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EL RUISEÑOR Y LA ROSA


Enviado por   •  11 de Octubre de 2014  •  2.189 Palabras (9 Páginas)  •  277 Visitas

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OSCAR WILDE

EL RUISEÑOR

Y LA ROSA

1

Gentileza de El Trauko

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El Ruiseñor y la Rosa Oscar Wilde

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EL RUISEÑOR Y LA ROSA

Oscar Wilde

—Ella me prometió que bailaría conmigo si le llevaba rosas rojas —murmuró el Estudiante—; pero en

todo el jardín no queda ni una sola rosa roja.

El Ruiseñor le estaba escuchando desde su nido en la encina, y lo miraba a través de las hojas; al oír

esto último, se sintió asombrado.

—¡Ni una sola rosa roja en todo el jardín! —repitió el Estudiante con sus ojos llenos de lágrimas—.

¡Ay, es que la felicidad depende hasta de cosas tan pequeñas! Ya he estudiado todo lo que los sabios

han escrito, conozco los secretos de la filosofía y sin embargo, soy desdichado por no tener una rosa

roja.

—Por fin tenemos aquí a un enamorado auténtico —se dijo el ruiseñor—. He estado cantándole noche

tras noche, aunque no lo conozco; y noche tras noche le he contado su historia a las estrellas; y por fin lo

veo ahora. Su cabello es oscuro como la flor del jacinto, y sus labios son tan rojos como la rosa que

desea; pero la pasión ha hecho palidecer su rostro hasta dejarlo del color del marfil, y la tristeza ya le

puso su marca en la frente.

—El Príncipe da el baile mañana por la noche —seguía quejándose el Estudiante—, y allí estará mi

amada. Si le llevo una rosa roja bailará conmigo hasta el amanecer. Si le llevo una rosa roja la estrecharé

entre mis brazos, y ella apoyará su cabeza sobre mi hombro, y apoyará su mano en la mía. Pero como no

hay ni una sola rosa roja en mi jardín, tendré que sentarme solo, y ella pasará bailando delante mío, sin

siquiera mirarme y se me romperá el corazón.

—Este sí que es un auténtico enamorado verdadero —seguía pensando el Ruiseñor—. Yo canto y él

sufre; lo que para mí es alegría, para él es dolor. No cabe duda que el amor es una cosa admirable, más

preciosa que las esmeraldas y más rara que los ópalos blancos. Ni con perlas ni con ungüentos se lo

puede comprar, porque no se vende en los mercados. No se puede adquirir en el comercio ni pesar en

las balanzas del oro.

—Los músicos estarán sentados en su estrado —decía el Estudiante—, y harán surgir la música de

sus instrumentos, y mi amada bailará al son del arpa y el violín. Ella bailará tan levemente, que sus pies

casi no tocarán el suelo, y los cortesanos, con sus trajes fastuosos, formarán corro en torno suyo para

admirarla. Pero conmigo no bailará, porque no tengo una rosa roja para darle.

Y se arrojó sobre la hierba, y ocultando su rostro entre las manos, se puso a llorar amargamente.

—¿Por qué está llorando? —preguntó una lagartija verde que pasaba frente a él con la cola al aire.

—¿Sí, por qué? —murmuraba una margarita a su vecina, con voz dulce y tenue.

—Está llorando por una rosa roja —explicó el Ruiseñor.

—¿Por una rosa roja? —exclamaron las otras en coro. ¡Qué ridiculez!

La lagartija, que era un poco cínica, se puso a reír a carcajadas. Sólo el Ruiseñor comprendía el

secreto de la pena del Estudiante y, posado silenciosamente en la encina, meditaba sobre el misterio del

amor.

Por último, desplegó sus alas oscuras y se elevó en el aire. Cruzó como una sombra a través de la

avenida, y como una sombra se deslizó por el jardín.

En medio del prado había un magnífico rosal, y el Ruiseñor voló hasta posársele en una de sus

ramas.

—Necesito una rosa roja —le dijo. Dámela y yo te cantaré mi canción más dulce.

Pero el rosal negó sacudiendo su ramaje.

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Gentileza de El Trauko

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—Mis rosas son blancas —le contestó—, como la espuma del mar y más blancas que la nieve de la

montaña. Pero ve donde mi hermana que crece al lado del viejo reloj de sol, y puede ser que ella te

proporcione la flor que necesitas.

El Ruiseñor voló hacia el gran rosal que crecía junto al viejo reloj de sol.

—Dame una rosa roja —le dijo—, y te cantaré mi canción más dulce.

Pero el rosal negó sacudiendo su follaje.

—Mis rosas son amarillas —contestó—, tan amarillas como el cabello de la sirena que se sienta en un

trono de ámbar, y más amarillas que el Narciso que florece en el prado. Pero anda a ver a mi hermano,

que crece al pie de la ventana del Estudiante, y quizás él pueda darte la flor que necesitas.

El Ruiseñor voló entonces hasta el viejo rosal que crecía al pie de la ventana del Estudiante.

—Dame una rosa roja —le dijo—, y yo te cantaré mi canción más dulce.

Pero el rosal negó sacudiendo su follaje.

—Rojas son, en efecto, mis rosas —contestó—; tan rojas como las patas de las palomas, y más rojas

que los abanicos de coral que relumbran en las cavernas del océano. Pero el invierno heló mis venas, y

la escarcha marchitó mis capullos, y la tormenta rompió mis ramas y durante todo este año no tendré

rosas rojas.

—Una rosa roja es todo lo que necesito —exclamó el Ruiseñor—; ¡sólo una rosa roja! ¿No hay

manera alguna de que la pueda obtener?

—Hay una manera —contestó el rosal—, pero es tan terrible que no me atrevo a decírtela.

—Dímela —repuso el Ruiseñor—. Yo no me asustaré.

—Si quieres una rosa roja —dijo el rosal—, tienes que construirla con tu música, a la luz de la luna, y

teñirla con la sangre de tu corazón. Debes cantar con tu pecho apoyado sobre una de mis espinas.

Debes cantar toda la noche, hasta que la espina atraviese tu corazón y la sangre de tu vida fluirá en mis

venas y se hará mía...

—La propia muerte es un precio muy alto por una rosa roja —murmuró el Ruiseñor—, y la vida es

dulce para todos. Es agradable detenerse en el bosque verde y ver al sol viajando en su carroza de oro y

a la luna en su carroza de perlas. Es muy dulce el aroma del espino, y también son dulces las

campanillas azules que crecen en el valle y los brezos que florecen en el collado. Sin embargo, el Amor

es mejor que la vida, y, por último, ¿qué es el corazón de un ruiseñor comparado con el corazón de un

hombre enamorado?

Y, desplegando sus alas oscuras, el ruiseñor se elevó en el aire, cruzó por el jardín como una sombra,

y como una sombra se deslizó a través de la avenida.

El Estudiante

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