Adriana, escucha un momento mis palabras
Enviado por flor24maria1955 • 20 de Abril de 2015 • 393 Palabras (2 Páginas) • 226 Visitas
Adriana, escucha un momento mis palabras,
haz a un lado el velo que te agiganta,
cierra el libro a través del cual nos hablaste un día
escucha:
estas manos, que antes eran vanas,
no sabían de escuelas, no sabían de aulas,
ignoraban todo, eran sólo humanas
que a puros reflejos se desarrollaban.
Hoy Adriana, estas cansadas manos
solo cuentan a retazos y suman con los dedos
los incontables muertos que hoy te acompañan.
Son estas mis manos, Adriana
las que palpan la vida, sin tocarla
que sienten el dolor y la tragedia
de tu prolongada ausencia en esta patria.
Haces falta… hace falta tu llegada
para enseñar con la palabra sedienta
como se lucha detrás de la trinchera ensombrecida,
cómo ensanchar el alma revolucionaria…
cuando está herida,
cómo luchar juntas, sin tregua hasta el nuevo día
cómo hacer de las noches oscuras que hoy son eternas
mañanas de risa y primaveras.
Y en el trasegar de tu vida Adriana,
hiciste un milagro, prendiste la hoguera.
me pregunto una y mil veces, tantas como el tiempo
¿cómo llegar a ti mi recordada compañera
como enseñar a las otras, tus miles de esfuerzos?
tu vasta ternura, tu días de desvelo
la noble paciencia, tu vida sacrificada.
Me faltan palabras, me sobra el aliento
para dedicarte un bello recuerdo
que vaya en mi pecho y en mi pensamiento,
que me guíe en la vida en todo momento.
Ahora estás aquí frente a mí, en silencio,
tal vez meditando como cambian los tiempos
que avanza la ciencia, también sus secretos,
que nosotras mismas estamos creciendo.
Pero estás aquí, sólo aquí y no dices nada;
tu voz que en el mundo es oda sagrada,
ha quedado tranquila, callada,
sin pedir aplausos, ni gloria, ni fama.
Sólo un epitafio recuerda tu nombre,
una tumba sola y una cruz con tu nombre,
un recuerdo magro de aquellos luchadores
que cultivando tus sueños, hoy se hicieron hombres.
Que tristeza, Adriana, me aprisiona el alma
de ver esta tumba rodeada de calma,
pero sola, sin voces de estudiantes que a gritos te llaman;
la ciudad blanca está sin alma
las aulas del alma mater ya no te reclaman.
Que ingrato es el pago de la especie humana,
de todos los pueblo y en todas las razas;
hoy te vitorean si les haces falta,
mañana, si mueres, ya nadie te extraña.
Tu voz, Adriana, que casi nadie recuerda,
se queda contigo, al morir te la llevas,
Pero cuando alguien grite:
¿Dónde está Adriana?
Yo, tu camarada
...