Comentario Texto San Manuel Bueno, mártir
Enviado por SaraGroH • 24 de Octubre de 2013 • 1.868 Palabras (8 Páginas) • 1.829 Visitas
COMENTARIO DE UN FRAGMENTO DE SAN MANUEL BUENO, MÁRTIR
[…]Y no me olvidaré jamás del día en que diciéndole yo: «Pero, Don Manuel, la verdad, la verdad ante todo», él, temblando, me susurró al oído -y eso que estábamos solos en medio del campo-: «¿La verdad? La verdad, Lázaro, es acaso algo terrible, algo intolerable, algo mortal; la gente sencilla no podría vivir con ella». «¿Y por qué me la deja entrever ahora aquí, como en confesión?», le dije. Y él: «Porque si no, me atormentaría tanto, tanto, que acabaría gritándola en medio de la plaza, y eso jamás, jamás, jamás. Yo estoy para hacer vivir a las almas de mis feligreses, para hacerles felices, para hacerles que se sueñen inmortales y no para matarles. Lo que aquí hace falta es que vivan sanamente, que vivan en unanimidad de sentido, y con la verdad, con mi verdad, no vivirían. Que vivan. Y esto hace la Iglesia, hacerles vivir. ¿Religión verdadera? Todas las religiones son verdaderas en cuanto hacen vivir espiritualmente a los pueblos que las profesan, en cuanto les consuelan de haber tenido que nacer para morir, y para cada pueblo la religión más verdadera es la suya, la que le ha hecho. ¿Y la mía? La mía es consolarme en consolar a los demás, aunque el consuelo que les doy no sea el mío». Jamás olvidaré estas sus palabras.
El texto corresponde a San Manuel Bueno, mártir, una de las obras noventayochistas más representativas del Unamuno agónico: del Unamuno que lucha entre la fe y la razón y se plantea cuestiones sobre la eternidad y la existencia humana.
Este texto reproduce el momento en que Lázaro cuenta a su hermana cómo se enteró del secreto de Don Manuel y cómo le atrapó para siempre su testimonio y el proceder del sacerdote, pues ello contribuye a hacer felices a las gentes del pueblo, que necesitan un asidero para consolarse de las cuitas del vivir diario. Parece concluir que lo mejor para ser felices en la vida terrena es vivir en la ignorancia.
Don Manuel, Unamuno, está convencido de que su sentido en la vida es uno y que la vida es la propia lucha entre la fe y la razón. Esta sabiduría es el “fondo del abismo” de la filosofía unamuniana, fondo que impulsa al hombre a dar el “salto en el vacío” sin ninguna garantía racional que lo justifique (en palabras de Kierkegaard1, en la línea del existencialismo religioso). Es decir, una vez conocidas sus limitaciones y careciendo del recurso de aferrarse a la fe, el hombre opta por mirarse en sí mismo y SALIR al mundo queriendo oponerse a la amenaza de la Nada, queriendo vivir. Esta conciencia máxima de compromiso es el Dios para Unamuno.
En el texto, Don Manuel desecha la “verdad trágica” (dictada por la razón, según la cual el hombre es un ser destinado a la muerte, y la inmortalidad del alma es sólo una ilusión inventada por el hombre para hacer más soportable la existencia) y opta por una felicidad ilusoria (aquella que se basa en la fe en Dios y en la inmortalidad del alma. Así, el hombre vive feliz y tiene paz interior, alimentando la esperanza en la vida eterna). Lo contrario de lo que harían los existencialistas Sartre o Camus, Kierkegaard). Así, cuando Lázaro dice: “La verdad ante todo”, don Manuel contesta:”Con mi verdad no vivirían”. Él quiere hacer a los hombres felices: “que se sueñen inmortales”, así que opta por darles el consuelo de la Iglesia.
Desde este punto de vista, todas las religiones son aparatos bien construidos para que la gente sea feliz, lo que le lleva a proclamar que no hay una sola religión verdadera. Cada pueblo se hace de una a su medida y la de su parroquia es la católica. La de Don Manuel, la de Unamuno es consolar de haber tenido que nacer para morir. Este es su Dios.
Recordemos que en la España de 1930, fecha en que se escribe la novela, no había la libertad religiosa de nuestros días ni existía el Estado aconfesional que recoge nuestra Constitución actual. Eran tiempos convulsos de fin de la Dictadura de Primo de Rivera y proclamación de la Segunda República, en los que los del 98 son permeables a las corrientes irracionalistas europeas y lanzan en sus narraciones ideas tan “modernas” como las de Don Manuel, aunque sea temblando y susurrando al oído, en secreto, en medio del campo como en confesión, como recuerda Lázaro en su conversación.
¿Es, entonces, “ético” fingir la “verdad”? Esto habría que plantearlo desde el contexto histórico propio de finales del s. XIX de “Crisis de la Razón” y en el marco del Relativismo – otra corriente filosófica propia de esta época y de estos tiempos indudablemente- que nos lleva a replantearnos el concepto de “Verdad”.
Recordemos las palabras de Machado en Proverbios y Cantares: “Tu verdad, no, la verdad, y ven conmigo a buscarla, la tuya guárdatela”.
El autor plantea el problema de la inmortalidad, sin darle solución. No dice claramente que exista o no, queda en el plano de la ambigüedad, de la duda. No piensa de forma absoluta e inflexible o extremista D. Manuel que “Su verdad” sea la única y verdadera. Y él sufre enormemente con ella. D. Manuel afirma:
- “La verdad es acaso algo terrible”.
Al final de la novela, Ángela dice:
- “ Acaso murieron creyendo no creer y en el último momento se les cayó la venda”.
El “fingimiento” de D. Manuel , en mi opinión, habría que interpretarlo en este sentido: si su verdad es relativa y, a la vez, terrible ¿para
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