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El Mercader De Venecia (Resumido)


Enviado por   •  3 de Octubre de 2013  •  4.020 Palabras (17 Páginas)  •  294 Visitas

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• ANTONIO

• BASSANIO

• GRACIANO

• SALARINO

• LORENZO

• SHYLOCK

• LAUNCELOT

• STEPHANO

• PORCIA

• NERISSA

• JESSICA

Magníficos de Venecia, Funcionarios del Tribunal de Justicia, un

Carcelero, Criados de PORCIA y otras personas del acompañamiento.

ESCENA - Parte en Venecia y parte en Belmont, residencia de Porcia, en el Continente.

Acto I

Escena I

Venecia - Una calle

(Entran ANTONIO y SALARINO.)

ANTONIO.- En verdad, ignoro por qué estoy tan triste. Me inquieta. Y me ha vuelto tan pobre de espíritu, que me cuesta gran trabajo reconocerme.

SALARINO.- Vuestra imaginación se balancea en el océano, donde vuestros enormes navíos, contemplan desde lo alto de su grandeza a la gente menuda de las pequeñas naves mercantes. Creedme señor; si yo corriera semejantes riesgos, la mayor parte de mis aprecios se hallarían lejos de aquí, junto a mis esperanzas. ¿Podría reflexionar evitando la consideración de que me causaría tristeza? Además, sin necesidad de que me lo digáis, sé que usted está triste porque piensa en sus mercancías.

ANTONIO.- No, creedme; mi riqueza no depende tampoco de las desgracias del año presente; no es la suerte de mis mercancías lo que me entristece.

SALARINO.- Pues entonces es que estás enamorado.

ANTONIO.- ¡Quita, quita!

SALARINO.- ¿Ni enamorado tampoco? Pues acordemos en que estás triste porque no estás alegre. ¡Oh! Aquí llega Bassanio, vuestro nobilísimo pariente, con Graciano y Lorenzo. Que os vaya bien; os dejaré con mejor compañía.

ANTONIO.- Vuestro mérito es muy caro a mis ojos. Tengo la seguridad de que vuestros asuntos personales os reclaman, y aprovecháis esta ocasión para partir.

(Entran BASSANIO, LORENZO y GRACIANO.)

SALARINO.- Buenos días, mis buenos señores.

BASSANIO.- Buenos señores, decidme, ¿cuándo tendremos el placer de reír juntos? ¿Cuándo, decidme?

SALARINO.- Dispondremos nuestros ocios para hacerlos servidores de los vuestros.

(Sale SALARINO.)

LORENZO.- Señor Bassanio, vamos a dejaros con él.

BASSANIO.- No os faltaré.

GRACIANO.- Señor Antonio; tenéis demasiados miramientos con la opinión del mundo, os halláis extraordinariamente cambiado.

ANTONIO.- No tengo al mundo más que por lo que es, Graciano: un teatro donde cada cual debe representar su papel, y el mío es bien triste.

GRACIANO.- Te lo digo, Antonio, hay una especie de hombres que se mantienen en un mutismo obstinado, con objeto de darse una reputación de sabiduría, de gravedad y profundidad, como si quisieran decir: «Yo soy el señor Oráculo, y cuando abro la boca, que ningún perro ladre.» Venid, mi buen Lorenzo. Que lo paséis bien, en tanto. Acabaré mis exhortaciones después de la comida.

LORENZO.- Bien, os dejaremos entonces hasta la hora de comer.

GRACIANO.- Bien; hazme compañía siquiera dos años, y no conocerás el timbre de tu propia voz.

ANTONIO.- Adiós; esta conversación acabará por hacerme charlatán.

GRACIANO.- Tanto mejor, a fe mía; pues el silencio no es recomendable más que en una lengua de vaca ahumada y en una doncella que no pudiera venderse.

(Salen GRACIANO y LORENZO.)

ANTONIO.- ¿Todo eso tiene algún sentido?

BASSANIO.- Graciano es el hombre de Venecia que gasta la más admirable cantidad de miserias.

ANTONIO.- Exacto; ahora, decidme: ¿quién es esa dama por la que habéis hecho voto de emprender una secreta peregrinación, de que me prometisteis informar hoy?

BASSANIO.- No ignoráis, Antonio, hasta qué punto he liberado mi fortuna por haber querido mantener un lujo más precioso del que me permitían mis débiles medios. A vos es, a quien debo más en cuanto a dinero y amistad.

ANTONIO.- Os lo ruego, mi buen Bassanio, hacédmelos conocer, y si se hallan de acuerdo con el honor, tened por seguro que mi bolsa, mi persona, mis últimos recursos, en fin, estarán todos a vuestro servicio en esta ocasión.

BASSANIO.- En el tiempo en que yo era colegial, si me sucedía perder una flecha, lanzaba otra, de igual alcance y en la misma dirección, observándola más cuidadosamente, de manera que descubriera la primera; y así, arriesgando dos, las encontraba.

ANTONIO.- Me conocéis bien, y, por tanto, perdéis vuestro tiempo conmigo en rodeos. Me hacéis indiscutiblemente más daño poniendo en duda la absoluta sinceridad de mi afecto, que si hubieseis derrochado mi fortuna entera. Decidme, pues, simplemente lo que debo hacer.

BASSANIO.- Hay en Belmont una rica heredera; es bella, y más bella aún por sus maravillosas virtudes. Varias veces he recibido de sus ojos encantadores mensajes sin palabras. Su nombre es Porcia.

ANTONIO.- Sabes que toda mi fortuna está en el mar y que no tengo ni dinero ni proporciones de levantar por el momento la suma que te sería necesaria. Aun así, estoy dispuesto a agotar hasta la última moneda para que puedas ir a Belmont, morada de la bella Porcia. Ve sin tardanza a enterarte dónde se puede encontrar dinero; haré lo mismo por mi lado, y no dudo que lo encuentre.

(Salen.)

Escena II

Belmont - Habitación en la casa de Porcia

(Entran PORCIA y NERISSA.)

PORCIA.- Bajo mi palabra, Nerissa, que mi pequeña persona está fatigada de este gran mundo.

NERISSA.- Tendríais razón para estarlo, dulce señora, si vuestras miserias fueran tan abundantes como vuestras prosperidades.

PORCIA.- Buenas máximas y bien expresadas.

NERISSA.- Valdrían más si estuvieran bien observadas.

PORCIA.- Si hacer fuese tan fácil, las capillas serían iglesias, y las cabañas de los pobres, palacios de príncipes. Pero este razonamiento de nada me vale para ayudarme a escoger un esposo. ¿No es duro Nerissa, que no pueda ni escoger ni rehusar a nadie?

NERISSA.- Vuestro padre fue siempre virtuoso, y los hombres sabios tienen a su muerte nobles inspiraciones. Pero ¿cuál es la medida de vuestro afecto por esos pretendientes supremos que han venido ya?

PORCIA.- Te lo ruego, recítame la lista de sus nombres; según los enumeres te haré la descripción de ellos, y esta descripción te dará la medida de mi afecto.

NERISSA.- Primero está el príncipe napolitano.

PORCIA.- Sí, es un verdadero potro, pues no hace más que hablar de su caballo y señala entre el número de sus principales méritos el arte de herrarle por sí.

NERISSA.- Viene en seguida el conde palatino.

PORCIA.- No hace más que fruncir el entrecejo, como un hombre que quisiera

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