El monstruo de Shelley
Enviado por neasterep • 18 de Diciembre de 2018 • Ensayo • 3.511 Palabras (15 Páginas) • 123 Visitas
FRANKENSTEIN, El MONSTRUO DE SHELLEY
¡Es el Diablo quien empuña los hilos que nos mueven!
A los objetos repugnantes les encontramos atractivos;
Cada día hacia el Infierno descendemos un paso,
Sin horror, a través de las tinieblas que hieden.
Baudelaire, 1857, Al Lector.
Para las definiciones formales la idea de mal se asocia a los accidentes naturales o comportamientos humanos que se consideran perjudiciales, destructivos o inmorales; y que son fuente de sufrimiento moral o físico (Real Academia Española), pero ¿es acaso la maldad capaz de definirse en un conjunto de palabras? Quizá el mal es más semejante a una esencia, a la oscuridad, a lo que no deseamos que exista y que sin embargo logra sobresalir de todos los poros.
El debate sobre su origen hasta el día de hoy no tiene una respuesta. Para algunos somos malvados desde el nacimiento (Hobbes, 1651), en cambio para otros la sociedad es quién nos hace de esta manera (Rousseau, 1762). Este ensayo no intentará esclarecer un dilema tan antiguo como el mundo mismo, por el contrario, intentará señalar a las emociones que sin quererlo se hallan envueltas en la maldad. No se puede olvidar que las sensaciones son intensas: son fuego, hielo o quizá una mezcla perfecta entre todos los elementos. Sin embargo, es sabido que el desborde de ellas logra desencadenar inestabilidad, violencia e incomprensión.
La concepción del mal constituye el concepto de mi interés para la realización de este ensayo, pues este tópico tiene diversas representaciones en nuestra vida cotidiana, pero al final del día decidimos ignorarlo. Así mismo, es posible considerar que algunas emociones adquieren el carácter de malignas, pues producen daño al receptor – y la mayoría de las veces también al emisor de estas-. Es a causa de la última idea que la pregunta planteada es la siguiente: ¿Construimos monstruos con las emociones que nos desbordan? La idea es entender y asociar el concepto de monstruo como una figura maligna, horrenda y espeluznante. Asimismo, el concepto de “desborde” alude a intensidades que no sabemos contener, que nos incomodan e incomodan a otros al no saber comprenderlas.
Esta interrogante fue pensada tras el análisis del libro “Frankenstein” (1818) de la autora inglesa Mary Shelley, el cual contiene ocultos numerosos guiños a la emocionalidad, el imaginario y el mal mismo. Se ha escogido realizar esta vinculación como una especie de reivindicación a la que es posiblemente una de las noveles más intensas y emocionales encontradas en la literatura romántica
Le tememos al mal, y por lo mismo lo evitamos. Sin embargo, es posible que esta evasión sólo ocurra en nuestra máscara social visible. Nos gusta el arte que habla sobre el terror: no por nada las películas de este género tienen tantos espectadores en sus estrenos pese a que muchas veces no son buenos filmes; así mismo, hallamos muchísima literatura que nos cuenta la historia de personajes espeluznantes, que, a su vez, representan nuestros deseos más ocultos y reprimidos.
Embriagarse en mal
Posiblemente la estrecha relación entre el mal y la literatura se encuentra respaldado en los poderes de la imaginación. Como imaginar no implica una realidad verídica, se abre una pequeña ventana que más bien simula una autorización implícita para sumergirse en lo prohibido por las leyes del mundo: el mal, la locura y la amoralidad.
Para el poeta gótico Georges Bataille, el mal posee una representación inconsciente de libertad y poder por sobre la vivencia real, lo que se puede evidenciar en la siguiente cita:
El mal está vinculado a la embriaguez divina, a la preferencia por el instante sobre el futuro, al reino espontáneo de la infancia, a la vivencia del erotismo que implica romper con los límites del individuo y el acercamiento a la muerte (Bataille, en Rojas, 2005, p.5)
Como se dijo anteriormente, la concepción del mal desafía todo lo que está establecido. Existe un duelo explícito frente al orden para dar paso a nuevas experiencias como la libertad, la rebelión, la irracionalidad, la rabia, la pasión, y otras sensaciones que en la vida social tienen a yacer ocultas dentro de nuestro espíritu. Esta malignidad imaginaria logra establecer una nueva forma de posicionarse en el mundo, sin embargo, muchas veces no sólo se conserva en el imaginario, generando distorsiones de la moralidad y de ideas que pertenecen a la dimensión externa.
Mario Vargas Llosa una vez mencionó en una columna sobre Bataille (1998) que todos los autores terminan escribiendo nada más que la parte maldita de ellos mismos. Aquel lado deformado, rechazado y combatido por nosotros y por los demás. Y es asi como el mal ha logrado entrar en cada uno de nosotros, aunque el miedo a enfrentarlo busque alternativas nuevas como disfraz. De igual modo, la explosión de la parte maldita es el origen de todo mal, ya sea real o imaginado: Habrá caos, desorden y un desapego de la normalidad.
El o la que escribe se constituye como creador de nuevos mundos. Esta labor implica un conjunto de otras, tales como la constitución de espacios demarcados de bienestar, miedo, malignidad, o esperanza. La tarea creacionista establece un espacio omnisciente y transgresor, pues no posee límites. Crear implica no solo un proceso de génesis, sino también un asunto de ruptura. Todas las figuras divinas al crear seres semejantes deben unir a la bondad con la maldad para constituir el equilibrio de las energías en un sitio de neutralidad.
Universalmente el arte y la inspiración constituyen un desborde de sentimientos e imaginación. Este concepto romántico del arte puede apreciarse muy bien en el controvertido filme “Madre” (2017), del director Darren Aronofsky. Esta película mediante escenas grotescas, extrañas y sensibles demuestra precisamente todo aquello: La destrucción del mundo para el origen de otro. Destruirse un poco parece necesario para el surgimiento de una nueva inspiración pura y cristalina que fluye como un rio.
- No tienes la culpa. Nada nunca es suficiente. No podría crear si lo fuera. Y tengo que crear. Es lo que hago. Eso... es lo que soy. Ahora debo intentar todo de nuevo.
- No. Solo deja que me vaya.
- Necesito una última cosa.
- No me queda nada que dar.
- Tu amor. Sigue ahí, ¿no?
- Adelante. Tómalo.
(Aronofsky en Madre, 2017)
Para autores como Baudrillard (1998 el inicio de la expresión maligna implica de manera intrínseca juicios sociales, críticos e incluso criminales. Sin embargo, ¿se debe expulsar a la parte maldita en su totalidad?, ¿o hacemos bien en simplemente dejarla volar con nuestra imaginación para desprender su halo de nosotros mismos? Es más sencillo inclinarse por la segunda afirmación, aunque lamentablemente el mal en la sociedad moderna tiende a liberarse en la vida real alimentando valores como la codicia, el egoísmo, los asesinatos y la intolerancia.
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