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El Medico De Lhasa


Enviado por   •  9 de Diciembre de 2012  •  4.342 Palabras (18 Páginas)  •  445 Visitas

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Hacia lo desconocido

Nunca me había sentido tan helado, tan sin esperanzas y desgraciado.

Incluso en los desolados páramos de Chang Tang, a seis mil metros o más

sobre el nivel el mar, donde los vientos bajo cero y cargados de arena fustigaban

y arañaban la piel descubierta hasta hacerle sangre, me había sentido

más protegido que ahora. Aquel frío no era tan doloroso como el miedo

helado que atenazaba mi corazón -pues abandonaba mi amada Lhasa-, al

volverme y ver por debajo de mí aquellas diminutas figuras sobre las techumbres

del Potala y por encima de ellas una cometa solitaria meciéndose

en la leve brisa e inclinándose hacia mí como si dijera: «Adiós; los días en

que volabas en las cometas se han terminado, y ahora te esperan asuntos

más serios». Para mí, aquella cometa era un símbolo: una cometa en la inmensidad

azul, unida a su hogar por una fina cuerda. Me iba hacia la inmensidad

del mundo que hay tras el Tibet, yo también sostenido por la fina

cuerda de mi amor por Lhasa. Me dirigí hacia el extraño y terrible mundo

más allá de mi pacífico país. Se me apretó el corazón cuando le volví la espalda

a mi ciudad y, con mis compañeros de viaje partí para lo desconocido.

Ellos también se quedaron tristes, pero tenían el consuelo de saber que

después de dejarme en Chungking a unas mil millas, podían regresar a casa.

Regresarían y en el viaje de vuelta les estimularía pensar que a cada paso

que daban estaban más cerca de Lhasa. Yo, en cambio, tenía que continuar

viendo países extraños, gente nueva y pasando por experiencias cada

vez más ajenas a mi mundo tibetano.

La profecía que hicieron sobre mi futuro cuando tenía siete años había

predicho que ingresaría en una lamasería, que empezaría preparándome para

chela, que luego pasaría a ser trappa y así sucesivamente hasta que pudiera

examinarme para lama. Des pués, según dijeron los astrólogos, tendría

que abandonar el Tibet, dejar a mis padres y todo lo que yo amaba para ir a

lo que nosotros llamábamos la China bárbara. Estudiaría en Chungking para

completar mi educación de médico y cirujano. Según los sacerdotes astrólogos,

me vería implicado en guerras, me harían prisionero extrañas gentes

y tendría que vencer toda tentación y todo sufrimiento para dedicarme a

ayudar a los necesitados. Me dijeron que mi vida sería dura y que el sufriEl

médico de Lhasa Tuesday Lobsang Rampa

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miento, el dolor y la ingratitud habían de ser mis constantes compañeros.

¡Cuánta ra zón tenían!

Con estos pensamientos en mi mente -y no eran en absoluto alegresdi

la orden de proseguir nuestro camino. Como precaución, en cuanto perdimos

de vista a Lhasa, nos apeamos de nuestros caballos y nos aseguramos

de que estaban cómodos y de que las sillas no quedaban demasiado

apretadas ni que ya se estuvieran aflojando. Nuestros caballos habían de ser

nuestros fieles compañeros durante el viaje y teníamos que cuidar de ellos

por lo menos tanto como de nosotros mismos. Atendidos esos detalles y

consolados al saber que los caballos iban a gusto, volvimos a montar y, con

la vista puesta resueltamente en el horizonte, proseguimos.

Fue a principios de 1927 cuando salimos de Lhasa y nos dirigimos

lentamente hacia Chotang, a orillas del Brahmaputra. Sostuvimos varias

discusiones sobre qué ruta sería la más conveniente. El Brahmaputra es un

río que conozco bien, pues volé por encima de sus fuentes en una estribación

del Himalaya cuando tuve la fortuna de volar en una de las cometas

que llevan pasajeros. En el Tibet considerábamos a ese río con gran respeto,

pero esta reverencia nada era para la que se le tenía en otros sitios. A

centenares de kilómetros de su desembocadura, en la bahía de Bengala, se

le tenía por sagrado, casi tan sagrado como Benares. Se nos decía que el

Brahmaputra era el que forma la bahía de Bengala. En los días primitivos

de la historia, era un río rápido y profundo y, mientras fluía casi en línea

recta desde las montañas, dragaba el suave suelo y formaba la maravillosa

bahía. Seguimos el curso del río por los pasos montañosos hasta Sikang. En

los días antiguos y felices, siendo yo muy joven, Sikang formaba parte del

Tibet, era una de sus provincias. Entonces los ingleses hicieron una incursión

en Lhasa y los chinos se animaron a la in vasión y capturaron Sikang.

Entraron en esa región de nuestro país con intenciones asesinas. Mataron,

violaron, saquearon, y se quedaron con Sikang. Instalaron allí funcionarios

chinos. Los que habían sido expulsados de otros sitios eran enviados a Sikang

como castigo. Desgraciadamente para ellos, el Gobierno chino no los

apoyaba. Tenían que arreglárselas lo mejor que podían. Vimos que estos

funcionarios chinos eran como marionetas, hombres ineficaces de los que

se reían los tibetanos. A veces fingíamos obedecerles, pero sólo por cortesía.

En cuanto volvían la espalda, hacíamos lo que nos apetecía.

Nuestro viaje continuó lentamente. Llegamos a una lamasería en donde

podíamos pasar la noche. Como yo era lama, incluso un abad, una Encarnación

Reconocida, nos dieron la mejor acogida de que eran capaces los

monjes. Además, yo viajaba con la protección personal del Dalai Lama y

esto pesaba mucho para ellos.

El médico de Lhasa Tuesday Lobsang Rampa

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Seguimos hasta Kanting. Ésta es una ciudad-mercado de sobra conocida

por las ventas de yaks, pero, sobre todo, como centro exportador del té

que nos gusta tanto a los tibetanos. Ese té venía de China y no eran las

hojas corrientes de té sino más bien un compuesto químico. Contenía té,

pedacitos de twig, soda, salpetre y algunas cosas más, porque en el Tibet no

abundan tanto los alimentos como en algunos otros países, de modo que

nuestro té había de servirnos como una especie de sopa a la vez que como

bebida. En Kanting el té era mezclado y lo presentaban en bloques o «ladrillos

» como se les suele llamar. Esos eran de tal tamaño y peso que podían

cargarse en los caballos y después en los yaks que los transportaban cruzando

las altas cordilleras hasta Lhasa. Allí lo vendían en el mercado y así

se distribuía por todo

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