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El estereotipo de don Juan


Enviado por   •  27 de Junio de 2016  •  Ensayo  •  1.238 Palabras (5 Páginas)  •  1.697 Visitas

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Claudia Masek. 83054

Siglo de Oro

7 de mayo de 2016

El estereotipo de don Juan

En la mayoría de las culturas, al hombre le gusta ser admirado, y por eso se acicala, se ejercita y pone un cuidado especial para elegir su ropa. Desafortunadamente, los latinos son diferentes, no solo les gusta ser admirados, su objetivo es cultivar el arte de seducir a las mujeres y, además, sienten una gran necesidad de presumir de su conquista, al estilo de Don Juan Tenorio, de El burlador de Sevilla, de Tirso de Molina: «Yo engañé y gocé a Isabela/la duquesa» (de Molina, 2002). Olvidan que un verdadero caballero disfruta de sus conquistas en silencio, porque: «Seducir es un arte, presumir un complejo» (Anónimo). El comportamiento donjuanesco es un estereotipo que ha permeado y es admirado en nuestra cultura latina, heredado de la España medieval. Este estereotipo de caballero lo cumple aquel que satisface su deseo de conquistar y presumir de sus conquistas, sin comprometerse en ninguna relación.

La leyenda de Don Juan pudo haberse popularizado en Europa durante la Edad Media, seguramente debió existir en las historias populares antes de dar vida a El burlador de Sevilla, que surgió con un tono moral y religioso, y pretendía enseñar que el hombre que vivía con un comportamiento licencioso era castigado: «y que castigo ha de haber/ para los que profanáis/ su nombre, y que es juez fuerte/ Dios en la muerte» (de Molina, 2002). El estereotipo de don Juan representaba la ruptura absoluta de todas las normas y reglas preestablecidas de la época. La Iglesia de la Edad Media daba una condena moral hacia este tipo de hombres que no seguían sus dogmas, y llevaban una vida dedicada a los placeres, buscando una vida con absoluta libertad, como el burlador que «tan satisfecho vive de su amor,/ desdichas teme?/ Sacadla, solicitadla,/ escribidla, y engañadla,/ y el mundo se abrase y queme» (de Molina, 2002).  La obra de Tirso de Molina nace siglo y medio después de terminada la Edad Media, en 1630, donde la moral condenaba, aun con más fuerza, cualquier desliz a las normas definidas por una mentalidad rígida de la época de la Contrarreforma.  Es por esto que el burlador termina trágicamente, abrasado por el fuego del infierno: «Que me quemo! ¡Que me abraso! / Muerto soy» (de Molina, 2002).

Sin embargo, a pesar de toda la mala publicidad que se trató de dar a Don Juan, el efecto fue contrario. Parece que lo que permeó fue el carpe diem, ya que ser un Don Juan es un halago, y la meta que quieren alcanzar muchos. Este estereotipo cataloga a un hombre como capaz de conquistar a cualquier mujer y, además, ellas caerán rendidas a sus pies.  A partir de esta definición, debemos otorgarle un papel determinante para lograr este objetivo a la mujer, ya que primero es la madre la que lo moldea y lo prepara para que lleve a cabo su rol de macho, que como experta -debido al trato recibido de su padre, hermanos y pareja- conoce a la perfección, y luego, en el transcurso de su vida tiene a muchas mujeres necesitadas de tener ese tipo de relación. Estas relaciones las desvalorizan y el círculo vicioso se perpetúa, dándole más prestigio a estos canallas y hundiendo más a sus víctimas, como le ocurrió a Tisbea, la pescadora, «Gozóme al fin, y yo propia/ le di a su rigor las alas,/ en dos yeguas que crïé,/ con que me burló y se escapa» (de Molina, 2002).

Como les pasa a los escritores que se inmortalizan, en el caso del Burlador de Sevilla, se conoce la característica del personaje, pero la gente no lee la obra por lo que se frivoliza el mito y la condición humana que denuncia el autor queda relegada.  Tirso de Molina quiso dibujar un personaje egoísta, que decide dejar a un lado la religión, la conducta y las leyes, para dar rienda suelta a su pasión, y por eso es castigado con la muerte.  Primero es el rey quien quiere castigarlo: «Atrevimiento temerario! Y dónde/ ahora está?» (de Molina, 2002), y al final, se espera que «Dios te dé el castigo» (de Molina, 2002).  Don Juan Tenorio no es un elogio al machismo, como muchos creen.  

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