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Casa De Munecas Dialogo


Enviado por   •  20 de Octubre de 2012  •  1.345 Palabras (6 Páginas)  •  1.830 Visitas

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KROGSTAD.

Como es natural, lo hizo usted en seguida, porque, pasados unos cinco o seis días, me devolvió el mismo documento con la firma de su padre. Y entonces cobró usted el dinero.

NORA.

Sí, bien. ¿Y no he ido pagando con regularidad?

KROGSTAD.

Poco más o menos. Pero, volviendo a lo de antes... Aquéllos eran tiempos bastante difíciles para usted, señora...

NORA. Lo eran, sí.

KROGSTAD. Y su padre estaba muy enfermo, creo,

NORA.

Muriéndose.

KROGSTAD.

¿Y murió poco después?

NORA. Sí.

KROGSTAD.

Dígame, señora, ¿recuerda usted, por casualidad, la fecha de la muerte de su padre?

NORA.

Papá murió el veintinueve de septiembre.

KROGSTAD.

Exactamente. Lo sabía. Por eso mismo (Saca un papel), no acabo de explicarme cierta particularidad...

NORA,

¿Qué particularidad? No caigo...

KROGSTAD.

Es sorprendente, señora, que su padre firmara el documento tres días después de su muerte. (NORA guarda silencio) ¿Puede explicármelo usted? (NORA. permanece callada.) También es singular que la fecha dos de octubre y el año, no estén escritos por la mano de su padre, sino por otra mano que creo reconocer... Bueno; eso es explicable. Puede que su padre se olvidara de fechar la firma, y que lo haya hecho cualquiera antes de saber su muerte. En eso no hay nada malo. Lo que importa es la firma. Me figuro que será auténtica, ¿verdad? Porque supongo que sería su propio padre quien puso su nombre...

NORA. (Tras de una corta pausa, levanta desdeñosamente la cabeza y le mira con resolución.) No, no fue él. Fui yo misma quien escribió el nombre de papá.

KROGSTAD.

Oiga, señora, ¿se percata usted de lo grave que es esa confesión?

NORA.

¿Por qué, si pronto va usted a percibir su dinero?...

KROGSTAD.

¿Me permite otra pregunta? ¿Por qué razón no envió usted el papel a su padre?

NORA.

Era imposible: ¡estaba papá tan enfermo! Si le hubiese pedido la firma, también habría tenido que concretarle en qué se invertiría el dinero. ¿Y cómo iba a decirle, tan enfermo como estaba, que peligraba la vida de mi marido? Era imposible.

KROGSTAD.

En tal caso, lo mejor para usted habría sido prescindir de ese viaje al extranjero.

NORA.

Era no menos imposible. Ese viaje iba a traer la salvación de mi marido, y no podía yo desistir de él.

KROGSTAD.

¿Y no se le ocurrió a usted que estaba cometiendo una estafa en contra mía?

NORA.

No podía pararme a pensar en esas cosas. Para nada me cuidaba de usted. Se me hacía odioso por la frialdad de los razonamientos que oponía a mis deseos, aun sabiendo el peligro en que estaba mi marido.

KROGSTAD.

Señora, con toda evidencia desconoce usted la gravedad de lo que ha hecho. Sólo le diré que lo que hice yo cuando perdí toda mi posición social no fue ni más ni menos que eso.

NORA.

¿Usted? ¿Quiere convencerme de que ha hecho algún sacrificio por salvar la vida de su mujer?

KROGSTAD.

A las leyes no les importan los motivos.

NORA.

Pues son unas leyes muy malas.

KROGSTAD.

Malas o no... si yo presento este documento a las autoridades, será usted condenada por esas leyes.

NORA.

Me resisto a creerlo. ¿Acaso una hija no tiene derecho a evitar a su anciano padre moribundo inquietudes y disgustos? ¿Acaso una esposa no tiene derecho a salvar la vida de su esposo? Yo no conozco las leyes a fondo; pero estoy segura de que en algún sitio se dice que esas cosas están permitidas. ¿Y usted, procurador, no se ha enterado de ello? Debe de ser bastante mal jurista, señor Krogstad.

KROGSTAD.

Posiblemente. Pero en negocios como los que median entre usted y yo, espero que concederá que soy bastante entendido. Bien. Haga lo que quiera, aunque conste que, si me hundo por segunda vez, irá usted a hacerme compañía. (Saluda y vase.)

NORA. (Se queda largo rato pensativa.

Levantando la cabeza.)

¡Bah, querrá asustarme! Pero no soy tan cándida. (Empieza a ordenar la ropa de los niños, que abandona pronto.) Aunque... ¡No, no es posible! Si lo hice por amor...

Los NIÑOS. (A la puerta de la izquierda.) ¡Mamá, se ha ido el hombre!

NORA.

Sí, sí; ya lo sé. Pero no habléis más de él, ¿habéis oído? ¡Ni a papá!

Los NIÑOS.

No, mamá. ¿Jugamos ya?

NORA.

No, no; ahora no.

Los NIÑOS.

¡Oh, mamá! nos lo habías prometido.

NORA.

Sí; pero ahora no puedo: tengo mucho que hacer. Andad, marchaos3 hijos míos. (Empujándolos cariñosamente, cierra la puerta tras ellos. Se sienta en el sofá, toma su labor y da algunas puntadas, interrumpiéndose luego.) ¡No! (Deja caer su labor,

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