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Adriana, escucha un momento mis palabras


Enviado por   •  20 de Abril de 2015  •  393 Palabras (2 Páginas)  •  229 Visitas

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Adriana, escucha un momento mis palabras,

haz a un lado el velo que te agiganta,

cierra el libro a través del cual nos hablaste un día

escucha:

estas manos, que antes eran vanas,

no sabían de escuelas, no sabían de aulas,

ignoraban todo, eran sólo humanas

que a puros reflejos se desarrollaban.

Hoy Adriana, estas cansadas manos

solo cuentan a retazos y suman con los dedos

los incontables muertos que hoy te acompañan.

Son estas mis manos, Adriana

las que palpan la vida, sin tocarla

que sienten el dolor y la tragedia

de tu prolongada ausencia en esta patria.

Haces falta… hace falta tu llegada

para enseñar con la palabra sedienta

como se lucha detrás de la trinchera ensombrecida,

cómo ensanchar el alma revolucionaria…

cuando está herida,

cómo luchar juntas, sin tregua hasta el nuevo día

cómo hacer de las noches oscuras que hoy son eternas

mañanas de risa y primaveras.

Y en el trasegar de tu vida Adriana,

hiciste un milagro, prendiste la hoguera.

me pregunto una y mil veces, tantas como el tiempo

¿cómo llegar a ti mi recordada compañera

como enseñar a las otras, tus miles de esfuerzos?

tu vasta ternura, tu días de desvelo

la noble paciencia, tu vida sacrificada.

Me faltan palabras, me sobra el aliento

para dedicarte un bello recuerdo

que vaya en mi pecho y en mi pensamiento,

que me guíe en la vida en todo momento.

Ahora estás aquí frente a mí, en silencio,

tal vez meditando como cambian los tiempos

que avanza la ciencia, también sus secretos,

que nosotras mismas estamos creciendo.

Pero estás aquí, sólo aquí y no dices nada;

tu voz que en el mundo es oda sagrada,

ha quedado tranquila, callada,

sin pedir aplausos, ni gloria, ni fama.

Sólo un epitafio recuerda tu nombre,

una tumba sola y una cruz con tu nombre,

un recuerdo magro de aquellos luchadores

que cultivando tus sueños, hoy se hicieron hombres.

Que tristeza, Adriana, me aprisiona el alma

de ver esta tumba rodeada de calma,

pero sola, sin voces de estudiantes que a gritos te llaman;

la ciudad blanca está sin alma

las aulas del alma mater ya no te reclaman.

Que ingrato es el pago de la especie humana,

de todos los pueblo y en todas las razas;

hoy te vitorean si les haces falta,

mañana, si mueres, ya nadie te extraña.

Tu voz, Adriana, que casi nadie recuerda,

se queda contigo, al morir te la llevas,

Pero cuando alguien grite:

¿Dónde está Adriana?

Yo, tu camarada

...

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