Freda Molocha De Los Orientales
Enviado por profnahum • 23 de Septiembre de 2011 • 844 Palabras (4 Páginas) • 586 Visitas
tura es un tímpano receptivo a toda influencia, todo llega para conformar
un lenguaje heteróclito, donde la neologización parece un recurso más para
enmascarar el choque de lenguajes que hace explosión en sus versos.
Si ya en la prosa profana de Darío aparecía inscripto el juego de una referencialidad
desviante, donde las palabras eran signos de signos —y no de
cosas—, a Herrera todo llega en guisa de carnaval. Su obra más fuerte puede
reconocerse como una perpetua pascua del tiempo. Significantes heterogéneos
comparecen para bailar la asombrosa y funambulesca musicalidad de
sus poemas. En este magno festival de la escritura, la jerga de los inmigrantes,
que desembocará en el tango, aparece consignada repetitivamente en la
sorna con la que sus poemas dejan caer las voces extranjeras (“se abrió tu
mano de musmé prolija”) o se complacen en la metadiscursividad de los
“Sonetos vascos”: “Ruge el viejo Pelayo sus morriñas tremendas. / Y sus
‘jos’ y sus ‘eñes’ desenfunda a destajo”. La heteroglosia invariablemente
provoca divertimento y en “El jefe negro”, con pretexto de guerra vasca
introduce palabras de guerra cercana: “El cáliz, y con chumbos La Custodia
sagrada”. La gesticulación de la gauchesca comparece en su “babilonia interior”,
estallando en el festejo de la rima, capaz de extranjerizar o exotizar
cualquier vocablo: “Haz que entre rayos celebre / su aparición Belcebú / y
tus besos de cauchú / me sirvan sus maravillas / al modo de las pastillas /
del Hada Pari-Banú”. La traducción es una de sus instancias cardinales, algo
que debería ser de una vez establecido. Para un poeta que no viajó, su lugar
“montevideano” venía a ser explicitado por múltiples vías: si a Darío le dio
la receptividad para capturar el gesto montevideano de Lautréamont y ubicarlo
en Los raros, el precedente llega a Julio Herrera con gran oportunidad
y confort; si Ducasse-Lautréamont fue uno de los maestros del enmascaramiento,
disfrazando el yo en diversas instancias enunciativas, esa multivocidad
reaparece en Herrera como en nadie de su época. Pero si la ironía fue
distintiva de Ducasse, no lo fue menos de Laforgue, quien no sólo escribió
burlándose de las tópicas establecidas sino también con una autoironía
infrecuente para la lírica de su época. Y, si Laforgue aparece en Lugones y
su “Lunario sentimental”, es en la “Tertulia Lunática o Torre de las
Esfinges” donde, como pasamos a ver, hará explosión.
Herrera producía a “mil quimeras del mapa”. Ahora bien, si había declarado
su intención de “escribir para París”, su obra marca lo irónico e imposible
del gesto. Así la “tertulia” se autodefine como una “sicologación
morbo-panteísta”. En el comienzo del poema, todos los elementos se preparan
para una comunicación erótico-mística. La luna, figura laforgueana,
no sólo es fácilmente rastreable sino medible en su poder como intratexto:
...