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Actitudes Y Satisfaccion En El Trabajo


Enviado por   •  23 de Mayo de 2014  •  947 Palabras (4 Páginas)  •  237 Visitas

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e iluminó el disco amarillo. De los coches que se acer

caban, dos aceleraron antes de que se encendiera la

señal roja. En el indicador del paso de peatones apare

ció la silueta del hombre verde. La gente empezó a cru

zar la calle pisando las franjas blancas pintadas en la capa

negra del asfalto, nada hay que se parezca menos a la

cebra, pero así llaman a este paso. Los conductores, im

pacientes, con el pie en el pedal del embrague, mante

nían los coches en tensión, avanzando, retrocediendo,

como caballos nerviosos que vieran la fusta alzada en el

aire. Habían terminado ya de pasar los peatones, pero

la luz verde que daba paso libre a los automóviles tardó

aún unos segundos en alumbrarse. Hay quien sostiene

que esta tardanza, aparentemente insignificante, multi

plicada por los miles de semáforos existentes en la ciu

dad y por los cambios sucesivos de los tres colores de

cada uno, es una de las causas de los atascos de circula

ción, o embotellamientos, si queremos utilizar la expre

sión común.

Al fin se encendió la señal verde y los coches

arrancaron bruscamente, pero enseguida se advirtió

que no todos habían arrancado. El primero de la fila de

en medio está parado, tendrá un problema mecánico,

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se le habrá soltado el cable del acelerador, o se le aga

rrotó la palanca de la caja de velocidades, o una avería

en el sistema hidráulico, un bloqueo de frenos, un fallo

en el circuito eléctrico, a no ser que, simplemente, se

haya quedado sin gasolina, no sería la primera vez que

esto ocurre. El nuevo grupo de peatones que se está

formando en las aceras ve al conductor inmovilizado

braceando tras el parabrisas mientras los de los coches

de atrás tocan frenéticos el claxon. Algunos conducto

res han saltado ya a la calzada, dispuestos a empujar al

automóvil averiado hacia donde no moleste. Golpean

impacientemente los cristales cerrados. El hombre que

está dentro vuelve hacia ellos la cabeza, hacia un lado,

hacia el otro, se ve que grita algo, por los movimientos

de la boca se nota que repite una palabra, una no, dos,

así es realmente, como sabremos cuando alguien, al fin,

logre abrir una puerta, Estoy ciego.

Nadie lo diría. A primera vista, los ojos del hom

bre parecen sanos, el iris se presenta nítido, luminoso,

la esclerótica blanca, compacta como porcelana. Los

párpados muy abiertos, la piel de la cara crispada, las

cejas, repentinamente revueltas, todo eso, cualquiera

lo puede comprobar, son trastornos de la angustia.

En un movimiento rápido, lo que estaba a la vista de­

sapareció tras los puños cerrados del hombre, como si

aún quisiera retener en el interior del cerebro la últi­

ma imagen recogida, una luz roja, redonda, en un se

máforo. Estoy ciego, estoy ciego, repetía con deses

peración mientras le ayudaban a salir del coche, y las

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lágrimas, al brotar, tornaron más brillantes los ojos que

él decía que estaban muertos. Eso se pasa, ya verá, eso

se pasa enseguida,

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