los hombros. Patrick siguió hasta que por fin llegó el momento de las presentaciones. —Isaac, quizá te gustaría empezar hoy. Sé que estás pasando por un momento difícil. —Sí —contestó Isaac—. Me llamo Isaac y tengo diecisiete años. Parece que tienen que operarme dentro de dos semanas. Después de la operación me quedaré ciego. No me quejo ni nada de eso, porque sé que muchos de ustedes están peor, pero, bueno, en fin, ser ciego es una mierda. Aunque mi novia me ayuda, y amigos como Augustus. Señaló con la cabeza al chico, que ahora tenía nombre. —En fin —continuó diciendo Isaac mirándose las manos, con las que había formado una especie de gesto—, no hay nada que hacer. —Puedes contar con nosotros, Isaac —dijo Patrick—. Vamos a decírselo a Isaac, chicos. Y hablamos todos a la vez: —Puedes contar con nosotros, Isaac. El siguiente fue Michael, de doce años. Tenía leucemia. Siempre había tenido leucemia. Estaba bien. (O eso dijo, aunque había tomado el ascensor.) Linda tenía dieciséis años y era lo bastante guapa para ser objeto de las miradas del tío bueno. Era una asidua con un cáncer de apéndice que había remitido hacía mucho tiempo. Yo ni siquiera sabía que el cáncer de apéndice existía hasta que la oí nombrarlo. Dijo —como había dicho todas las veces en que yo había ido al grupo del apoyo— que se sentía fuerte, y a mí, con aquellas protuberancias que expulsaban oxígeno y me hacían cosquillas en la nariz, me pareció una tontería. Intervinieron otros cinco chicos antes de que le tocara a él. Cuando le llegó su turno, sonrió ligeramente. Tenía una voz grave, ardiente y terriblemente sexy: —Me llamo Augustus Waters. Tengo diecisiete años. Hace un año y medio me diagnosticaron un osteosarcoma, pero estoy aquí solo porque Isaac me lo ha pedido. —¿Y cómo estás? —le preguntó Patrick. —Muy bien. —Esbozó una sonrisa torcida—. Estoy en una montaña rusa que no hace más que subir, amigo mío. Cuando me llegó el turno, dije: —Me llamo Hazel y tengo dieciséis años. Cáncer de tiroides que ha pasado a los pulmones. Estoy bien. [pic 8] La hora pasó enseguida. Se contaron peleas, batallas ganadas en guerras que sin duda se perderían. Se aferraban a la esperanza. Se habló de la familia, tanto bien como mal. Estaban todos de acuerdo en que los amigos no lo entendían. Se derramaron lágrimas y se recibió consuelo. Ni Augustus Waters ni yo volvimos a hablar hasta que Patrick dijo: —Augustus, quizá te gustaría compartir tus miedos con el grupo. —¿Mis miedos? —Sí. —Me da miedo el olvido. —Habló sin pensárselo un segundo—. Lo temo como el ciego al que le da miedo la oscuridad. —No te adelantes —intervino Isaac esbozando una media sonrisa. —¿He sido poco delicado? —preguntó Augustus—. Puedo ser bastante ciego con los sentimientos de los demás. Isaac se reía, pero Patrick levantó un dedo amonestador: —Augustus, por favor, sigamos contigo y con tu lucha. ¿Has dicho que te da miedo el olvido? —Sí, eso he dicho —contestó Augustus. Patrick parecía perdido. |
...