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De Memoria Y Olvido


Enviado por   •  13 de Marzo de 2013  •  904 Palabras (4 Páginas)  •  613 Visitas

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De memoria y olvido

Yo, señores, soy de Zapotlán el Grande. Un pueblo que de tan grande nos hicieron Ciudad Guzmán hace cien años. Pero nosotros seguimos siendo tan pueblo que toda vía le decimos Zapotlán. ES un valle redondo de maíz, un circo de montañas sin más adorno que su buen temperamento , un cielo azul y una laguna que viene y se va como un delgado sueño. Desde mayo hasta diciembre se ve la estatura pareja y creciente de las milpas. A veces le decimo Zapotlán de Orozco porque allí nació José Clemente, el de los pinceles violentos. Como paisano suyo, siento que nací al pie de un volcán. A propósito de volcanes, la ortografía de mi pueblo incluye otras dos cumbres, además del pintor: el nevado que se llama de colima, aunque todo él está en tierra de Jalisco. Apagado, el hielo en el invierno lo decora. Pero el otro está vivo. En 1912 nos cubrió de cenizas y los viejos nos recuerdan con pavor esta leve experiencia pompeyana : Se hizo la noche en pleno día y todos creyeron en el juicio final. Para no ir más lejos, el año pasado estuvimos asustados con brotes de lava, rugidos y fumarolas . Atraídos por el fenómeno, los geólogos vinieron a saludarnos, nos tomaron la temperatura y el pulso, les invitamos una copa de ponche de granada y nos tranquilizaron en plan científico: esta bomba que tenemos bajo la almohada puede estallar tal vez hoy en la noche o un día cualquiera dentro de los próximos diez mil años.

Yo soy el cuarto hijo de unos padres que tuvieron catorce y que viven toda vía para contarlo, gracias a Dios. Como ustedes ven, nos soy un niño consentido. Arreolas y Zúñigas disputan en mi alma como perros su antigua querella domestica de incrédulos y devotos . Unos y otros parecen unirse allá muy lejos en común origen vascongado . Pero mestizos a buena hora, en sus venas circulan sin discordia las sangres que hicieron a México, junto con la de una monja francesa que les entró quién sabe por dónde. Hay historias de familia que más valía no contar porque mi apellido se pierde o se gana bíblicamente entre los sefarditas de España. Nadie sabe si Don Juan de Abad, mi bisabuelo, se puso Arreola para borrar una última fama de converso (abad de abba, que es padre en arameo ). No sé preocupen, no voy a plantar aquí un árbol genealógico ni a tender la arteria que me traiga sangre plebeya desde el copista del Cid, o el nombre de la espuria Torre de Quevedo. Palabra de honor. Procedo en línea recta de dos antiquísimos linajes: soy herrero por parte de madre y carpintero a título paterno. De allí mi pasión artesanal del lenguaje.

Nací en el año de 1918, en el estrago de la gripa española, día de San Mateo Evangelista y Santa Ifigenia Virgen, entre pollos, puercos, chivos, guajolotes, vacas, burros y caballos. Di los primeros pasos seguido precisamente por un borrego negro que se salió del corral. Tal es el antecedente de la angustia duradera que da color

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