Actitudes Y Satisfaccion En El Trabajo
Enviado por jessicavera • 23 de Mayo de 2014 • 947 Palabras (4 Páginas) • 235 Visitas
e iluminó el disco amarillo. De los coches que se acer
caban, dos aceleraron antes de que se encendiera la
señal roja. En el indicador del paso de peatones apare
ció la silueta del hombre verde. La gente empezó a cru
zar la calle pisando las franjas blancas pintadas en la capa
negra del asfalto, nada hay que se parezca menos a la
cebra, pero así llaman a este paso. Los conductores, im
pacientes, con el pie en el pedal del embrague, mante
nían los coches en tensión, avanzando, retrocediendo,
como caballos nerviosos que vieran la fusta alzada en el
aire. Habían terminado ya de pasar los peatones, pero
la luz verde que daba paso libre a los automóviles tardó
aún unos segundos en alumbrarse. Hay quien sostiene
que esta tardanza, aparentemente insignificante, multi
plicada por los miles de semáforos existentes en la ciu
dad y por los cambios sucesivos de los tres colores de
cada uno, es una de las causas de los atascos de circula
ción, o embotellamientos, si queremos utilizar la expre
sión común.
Al fin se encendió la señal verde y los coches
arrancaron bruscamente, pero enseguida se advirtió
que no todos habían arrancado. El primero de la fila de
en medio está parado, tendrá un problema mecánico,
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se le habrá soltado el cable del acelerador, o se le aga
rrotó la palanca de la caja de velocidades, o una avería
en el sistema hidráulico, un bloqueo de frenos, un fallo
en el circuito eléctrico, a no ser que, simplemente, se
haya quedado sin gasolina, no sería la primera vez que
esto ocurre. El nuevo grupo de peatones que se está
formando en las aceras ve al conductor inmovilizado
braceando tras el parabrisas mientras los de los coches
de atrás tocan frenéticos el claxon. Algunos conducto
res han saltado ya a la calzada, dispuestos a empujar al
automóvil averiado hacia donde no moleste. Golpean
impacientemente los cristales cerrados. El hombre que
está dentro vuelve hacia ellos la cabeza, hacia un lado,
hacia el otro, se ve que grita algo, por los movimientos
de la boca se nota que repite una palabra, una no, dos,
así es realmente, como sabremos cuando alguien, al fin,
logre abrir una puerta, Estoy ciego.
Nadie lo diría. A primera vista, los ojos del hom
bre parecen sanos, el iris se presenta nítido, luminoso,
la esclerótica blanca, compacta como porcelana. Los
párpados muy abiertos, la piel de la cara crispada, las
cejas, repentinamente revueltas, todo eso, cualquiera
lo puede comprobar, son trastornos de la angustia.
En un movimiento rápido, lo que estaba a la vista de
sapareció tras los puños cerrados del hombre, como si
aún quisiera retener en el interior del cerebro la últi
ma imagen recogida, una luz roja, redonda, en un se
máforo. Estoy ciego, estoy ciego, repetía con deses
peración mientras le ayudaban a salir del coche, y las
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lágrimas, al brotar, tornaron más brillantes los ojos que
él decía que estaban muertos. Eso se pasa, ya verá, eso
se pasa enseguida,
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