1900

Un lluvioso día de septiembre nace Anuarí, hija del Copihue y del Cóndor, pequeña criatura que había sido enviada para restaurar el amor entre naciones.

A medida que el tiempo pasaba, ella crecía y sus pies iban conociendo lo duro de los suelos chilenos. Llena de esperanza y alegría recorría de norte a sur su amado territorio. Amante de la vida, de las artes y la naturaleza.

Iba compartiendo con cada ser que llegaba a su vida, pero a medida que florecía y conocía, más se iba apagando su inherente alegría. De la corteza de los árboles aprendió que el tiempo y los hechos forman una coraza en todo aquel que vive.

Ya más grande descubrió, que la vida a pesar de ser bella, no es simple, que las personas aun siendo libres son esclavas de sí. Segura en buscar un lugar donde la esperanza aún no hubiese sido perdida, continuo su viaje. Durante meses busco y experimento, ya hastiada del mundo decidió tomar una breve pausa, y analizar qué es lo que tal vez había estado haciendo mal, puesto que tantos años recorriendo no le habían generado ningún fruto. Aún no hallaba a esas almas libres, a esas que están felices de vivir y son consciente de ello, aquellas apasionadas por el mundo.

Fue entonces que, al intentar pensar se percató de que ya no podía hacerlo de la misma forma que cuando era pequeña, que el mundo, las personas y las vivencias se lo impedían, su mente y su alma habían cambiado. Llegando a este punto, entendió que nunca encontraría lo que andaba buscando, pues el mismo paso del tiempo y la propia vida se lo terminarían arrebatando.

Fue ahí donde comprendió que todo ser a pesar de nacer libre, termina siendo esclavo de sí. Por esta razón, en épocas de septiembre y aún más cerca del día en que nació, los tiempos se vuelven fríos, lluviosos y melancólicos, debido al pesar de jamás poder encontrar aquello que anhelaba, la libertad.

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