Entré al bar y ahí estaba, sentada junto a la barra
Enviado por Gisela Lozano • 30 de Septiembre de 2015 • Ensayo • 446 Palabras (2 Páginas) • 72 Visitas
Entré al bar y ahí estaba, sentada junto a la barra. Su cabello castaño recogido descuidadamente, un maquillaje ligero y unos jeans rotos. Definitivamente no esperaba a nadie ni esperaba que alguien se acercara a ella. Parecía una pieza más de la decoración en el viejo local. Dudé antes de ir hasta donde estaba y sentarme en el banquillo justo a su lado, mis intenciones no eran nada buenas. Ella me miró de reojo por una fracción de segundo antes de beber el último trago de su tarro de cerveza, tomar su bolso y levantarse de la silla. –Te gusta oscura –pregunté antes de que lograra escapar. Me miró de arriba abajo con sus ojos que eran dos abismos oscuros y fríos, una sonrisa se dibujó en su rostro y una pequeña arruga apareció en la comisura del lado izquierdo de sus finos labios. Fue entonces cuando vi lo bonita que era en realidad. –Sí, así me gusta –dijo a la vez que tomaba mi mano y me jalaba fuera del bar. Le indiqué que mi casa estaba a unas cuantas calles, caminamos en silencio hasta allí y subimos a la habitación, la oscuridad nos recibió como una amiga cómplice. No dijimos una palabra, ambos nos entregamos con furia hasta que el cansancio nos impidió seguir.
Seguimos recostados después de haber liberado nuestros más bajos instintos. No veía su rostro en la oscuridad pero extrañamente me sorprendí imaginando que sonreía. –Apuesto que mi historia es peor que la tuya –rompió el silencio que tan celosamente habíamos guardado. –Supongo que tendrás que contármela –respondí. –Yo solía tener un amigo… –comenzó –lo quería mucho. También tenía un hombre del que estaba enamorada perdidamente pero mi amigo me hizo creer que no era así y que a quien en realidad amaba era a él. Le creí y dejé ir a quien verdaderamente me quería. Mi amigo sabía todo de mí y conocía mi sueño más grande. Gracias a él pude cumplirlo. Mi felicidad se multiplicó cuando pidió mi mano en matrimonio. El día de la boda me dejó en el altar y al día siguiente recibí una llamada, ojalá no hubiera sido su voz la que escuché del otro lado de la línea pero así sucedió. Su voz me saludo, tan tranquila, tan sínica. Se despidió sin darme razones, aunque lo que si dejo muy claro es que no sólo iba a llevarse mi corazón, también se llevaría con él mi sueño y me dejaría vacía –sin saber que decir, la tomé entre mis brazos y la apreté fuerte contra mi pecho. La apuesta la había ganado ella, así que no fue necesario contarle nada. La derrota es muda.
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