Cuento: La Ciudad de la Luz
Enviado por GloriaGlos • 15 de Junio de 2017 • Tarea • 1.418 Palabras (6 Páginas) • 345 Visitas
Mireles Medrano, Adán Joel
Grupo 6oB
Probabilidad y Estadística
Del Avión a la Ciudad de la Luz
A temprana hora de una fresca mañana, salté de mi cama para asegurarme de tener todo listo para mi viaje. Me encontraba tan emocionado por mi futura visita a París que no pude evitar hacer ruido moviendo cosas de un lugar para otro. Accidentalmente desperté a mis padres, quienes estaban bien enterados de mi entusiasmo.
—¿Necesitas que te ayudemos con algo hijo?— preguntó dulcemente mi madre.
—No gracias má, solo ando buscando mi gorro para pedir un taxi e ir al aeropuerto— respondí.
—Tu papá me dijo que él mismo podía llevarte— añadió ella.
—Prefiero dejarlo descansar, anoche se acostó tarde— le dije mientras sacaba mi gorro de entre los cojines del sofá.
Poco tiempo después, llamé al taxi. Fueron nueve minutos los transcurridos para que el vehículo llegara, sentí como si hubieran sido más de treinta. Me despedí verbalmente de mis padres mientras me dirigía a la puerta y, con una grande chamarra y la cabeza protegida del frío, salí de casa con mi maleta de viaje y algunas bolsas. El taxista, un hombre moreno y antiestético, salió del coche con una sonrisa que descubría su horrible dentadura. Ofreció ayudarme con las cosas que cargaba y accedí. Al entrar al taxi, no tenía el más mínimo interés de hablar con aquel hombre, pero mi emoción por el viaje era tanta que no pude evitar decirle hacia dónde me dirigía. Le conté acerca de mis planes y mi pasión por los museos de arte e historia durante el transcurso al aeropuerto.
Llegar a la terminal despertó en mí un sentimiento más grande de alegría. Me sentía tan agradecido con el taxista que le di una buena cantidad de dinero como propina.
—¡Que te vaya bien por allá!— exclamó aquel señor feo mientras yo caminaba hacia la entrada del aeropuerto.
Noventa minutos después, se encontraba ya a mi izquierda la ventana que me permitiría ver desde lo alto el territorio de mi ciudad y posteriormente el mar que separa a los continentes. Estaba por fin a pocas horas de conocer la Torre Eiffel, la Catedral de Notre Dame, el Museo de Louvre y muchas otras atracciones. Compartí en Facebook mi ubicación y agregué: “¡Listo para conocer La Ciudad de La Luz!” como descripción. En un periodo de pocos minutos, comentaron en mi publicación más de veinte amigos deseándome un buen viaje y los mejores deseos. Mientras respondía a sus mensajes, llegó a mi derecha un señor de unos cincuenta años de edad al cual no saludé. Pude notar que sacó de su pequeño maletín un cuadernillo en el cual observé múltiples fórmulas o cálculos los cuales no me parecían familiares. Sin lugar a dudas, era él un matemático, físico o ingeniero profesional. De la nada, este señor voltea hacia mí:
—Oye , ¿llegaste acá en taxi?— preguntó con una voz cuyo tono grave me impresionó.
—Así es, ¿por qué pregunta?— respondí rápidamente, y cuestionando su duda.
—Ah, por nada. Solo quería aportarle un dato curioso: ¿sabía usted que era diez veces más probable que murieras en ese taxi a que sufras un accidente en este avión?— añadió con tono de burla.
—De eso no estaba enterado, ¿cómo lo sabe?— le pregunté.
—Es cuestión de analizar los datos de múltiples aeropuertos y hospitales, cosas de las que se encarga un estadístico— respondió.
—Tiene sentido— agregué con un tono de voz desinteresado en el tema.
Al parecer juzgué mal su profesión pero estuve cerca de atinar. La verdad es que lo que me dijo causó interés en mí pero decidí acabar con la conversación. Continué respondiendo comentarios a mi publicación hasta que una ayudante de vuelo me pidió que apagara mi dispositivo electrónico. Los siguientes minutos me dediqué a imaginar lo hermosa que sería París mientras miraba por la ventana los movimientos del avión antes de despegar. Me sentía agradecido por estar sentado varias filas por detrás del ala del avión, la vista era mejor. Observé como el avión se alineaba con la pista y aceleraba. Escuché el efecto que producía el aumento de la velocidad, despertaba nuevamente alegría, era inevitable sonreír. Fue lindo ver la manera en que el avión se apartaba del suelo y cómo el horizonte era cada vez más claro. Hasta este momento, el día de hoy iba muy bien.
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