El Ultimo Abencerraje
Enviado por jordyy • 5 de Enero de 2014 • 546 Palabras (3 Páginas) • 509 Visitas
las aventuras del último abencerraje françois auguste de chateaubriand cuando boabdil, último rey de granada, se vio obligado a abandonar el reino de sus
padres, se detuvo en la cima del monte padul, desde donde se descubría el mar en que el
desventurado monarca iba a embarcarse para el África; descubríase también a granada,
la vega y el genil, en cuyas orillas se alzaban las tiendas del campamento de fernando e
isabel. a la vista de tan delicioso país, y de los cipreses que aun señalaban aquí y acullá
los sepulcros de los musulmanes, boabdil rompió en acerbo llanto. su madre, la sultana
aïxa, que le acompañaba en el destierro con los grandes que un tiempo componían su
corte, le dijo: «Llora como una mujer la pérdida de un reino que no has sabido defender
como hombre.» bajaron de la montaña, y granada se ocultó para siempre a sus ojos.
los moros españoles, que compartieron la suerte de su rey, se dispersaron por el africa.
las tribus de los zegríes y los gomeles se establecieron en el reino de fez, de que eran
descendientes. los vangas y los alabes se detuvieron en la costa, desde orán hasta argel,
y por último, los abencerrajes fijaron su morada en las inmediaciones de túnez,
formando en frente de las ruinas de cartago una colonia que todavía se distingue de los
moros africanos por la elegancia de sus costumbres y la benignidad de sus leyes.
estas familias llevaron a su nueva patria el recuerdo de la antigua. el paraíso de granada
no se borraba de su memoria; las madres repetían su nombre a sus hijos aun en la
lactancia, y los adormecían con los romances de los zegríes y los abencerrajes. de cinco
en cinco días oraban en la mezquita volviéndose hacia granada, para conseguir de alá
restituyese a sus elegidos aquella tierra deliciosa. el país de los lotófagos ofrecía en vano
a los desterrados sus frutos, sus aguas, su frondosidad y su brillante sol; que lejos de las
torres rojas, no había ni frutos agradables, ni corrientes cristalinas, ni fresco verdor, ni
sol digno de ser admirado. si se mostraban a algún proscripto las llanuras del bragada,
sacudía tristemente la cabeza y exclamaba suspirando: -¡Granada!
los abencerrajes conservaban especialmente el más tierno y fiel recuerdo de la patria,
pues habían dejado con mortal amargura el teatro de su gloria, y las márgenes que tantas
veces hicieran resonar a este entusiasta grito de guerra: «¡honor y amor!» no pudiendo
ya manejar la lanza en los desiertos, ni cubrirse con el casco en una colonia de
labradores, habíanse consagrado al estudio de los simples, profesión tan estimada entre
los árabes como la de las armas. así, pues, la raza guerrera, que en otro tiempo abría
heridas, ocupábase
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