3 CUENTOS Pronto serás uno de nosotros
Enviado por alzero • 16 de Mayo de 2014 • 16.837 Palabras (68 Páginas) • 436 Visitas
3 CUENTOS
Pronto serás uno de nosotros
La sala de espera de aquel hospital se iba llenando de gente. Faltaba bastante para el amanecer, pero ya hacía mucho calor, y la humedad estaba alta. Un par de ventiladores zumbaban en lo alto del techo, y cerca de él volaban algunos insectos atraídos por las luces. Algunas personas se abanicaban con los papeles que llevaban, otras suspiraban a cada rato y levantaban la vista hasta los ventiladores que giraban lerdos.
En esa sala se encontraba Sergio. Se mantenía parado pues ya no había más lugar en los bancos. Consultaba su reloj, se secaba el sudor de la frente, y para pasar el tiempo revisó un par de veces sus papeles: la orden para un análisis, el resultado de otro, y su reciente pero voluminoso historial médico. De pronto escuchó un grito espeluznante, y por poco no arrojó sus papeles al estremecerse por el susto.
Una señora notó su reacción, y por curiosidad más que por verdadero interés por el prójimo le preguntó: - ¿Está bien señor?
- Sí, gracias. Me sorprendió un poco ese grito, ¿qué habrá pasado? No sé bien de dónde vino.
- ¿Grito? Yo no escuché ningún grito - dijo la mujer.
Sergio miró a los otros buscando algún gesto de asombro; nadie más parecía haber escuchado aquel grito. La mujer con la que habló volteó hacia otro lado y se alejó de a poco. “Mejor me alejo, no vaya a resultar que este tipo esté loco”, pensó ella al apartarse.
Aún no se explicaba cómo podían no haber escuchado aquello, cuando de un corredor salió un enfermero empujando una camilla; sobre ésta había un cuerpo cubierto por una sábana: una operación había salido mal. Súbitamente, un hombre con un enorme corte en el pecho apareció sentado en la camilla, era la aparición del muerto. La aparición miró a Sergio y le guiñó un ojo - Pronto serás uno de nosotros - afirmó la aparición. Casi inmediatamente resonaron otros gritos que solamente Sergio escuchó, y desde varios puntos surgieron apariciones horrendas y empezaron a vagar por la sala, sin que la gente las viera.
Apenas dio unos pasos para salir de allí, Sergio se sintió terriblemente mal: le dolió el brazo izquierdo y el pecho. “¡Un infarto!”, pensó. Se tambaleó un poco, logró a duras penas mantener el equilibro y siguió. Sabía que iba a morir, pero no quería hacerlo allí, y luego andar penando en aquel lugar horrible.
Sudando, jadeando, alcanzó la puerta de la salida. Ya estando afuera, pudo dar unos pasos más antes de desplomarse. Lo había conseguido, creyó, y perdió la conciencia.
Un doctor que iba llegando al hospital corrió a socorrerlo, y enseguida se le unieron unas enfermeras.
- ¡Hay que llevarlo a emergencias! - ordenó el doctor -. Aún está vivo, pero está muy mal.
¡Hola vecino!
Dos hombres bastante fornidos que vestían de blanco, sacaron de su casa a Guadalupe. La iban tomando de los brazos; ella se resistía como podía, pero eran muy fuertes. Frente a la casa estaba estacionada una ambulancia. El conductor se bajó y fue a abrir las puertas de atrás.
Toda esa escena era observada por Isidro, que al vivir al lado de la casa de Guadalupe, escuchó el escándalo y salió a tiempo para ver el espectáculo. Los enfermeros consiguieron subirla, cerraron las puertas del vehículo y arrancaron.
En ese momento se iba arrimando otro vecino, y con cara de sorprendido le preguntó a Isidro:
- ¿Qué pasó con la Guadalupe?
- Se le aflojó un tornillo - contestó sin dudar Isidro, que había seguido a la ambulancia con la vista, y al perderla volteó hacia su vecino, y con los brazos cruzados continuó su explicación -. La pobre enloqueció, empezó a ver cosas hace un tiempo, como no tenía a nadie me contó lo que veía a mí. Pobre doña, enloqueció como una gallina atada de la cola.
- Y, ¿qué era lo que veía? - indagó más el vecino, picado por la curiosidad.
- Cosas que hasta a mí me asustaron con sólo escucharlas. Ella dijo que veía a un… bebé demoníaco. Lo veía gatear en las paredes o en el techo, a veces aparecía flotando en el aire y se le acercaba a las carcajadas, se alejaba, flotaba cerca del techo haciendo círculos, y se le abalanzaba de nuevo. Según ella, aunque tenía el tamaño de un bebé, la cara era la de un viejo espantoso, y a veces despertaba con aquella cosa a su lado, mirándola.
- Como para no enloquecer si veía cosas tan horribles - comprendió el vecino.
- Supongo que más que ver, lo imaginaba, ¿no? - objetó Isidro.
- Usted no cree que hubiera algo entonces.
- Sinceramente, no. Lo que creo es que enfermó y ya, algo se le descontroló en la cabeza.
- Sí, pero, cuando usted me estaba contando lo de la cosa esa, me acordé de un caso muy parecido, que hasta ahora había tomado por un simple cuento de terror, pero ahora no sé… Lo que yo escuché es que a un muchacho se le apareció una cosa así en un camino rural, en una noche de tormenta.
- Casualidad nomás - opinó Isidro. El vecino hizo un geto indicando que todavía dudaba, pero sin decir más se marchó.
Isidro estaba por entrar a su hogar, cuando al mirar hacia la casa de Guadalupe notó que las cortinas de la ventana se agitaban y se iban abriendo, y al fijar más la vista, vio una cara diminuta y arrugada que sonreía con malicia mientras lo miraba y movía una mano como saludándolo.
La niña triste
Josefina SOLANO MALDONADO
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Hasta que salía de los ojos una mezcla de embrujo y alquimia, sortilegio oscuro para el dios Tariacuri, hasta que los negros y grises teñían las montañas mexicanas de Tenochtitlán, hasta que la tinta manaba como una savia oscura del corazón malherido de la deidad, la niña Aurorita, olvidada de colores y sol, iba dibujando un paisaje sinuoso en el que siempre rotulaba un nombre: Cumiechúcuaro o región de los muertos. Por doquier manos desencajadas, piernas gangrenadas, cintos y látigos bordeando la lámina como una cenefa que brotara del terror.
Hacía poco que la niña Aurorita iba a la escuela. Desde que nació había llevado una vida trashumante, deambulando con su padre por todo México, ofreciendo cacharros y cucañas de buhonero a las mujeres que salían a su encuentro. Ahorita vivía en una casa, situada en un barrio humilde de la capital. La maestra Lupita se dio cuenta de que algo pasaba. El aspecto de la niña era desaliñado, se sentaba siempre en el último banco, y allí junto a la ventana, clavaba sus ojos en los árboles desmedrados del patio. En
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