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El Diosero"la Totoya"


Enviado por   •  30 de Octubre de 2013  •  2.556 Palabras (11 Páginas)  •  523 Visitas

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El diosero

Para esta digitalización, se ha insertado la portada original de la 6ª reimpresión en 1974 en la página anterior. El proyecto ―Al fin liebre ediciones digitales‖ intenta hacer referencias a todos los datos originales posibles de las publicaciones de donde se toman los textos.

Tomado de:

ROJAS GONZÁLEZ, Francisco. El diosero. «col. Letras Mexicanas». 1ª ed. México. Fondo de Cultura Económica, 1952. «Colección Popular.» 6ª reimpresión. México. Fondo de Cultura Económica, 1974). 131 pp.

* Los números de página no se corresponden con el original.

De esta digitalización:

Diseño de portada

Froy-Balam

Imagen de portada

―Lacandones man‖ fotografía de Everardt, disponible en:

<http://www.travelpod.com/travel-photo/everardt/everards-trip/1170959160/42_lacondones_man_-_only_900_left_img_0357.jpg/tpod.html>

Digitalizado en Xalapa, Ver.

¿Cómo citar este documento?

ROJAS GONZÁLEZ, Francisco. El diosero. [en línea] Xalapa, Ver., AL FIN LIEBRE EDICIONES DIGITALES. 2009. 96 pp. [ref. –aquí se pone la fecha de consulta: día del mes de año-]. Disponible en Web:

<www.alfinliebre.blogspot.com>

AL FIN LIEBRE EDICIONES DIGITALES

2 0 0 9

ÍNDICE

01. LA TONA ...................................................................................................... 6

02. LOS NOVIOS .............................................................................................. 13

03. LAS VACAS DE QUIVIQUINTA .............................................................. 19

04. HÍCULI HUALULA .................................................................................... 26

05. EL CENZONTLE Y LA VEREDA ............................................................. 35

06. LA PARÁBOLA DEL JOVEN TUERTO ................................................... 41

07. LA VENGANZA DE ―CARLOS MANGO‖ .............................................. 46

08. NUESTRA SEÑORA DE NEQUETEJÉ .................................................... 54

09. LA CABRA EN DOS PATAS ..................................................................... 61

10. EL DIOSERO .............................................................................................. 69

11. LOS DIEZ RESPONSOS ............................................................................ 78

12. LA PLAZA DE XOXOCOTLA .................................................................. 84

13. LA TRISTE HISTORIA DEL PASCOLA CENOBIO ............................... 89

LA TONA

EL DIOSERO Francisco Rojas González

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Crisanta descendió por la vereda que culebreaba entre los peñascos de la loma clavada entre la aldehuela y el río, de aquel río bronco al que tributaban los torrentes que, abriéndose paso entre jarales y yerbajos, se precipitaban arrastrando tras sí costras de roble hurtadas al monte. Tendido en la hondonada, Tapijulapa, el pueblo de indios pastores. Las torrecitas de la capilla, patinadas de fervores y lamosas de años, perforaban la nube aprisionada entre los brazos de la cruz de hierro.

Crisanta, india joven, casi niña, bajaba por el sendero; el aire de la media tarde calosfriaba su cuerpo encorvado al peso de un tercio de leña; la cabeza gacha y sobre la frente un manojo de cabellos empapados de sudor. Sus pies —garras a ratos, pezuñas por momentos— resbalaban sobre las lajas, se hundían en los líquenes o se asentaban como extremidades de plantígrado en las planadas del senderillo… Los muslos de la hembra, negros y macizos, asomaban por entre los harapos de la enagua de algodón, que alzaba por delante hasta arriba de las rodillas, porque el vientre estaba urgido de preñez… la marcha se hacía más penosa a cada paso; la muchacha deteníase por instantes a tomar alientos; mas luego, sin levantar la cara, reanudaba el camino con ímpetus de bestia que embistiera al fantasma del aire.

Pero hubo un momento en que las piernas se negaron al impulso, vacilaron. Crisanta alzó por primera vez la cabeza e hizo vagar sus ojos en la extensión. En el rostro de la mujercita zoque cayó un velo de angustia; sus labios temblaron y las aletas de su nariz latieron, tal si olfatearan. Con pasos inseguros la india buscó las riberas; diríase llevada entonces por un instinto, mejor que impulsada por un pensamiento. El río estaba cerca, a no más de veinte pasos de la vereda. Cuando estuvo en las márgenes, desató el ―mecapal‖ anudado en su frente y con apremios depositó en el suelo el fardo de leña; luego, como lo hacen todas las zoques, todas:

la abuela,

la madre,

la hermana,

la amiga,

la enemiga,

remangó hasta arriba de la cintura su faldita andrajosa, para sentarse en cuclillas, con las piernas abiertas y las manos crispadas sobre las rodillas amoratadas y ásperas. Entonces se esforzó al lancetazo del dolor. Respiró profunda, irregularmente, tal si todas las dolencias hubiéransele anidado en la garganta. Después hizo de sus manos, de aquellas manos duras, agrietadas y rugosas de fatigas, utensilios de consuelo, cuando las pasó por el excesivo vientre ahora convulso y acalambrado. Los ojos escurrían lágrimas que

EL DIOSERO Francisco Rojas González

8

brotaban de las escleróticas congestionadas. Pero todo esfuerzo fue vano. Llevó después sus dedos, únicos instrumentos de alivio, hasta la entrepierna ardorosa, tumefacta y de ahí los separó por inútiles… Luego los encajó en la tierra con fiereza y así los mantuvo, pujando rabia y desesperación… De pronto la sed se hizo otra tortura… y allá fue, arrastrándose como coyota, hasta llegar al río: tendióse sobre la arena, intentó beber, pero la náusea se opuso cuantas veces quiso pasar un trago; entonces mugió si desesperación y rodó en la arena entre convulsiones. Así la halló Simón su marido.

Cuando el mozo llegó hasta su Crisanta, ella lo recibió con palabras duras en lengua zoque; pero Simón se había hecho sordo. Con delicadeza la levantó en brazos para conducirla a su choza, aquel jacal pajizo, incrustado en la falda de la loma. El hombrecito depositó en el petate la carga trémula de dos vidas y fue en busca de Altagracia, la comadrona vieja que moría de hambre en aquel pueblo en donde las mujeres se las arreglaban solas, a orillas del río, sin más ayuda que sus manos, su esfuerzo y sus gemidos.

Altagracia vino al jacal seguida de Simón. La vieja encendió un manojo de ocote que dejó arder sobre una olla, en seguida, con ademanes complicados y posturas misteriosas, se arrodilló sobre la tierra apisonada, rezó un credo al revés, empezando por el ―amén‖ para

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