EL RUISEÑOR Y LA ROSA
Enviado por • 11 de Abril de 2014 • 2.026 Palabras (9 Páginas) • 313 Visitas
O. Wilde
Ella dijo que bailaría conmigo si le llevaba unas rosas rojas –exclamó el joven estudiante, pero no hay en todo mi jardín una sola rosa roja.
Desde su nido de la encina lo oyó el ruiseñor miró por entre las hojas asombrado.
–¡No hay ni una sola rosa roja en todo mi jardín!– gritaba el estudiante.
Y sus bellos ojos se llenaron de lágrimas.
–¡Ah, de que cosa más insignificantes depende la felicidad! He leído todo cuanto han escrito los sabios; poseo todos los secretos de la filosofía, sin embargo, tengo que sentirme desdichado por falta de una rosa roja.
–He aquí por fin, el verdadero enamorado dijo el ruiseñor. Le he cantado todas las noches, aun sin conocerlo; noche tras noche he contado su historia a las estrellas, y ahora lo veo. Su cabellera es oscura como la flor del jacinto y sus labios rojos como la rosa que desea; pero la pasión ha tornado su rostro pálido como el marfil y la tristeza le ha marcado su frente con su sello.
–El príncipe da un baile mañana por la noche –murmuraba el joven estudiante– y mi amada asistirá a la fiesta. Si le llevo una rosa roja, bailará conmigo hasta el amanecer. Si le llevo una rosa roja, la estrecharé entre mis brazos. Reclinará su cabeza sobre mi hombro y su mano descansará en la mía.
Pero como no hay rosas rojas en mi jardín, tendré que estar solo y ella no me hará ningún caso. No se fijará en mí para nada y mi corazón se desgarrará.
–He aquí el verdadero enamorado– se dijo el ruiseñor. Sufre todo lo que canto; todo lo que es alegría para mí, para él es dolor. Realmente el amor es una cosa maravillosa. Es más precioso que las esmeraldas y más raro que los finos ópalos. Perlas y granadas no pueden comprarlo porque no se halla expuesto en el mercado. No puede comprarse al vendedor ni pesarlo en la balanza para el oro.
–Los músicos estarán en su estrado– decía el joven estudiante. Tocarán sus instrumentos y mi amada bailará a los sones del arpa y del violín. Bailará tan vaporosamente que sus pies no tocarán el suelo y los cortesanos, con sus alegres atavíos, la rodearán solícitos. Pero conmigo no bailará, porque no tengo una rosa roja que darle.
Y dejándose caer al en el césped escondió su cara entre las manos y lloró.
–¿Por qué llora?– preguntó una lagartija verde correteando cerca de él con su cola levantada.
–Sí, ¿por qué?– dijo una mariposa que revoloteaba persiguiendo un rayo de sol.
–Eso es, ¿por qué?– murmuró una margarita a su vecina, con una dulce vocecilla.
–Llora por una rosa roja– dijo el ruiseñor.
–¿Por una rosa roja?– Exclamaron– ¡Qué ridiculez!
Y la lagartija que era algo cínica, se echó a reír con todas sus ganas.
Pero el ruiseñor, que comprendía el secreto de la pena del estudiante, permaneció silencioso en la encina reflexionando en el misterio del amor.
De pronto desplegó sus alas oscuras y emprendió el vuelo.
Pasó por el bosque como una sombra, y como una sombra cruzó el jardín.
En el centro del prado se levantaba un hermoso rosal, y al verlo voló hacia él y se posó sobre una ramita.
–Dame una rosa roja– gritó. Y te cantaré mi canción más dulce.
Pero el rosal sacudió su cabeza.
–mis rosas son blancas– contestó. Tan blancas como la espuma del mar, más blancas que la nieve de la montaña.
Pero ve en busca del hermano mío que crece alrededor del viejo reloj de sol, y quizá él te dé lo que quieres.
El ruiseñor voló hacia el rosal que crecía en torno al viejo reloj de sol.
–Dame una rosa roja– gritó. Y te cantaré mi canción más dulce.
–Mis rosas son amarillas– respondió. Tan amarillas como los cabellos de las sirenas que se sientan en un trono de ámbar y más amarillas que el narciso que florece en el prado antes que llegue el segador con su hoz. Pero ve en busca de mi hermano, el que crece debajo de la ventana del estudiante.
–Dame una rosa roja– gritó. Y te cantaré mi canción más dulce.
Pero el rosal sacudió la cabeza.
–Mis rosas son rojas– respondió– tan rojas como las patas de las palomas. Y más rojas que los grandes abanicos de coral que el océano mece en sus abismos. Pero el invierno ha helado mis venas, la escarcha ha marchitado mis botones, la borrasca ha partido mis ramas, y no tendré ya rosas en todo este año.
–No necesito más que una rosa roja– gritó el ruiseñor. Sólo una rosa roja. ¿¡No hay medio para poder conseguirla?
–Hay un medio– respondió el rosal, pero es tan terrible que no me atrevo a decírtelo.
–Si quieres una rosa roja– dijo el rosal– tienes que hacerla con música a la luz de la luna, y teñirla con la sangre de tu propio corazón. Cantarás para mí, con el pecho en una espina. Apoyado en una espina. Cantarás para mí durante toda la noche y la espina te atravesará el corazón y la sangre de tu vida correrá por mis venas y se convertirá en mi propia sangre.
–La muerte es un alto precio para pagar una rosa roja– exclamó el ruiseñor– y todo el mundo ama la vida. Es grato posarse en el bosque y mirar al sol en su carro de oro y a la luna en su carro de perlas. Dulce es el olor del espino y dulces son las campanillas que se esconden en el valle y el brezo que florece en la colina. Sin embargo, el amor es mejor que la vida, y ¿qué es el corazón de un pájaro comparado con el de un hombre?
El joven estudiante permanecía sentado en el césped, allí donde lo dejara, y las lágrimas no se habían secado aún en sus bellos ojos.
–¡Sé feliz– gritó el ruiseñor. ¡Sé feliz –tendrás tu rosa roja! La crearé con música a la luz de la luna y la teñiré con la sangre de mi propio corazón. Lo único que te pido a cambio es que seas un verdadero
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