El Gran Emancipador
Enviado por adri_gocha • 2 de Septiembre de 2013 • Ensayo • 1.779 Palabras (8 Páginas) • 319 Visitas
El Gran Emancipador
Cuenta la leyenda que, cuando John Ford le ofreció el papel de Abraham Lincoln a Henry Fonda, este se rehusó porque no quería interpretar a una cara tallada en piedra. Cuando se enteró, Ford llamó al actor a su oficina y le dijo: "¿Qué es esa estupidez de que no querés interpretar a Lincoln? No vas a ser el Gran Emancipador. Vas a hacer del abogado de Springfield, Illinois; el chico torpe que monta una mula porque no tiene con qué comprarse un caballo". Fonda aceptó protagonizar El joven Lincoln (1939), y 70 años más tarde fue Daniel Day-Lewis quien rehusó interpretar - ahora sí - al Gran Emancipador, al presidente de la cara tallada en piedra. Tuvo que aparecer otro guión (a cargo de Tony Kushner, autor de Ángeles en América), y tuvo que insistir Steven Spielberg para que finalmente el actor irlandés aceptase ponerse en la piel del 16º presidente de Estados Unidos.
Solo que Lincoln, retratado por ese enorme actor que es Day-Lewis y por la dupla Kushner-Spielberg, no es una figura de mármol sino que parece haber descendido del gran Memorial de Washington D.C. para convertirse en un ser humano, con todas sus luces y sombras. Abraham Lincoln es aquí un hombre envejecido, defectuoso, herido por tragedias personales y colectivas, por momentos autoritario pero también tierno y encantador cuando debe serlo. Incluso bromista, dueño de un socarrón sentido del humor; le encanta contar historias y se toma su tiempo para hacerlo, aún cuando se trate de una increíble historia sobre un cuadro de George Washington sobre un retrete... No es un Lincoln solemne, como suelen serlo los personajes históricos en las "grandes" películas biográficas; es un padre de familia y servidor público en el ocaso de su vida, enfrentado al momento más decisivo de su carrera política: ponerle fin a la sangrienta guerra civil que divide al país desde hace cuatro años, y lograr la aprobación de la 13ª enmienda constitucional que aboliría la esclavitud.
Debe ser una de las películas más estáticas en la filmografía de Spielberg, casi un film de cámara; de hecho uno abandona la sala con la sensación de haber asistido a un unipersonal de Daniel Day-Lewis (por el cual segura y merecidamente reciba el tercer Oscar de su carrera), en el que todo lo demás (incluyendo un elenco de decenas de personajes de los que es casi imposible acordarse) son mero recuerdo, casi enunciaciones necesarias para narrar la historia, para contextualizar la época y el conflicto, y las estratégicas decisiones en juego para cambiar el curso de la historia. Adquieren relevancia, eso sí, la perturbada Mary Todd Lincoln que hace Sally Field; el Thaddeus Stevens (rival de Lincoln) a cargo de Tommy Lee Jones; y el inefable W.N. Bilbo (un irreconocible James Spader) contratado por el Secretario de Estado William Seward (David Strathairn) para "comprar" los votos necesarios que aseguren la aprobación de la enmienda en el Congreso.
Sería injusto, sin embargo, decir que semejante acumulación de personajes difícil de retener se debe necesariamente a un defecto del guión de Kushner; creo que en realidad es producto de la enorme actuación de su protagonista. Day-Lewis domina toda la película no sólo con su imponente presencia física, que devuelve a la vida a una figura mítica, sino por la riqueza de detalles con los que viste y humaniza a su personaje más allá de los discursos y los vericuetos políticos. Su manera de inclinar la cabeza buscando las palabras justas frente a sus rivales y colaboradores, la mezcla de enfado y compasión con que se dirige a su quebrada esposa, la abrupta bofetada hacia un hijo que pelea por elegir su camino. Y el silencio; aún cuando guarda silencio, y espera, el Lincoln de Daniel Day-Lewis es imponente, conmovedor, casi fantasmal.
Lincoln es un film visualmente exquisito, rico en detalles de fotografía y dirección de arte, pero hecho de conversaciones en despachos y pasillos, en dormitorios y carrozas. La guerra casi no está presente explícitamente, a excepción de un breve prólogo en el que blancos y negros se matan unos a otros en el barro (y que recuerda al brutal comienzo de Rescatando al soldado Ryan, aquella otra película de Spielberg sobre otro momento crucial en la historia), de algunos rastros de la destrucción y pilas de cadáveres que se acumulan, y de formar parte casi permanentemente de los discursos y los diálogos de los personajes. Asegurar la paz era el reclamo generalizado, aún a expensas de una emancipación de los esclavos que no era vista como prioridad por gran parte del sistema político y de la sociedad.
Lincoln es un film sobre política, sobre cómo se practica y se ejerce la democracia, sobre sus virtudes y sus flaquezas. Sobre las negociaciones interminables, las presiones y la persuasión de la palabra, tanto en 1865 como ahora. Sobre el gesto adecuado, el apretón de manos, la broma dicha al pasar para aflojar la tensión justo antes de ponerse firmes. Y, por supuesto, sobre el peso del poder, y en ese sentido sería interesante compararla con esa contracara en la historia política estadounidense que es Nixon, de Oliver Stone (1995). Dentro de la filmografía de Spielberg, Lincoln constituye un interesante díptico con Amistad (1997), esa otra mirada a la tragedia de la esclavitud pero desde el punto de vista de las víctimas. Esta vez, en cambio, los negros son meramente espectadores de cómo los blancos, en la Cámara de Representantes, negociaban su libertad y
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