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El Origen De La Familia, La Propiedad Privada Y El Estado


Enviado por   •  9 de Octubre de 2013  •  2.221 Palabras (9 Páginas)  •  361 Visitas

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Las culturas latinoamericanas han estado asociadas estereotípicamente con el folclor, la música y el arte, pero pocas veces se incluye a sus pensadores en la historia de la filosofía occidental contemporánea. Este fenómeno responde a la distribución desigual del poder, que da plena difusión e importancia al pensamiento publicado en Europa Occidental y -a partir del siglo XIX- en los Estados Unidos. Sin embargo, desde la invasión colonial, la producción académica de lo que hoy se llama América Latina ha tenido presencia y relativa influencia en la civilización Occidental.

En la época colonial (siglos XV-XVIII), la filosofía estaba fundamentalmente dirigida por y hacia la formación religiosa. Pero dentro de un marco que no se ha considerado rigurosamente filosófico, hubo cronistas americanos, como el Inca Garcilaso de la Vega y Guamán Poma de Ayala en Perú, que tendieron interesantes puentes entre la cosmovisión europea y la de algunas civilizaciones amerindias. Para fines del siglo XVIII, los criollos educados en varias universidades de México, Buenos Aires, Lima, Caracas y Bogotá, comenzaron a aplicar las ideas de la Ilustración francesa para reflexionar sobre los caminos colectivos que deberían implementarse en América. Los esfuerzos por organizar naciones independientes de España durante todo el siglo XIX estuvieron orientados según estas ideas, que buscaban establecer modelos de origen francés e inglés dentro de las condiciones geográficas y demográficas propias de los nuevos países. Los nombres posiblemente más difundidos son los venezolanos Simón Rodríguez -cuyas ideas democráticas y pedagógicas eran proféticamente radicales- y Andrés Bello, quien propuso una visión de "lo americano" que reconciliara la herencia hispánica con la diferencia tropical. Más tarde, los modelos evolucionistas y positivistas se cultivaron con gran intensidad en México, Brasil, Chile y Argentina, paralelamente a un proceso de modernización económica y social basada en la dependencia de un producto de exportación para el consumo europeo.

A fines del siglo XIX, con la creciente influencia estadounidense en la región, grupos sustanciales de pensadores promovieron una imagen de unidad cultural que inició decisivamente el "latinoamericanismo" o la "búsqueda" de la identidad latinoamericana. Los dos autores más reconocidos de esa época son el uruguayo José Enrique Rodó y el cubano José Martí. El libro Ariel(1900), de Rodó, propuso un nítido programa de diferenciación educativa y cultural entre la América hispano-portuguesa en contraste con la anglosajona, con un tono fundamentalmente conservador. De una manera más transformadora, Martí sintetizó en el ensayo "Nuestra América" (1891) los ideales de producir modelos basados en la experiencia propia de cada región y de generar una ciudadanía supranacional en Iberoamérica: "el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país". La imperativa necesidad de conocer al pueblo de cada país y de desarrollar modelos humanistas basados en el análisis de las condiciones propias guió el trabajo de muchos pensadores latinoamericanos durante todo el siglo XX.

Después de la revolución mexicana, el intelectual y ministro de educación José Vasconcelos representó el entusiasmo por construir un pensamiento que incluyera la cosmogonía indígena tanto como la occidental. Su célebre visión de una "raza cósmica" presentaba un ideal por el cual trabajar con los elementos de mestizaje y mezcla cultural en Hispanoamérica. Por su parte, el mexicano Alfonso Reyes y el dominicano Pedro Henríquez Ureña, entre muchos otros, realizaron eruditos estudios que incluían una crítica literaria y filosófica rigurosa sobre la producción intelectual de la región. Pocos años después, el peruano José Carlos Mariátegui produjo influyentes análisis de la sociedad de su país con un modelo dialéctico marxista que muchos otros pensadores continuaron hasta la década de 1960. Su tesis fundamental consistía en la necesidad de concientizar a las masas trabajadoras y campesinas para que éstas produjeran un cambio radical de las condiciones de explotación y desigualdad económica en los países latinoamericanos.

La revolución cubana de 1959 y las profundas reformas del Concilio Vaticano II de la Iglesia Católica en 1962, generaron nuevos marcos de pensamiento dentro de los que numerosos pensadores produjeron la línea de reflexión que más trascendencia internacional ha tenido en América Latina. Fue una filosofía basada en el concepto de la liberación de los oprimidos, es decir, la construcción de condiciones materiales y educativas que permitieran superar la miseria económica de vastos sectores de la población. Por un lado, la hostil reacción norteamericana a los cambios sociales de Cuba demostró varios elementos de la Teoría de la Dependencia -cuyas bases se habían formado desde los años 1920-, que buscaba romper el ciclo de "atraso" con respecto al desarrollo industrial del Primer Mundo, evitando depender de un solo producto de exportación que fundamentalmente beneficiaba las economías de los países industrializados y a las élites locales. Según esta teoría, para romper este ciclo, era necesario promover medios de autosubsistencia financiera para cada nación, eliminar los altos índices de miseria y generar sistemas de gobierno que no fueran fácilmente manipulados por los intereses económicos de las grandes compañías multinacionales. Por otro lado, la "opción preferencial por los pobres" renovada en la Iglesia Católica, abrió espacio para una participación activa en los esfuerzos por organizar y participar en movimientos de reivindicación política, económica y social para los sectores marginados.

Varios teólogos cristianos, entre ellos el peruano Gustavo Gutiérrez y los brasileños Helder Cámara y Leonardo Boff, se basaron en las iniciativas del Concilio Vaticano II para formular un compromiso hacia el cambio social en América Latina por parte de las Iglesias Cristianas. Su trabajo teórico y práctico se hizo famoso mundialmente con el nombre de Teología de la Liberación. El fundamento teórico de esta doctrina se basa en el mensaje del Evangelio que da preferencia a los pobres y denuncia la injusticia. Inspirados en el mensaje cristiano, estos pensadores promueven una concepción anticapitalista de la vida y de la sociedad basada, no en el lucro, sino en el espíritu comunitario. Su aplicación práctica se expresa a través de comunidades de base en las zonas más pobres de las ciudades y los campos, en las que se fomenta la solidaridad, la dignidad y libertad de expresión, el estudio de la Biblia, y la movilización colectiva para reclamar los

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