Carta A Dios
Enviado por • 6 de Febrero de 2013 • 984 Palabras (4 Páginas) • 581 Visitas
UNA CARTA A DIOS
Gregorio López y Fuentes
I.
La casa —única en todo el valle— estaba en lo alto de un cerro bajo. Desde allí se veían el río y, junto al corral, el campo de maíz maduro con las flores del frijol que siempre prometían una buena cosecha.
Lo único que necesitaba la tierra era una lluvia, o a lo menos un fuerte aguacero. Durante la mañana, Lencho —que conocía muy bien el campo— no había hecho más que examinar el cielo hacia el noreste.
—Ahora sí que viene el agua, vieja.
Y la vieja, que preparaba la comida, le respondió:
—Dios lo quiera.
Los muchachos más grandes trabajaban en el campo, mientras que los más pequeños jugaban cerca de la casa, hasta que la mujer les gritó a todos:
—Vengan a comer…
Fue durante la comida cuando, como lo había dicho Lencho, comenzaron a caer grandes gotas de lluvia. Por el noreste se veía avanzar grandes montañas de nubes. El aire estaba fresco y dulce.
El hombre salió a buscar algo en el corral solamente para darse el gusto de sentir la lluvia en el cuerpo, y al entrar exclamó:
—Estas no son gotas de agua que caen del cielo; son monedas nuevas; las gotas grandes son monedas de diez centavos y la gotas chicas son de cinco…
II.
Y miraba con ojos satisfechos el campo de maíz maduro con las flores del frijol, todo cubierto por la transparente cortina de la lluvia. Pero, de pronto, comenzó a soplar un fuerte viento y con las gotas de agua comenzaron a caer granizos muy grandes. Esos sí que parecían monedas de plata nueva. Los muchachos, exponiéndose a la lluvia, corrían a recoger las perlas heladas.
—Esto sí que está muy malo —exclamaba mortificado el hombre —ojalá que pase pronto…
No pasó pronto. Durante una hora cayó el granizo sobre la casa, la huerta, el monte, el maíz y todo el valle. El campo estaba blanco, como cubierto de sal. Los árboles, sin una hoja. El maíz, destruido. El frijol, sin una flor. Lencho, con el alma llena de tristeza. Pasada la tempestad, en medio del campo, dijo a sus hijos:
—Una nube de langostas habría dejado más que esto… El granizo no ha dejado nada: no tendremos ni maíz ni frijoles este año…
La noche fue de lamentaciones:
—¡Todo nuestro trabajo, perdido!
—¡Y nadie que pueda ayudarnos!
—Este año pasaremos hambre…
Pero en el corazón de todos los que vivían en aquella casa solitaria en medio del valle, había una experanza: la ayuda de Dios.
III.
—No te aflijas tanto, aunque el mal es muy grande. ¡Recuerda que nadie se muere de hambre!
—Eso dicen: nadie se muere de hambre…
Y durante la noche, Lencho pensó mucho en su sola esperanza: la ayuda de Dios, cuyos ojos, según le habían explicado, lo miran todo, hasta lo que está en el fondo de las conciencias.
Lencho era un hombre rudo, trabajando como una bestia en los campos, pero sin embargo sabía escribir.
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