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El «Yo pecador» del artista


Enviado por   •  26 de Agosto de 2013  •  Tutorial  •  25.548 Palabras (103 Páginas)  •  324 Visitas

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Charles Baudelaire –

Poemas en prosa

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Índice

Poemas en prosa

- I -

El extranjero

- II -

La desesperación de la vieja

- III -

El «yo pecador» del artista

- IV -

Un gracioso

- V -

La estancia doble

- VI -

Cada cual, con su quimera

VII

El loco y la Venus

VIII

El perro y el frasco

IX

El mal vidriero

- X -

A la una de la mañana

- XI -

La «mujer salvaje» y la queridita

- XII -

Las muchedumbres

- XIII -

Las viudas

- XIV -

El viejo saltimbanqui

- XV -

El pastel

- XVI -

El reloj

- XVII -

Un hemisferio en una cabellera

- XVIII -

La invitación al viaje

- XIX -

El juguete del pobre

- XX -

Los dones de las hadas

- XXI -

Las tentaciones, o Eros, Pluto y la Gloria

- XXII -

El crepúsculo de la noche

- XXIII -

La soledad

- XXIV -

Los Proyectos

- XXV -

La hermosa Dorotea

- XXVI -

Los ojos de los pobres

- XXVII -

Muerte heroica

- XXVIII -

La moneda falsa

- XXIX -

El jugador generoso

- XXX -

La cuerda

- XXXI -

Las vocaciones

- XXXII -

El tirso

- XXXIII -

Embriagaos

- XXXIV -

¡Ya!

- XXXV -

Las ventanas

- XXXVI -

El deseo de pintar

- XXXVII -

Los beneficios de la Luna

- XXXVIII -

¿Cuál es la verdadera?

- XXXIX -

Un caballo de raza

- XL -

El espejo

- XLI -

El Puerto

- XLII -

Retratos de queridas

- XLIII -

El tirador galante

- XLIV -

La sopa y las nubes

- XLV -

El tiro y el cementerio

- XLVI -

Extravío de aureola

- XLVII -

La señorita Bisturí

- XLVIII -

Any Where Out of the World (En cualquier parte, fuera del mundo)

- XLIX -

¡Matemos a los pobres!

- L -

Los perros buenos

Epílogo

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Poemas en prosa

Baudelaire, Charles

- I -

El extranjero

-¿A quién quieres más, hombre enigmático, dime, a tu padre, a tu

madre, a tu hermana o a tu hermano?

-Ni padre, ni madre, ni hermana, ni hermano tengo.

-¿A tus amigos?

-Empleáis una palabra cuyo sentido, hasta hoy, no he llegado a

conocer.

-¿A tu patria?

-Ignoro en qué latitud está situada.

-¿A la belleza?

-Bien la querría, ya que es diosa e inmortal.

-¿Al oro?

-Lo aborrezco lo mismo que aborrecéis vosotros a Dios.

-Pues ¿a quién quieres, extraordinario extranjero?

-Quiero a las nubes..., a las nubes que pasan... por allá.... ¡a las

nubes maravillosas!

- II -

La desesperación de la vieja

La viejecilla arrugada sentíase llena de regocijo al ver a la linda

criatura festejada por todos, a quien todos querían agradar; aquel lindo

ser tan frágil como ella, viejecita, y como ella también sin dientes ni

cabellos.

Y se le acercó para hacerle fiestas y gestos agradables.

Pero el niño, espantado, forcejeaba al acariciarlo la pobre mujer

decrépita, llenando la casa con sus aullidos.

Entonces la viejecilla se retiró a su soledad eterna, y lloraba en un

rincón, diciendo: «¡Ay! Ya pasó para nosotras, hembras viejas,

desventuradas, el tiempo de agradar aun a los inocentes; ¡y hasta causamos

horror a los niños pequeños cuando vamos a darles cariño!»

- III -

El «yo pecador» del artista

¡Cuán penetrante es el final del día en otoño! ¡Ay! ¡Penetrante hasta

el dolor! Pues hay en él ciertas sensaciones deliciosas, no por vagas

menos intensas; y no hay punta más acerada que la de lo infinito.

¡Delicia grande la de ahogar la mirada en lo inmenso del cielo y del

mar! ¡Soledad, silencio, castidad incomparable de lo cerúleo! Una vela

chica, temblorosa en el horizonte, imitadora, en su pequeñez y

aislamiento, de mi existencia irremediable, melodía monótona de la

marejada, todo eso que piensa por mí, o yo por ello -ya que en la grandeza

de la divagación el yo presto se pierde-; piensa, digo, pero musical y

pintorescamente, sin argucias, sin silogismos, sin deducciones.

Tales pensamientos, no obstante, ya salgan de mí, ya surjan de las

cosas, presto cobran demasiada intensidad. La energía en el placer crea

malestar y sufrimiento positivo. Mis nervios, harto tirantes, no dan más

que vibraciones chillonas, dolorosas.

Y ahora la profundidad del cielo me consterna; me exaspera su

limpidez. La insensibilidad del mar, lo inmutable del espectáculo me

subleva... ¡Ay! ¿Es fuerza eternamente sufrir, o huir de lo bello

eternamente? ¡Naturaleza encantadora, despiadada, rival siempre

victoriosa, déjame! ¡No tientes más a mis deseos y a mi orgullo! El

estudio de la belleza es un duelo en que el artista da gritos de terror

antes de caer vencido.

- IV -

Un gracioso

Era la explosión del año nuevo: caos de barro y nieve, atravesado por

mil carruajes, centelleante de juguetes y de bombones, hormigueante de

codicia y desesperación; delirio oficial de una ciudad grande, hecho para

perturbar el cerebro del solitario más fuerte.

Entre todo aquel barullo y estruendo trotaba un asno vivamente,

arreado por un tipejo que empuñaba el látigo.

Cuando el burro iba a volver la esquina de una acera, un señorito

enguantado, charolado, cruelmente acorbatado y aprisionado en un traje

nuevo, se inclinó, ceremonioso, ante el humilde animal, y le dijo,

quitándose el sombrero: «¡Se lo deseo bueno y feliz!» Volviose después con

aire fatuo no sé a qué camaradas suyos, como para rogarles que añadieran

aprobación a su contento.

El asno, sin ver al gracioso, siguió corriendo con celo hacia donde

le llamaba el

...

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