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INVITACION AL DIÁLOGO DE LAS GENERACIONES


Enviado por   •  8 de Marzo de 2014  •  Ensayo  •  2.382 Palabras (10 Páginas)  •  783 Visitas

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INVITACION AL DIÁLOGO DE LAS GENERACIONES

Isaac Felipe Azofeifa

Ustedes dos, Rafael y María, y ustedes dos, Pablo y Ana, digan para empezar: Yo soy un hombre, yo soy una mujer; tú eres una mujer. Nosotros somos cuatro seres humanos. Todos ustedes tienen entre 18 y 20 años.

Están parados en el umbral del futuro. Son mis nietos, mis nietas. Pertenecen como yo, a familias de clase media: de profesionales; arquitectos, artistas, abogados, odontólogas, educadores…, que tienen auto y casa propias y entradas que además, les han permitido educarlos en escuelas privadas y ahora les van a asegurar formación universitaria. Las virtudes de todos nosotros, tanto hombres como mujeres, han sido estas dos: el ahorro y la disciplina en el estudio y en el trabajo.

Cumplir con nuestras obligaciones profesionales, sociales y domésticas ha sido nuestra máxima preocupación. Pagar religiosamente nuestros impuestos y nuestras deudas. Es decir, resguardar nuestro buen nombre. Mantener rigurosa honradez en nuestro tratos con los demás.

Mirar en nuestro derredor sin sentirnos superiores a nadie, porque no nos consume la vanidad del poder económico, social o político. Y mantener la mano tendida hacia los que necesitan un servicio nuestro, solidarios con el dolor o la desdicha de los demás. Eso sí, aspirando siempre a que ustedes lleguen a ser mejores que nosotros. Haciéndoles ver que el lugar en que habitamos es un mundo de oportunidades porque vivimos en un pequeño país de régimen democrático, burgués, capitalista y liberal.

Esto significa que ustedes tendrán que proponerse realizar sus objetivos personales en lucha muy dura, a veces rivalizando con otros y otras que también luchan por su buen éxito. El mundo capitalista es un sistema de egoísmos en recia competencia en el cual cada uno de nosotros está sólo con su esfuerzo, con su voluntad. Las escuelas en nuestra sociedad les han dado los medios intelectuales, y su preparación los dotará de instrumentos y técnicas de trabajo, para salir con buen éxito de esta contienda.

Los padres hemos vigilado su desarrollo, hemos atendido en la medida de nuestros medios el normal desenvolvimiento de su ser moral y físico. Ningún hijo puede imaginarse nunca, hasta que no le experimente a su vez como padre o madre de sus hijos, cuánto de inquietud, cuánto de indecibles alegrías o satisfacciones, cuánto de desalientos aquí y de inquietudes allá, ansiedades y sueños secretos se fueron creando, creciendo o esfumando conforme ustedes iban alcanzando esos dieciocho, veinte o veintiún años que los han puesto en la puerta del futuro y ahora se asoman al mundo del trabajo y de la cultura superior y luego, con ello, van a hacerse responsables de su conducta personal, política, social, económica y moral y a ser personas adultas, hombres y mujeres plenos. Bien claro queda que en este siglo XX la mujer ha sido conquistar, lado del varón, la orgullosa condición de autonomía moral, de ser libre y responsable, que la historia le negó durante todos los siglos.

Ustedes han nacido sólo hace veinte años y mientras crecían ocurrió que todo en el mundo cambió veloz y radicalmente, mientras ustedes jugaban y reían y miraban pasar las cosas como un espectáculo más: no era todavía su presente.

Ahora ustedes miran el mundo que sienten que es de ustedes y les pertenece, con una sonriente familiaridad y esperan que éste siga siendo el mismo toda su vida porvenir. Yo creo que ustedes disfrutan mucho con los cambios acelerados de nuestro tiempo en todos los órdenes de la existencia. Esta es, en efecto, una sociedad de cosas nuevas que cambian todos los días. Les son familiares desde el primer contacto multitud de aparatos que la tecnología avanzada de la electrónica ofrece cotidianamente, y sus viven abiertas en todas las direcciones del interés. En el mundo se ha ensanchado hasta el máximo de sus límites, o mejor, ya no parece tener límites, porque les parece cosa de todos los días los lanzamientos de cohetes al espacio y las comunicaciones por medio de satélites artificiales. La sociedad misma, es para ustedes no sólo este lugar en que nacieron y crecieron; es el ancho mundo terráqueo.

Porque, ciertamente, viven, pertenecen a este pequeño país, pero la radio, la televisión, el cine, las revistas, los periódicos, todo les habla de un planeta abierto por entero a su mirada; que les invita a viajar, a recorrer ciudades y regiones desconocidas; a conocer gentes de todos los pueblos y distintas culturas; y con ello a disfrutar de tantas playas, y hoteles, yates y aviones, y emociones deportivas, entretenimientos, distracciones y placeres sin fin.

Pero también empiezan a ver de cerca la otra cara de esta sociedad. Todo tiene un elevado precio en dólares, y en todas partes, junto con los dólares-y esto lo ven todos los días en las películas que pasa la televisión-están los crímenes, la gran corrupción. Y descubren que la más profunda pobreza, el hambre, la enfermedad, y los vicios cada vez más asqueantes y una insondable miseria moral, conviven con la riqueza, con la opulencia más insolente y perversa. Y ven que este mundo, que por un lado es toda diversión y consumo y luces y deportes y música que reúne a grandes multitudes de jóvenes, arrastra un peso enorme de dolor, violencia y muerte. Y entonces conocen ustedes lo que es la injusticia, la anti-humanidad. Y ven que aquella aparente paz y alegría es la máscara de una humanidad que se destruye a sí misma.

Este es el mundo en que a ustedes les va a tocar existir como los árboles, que no tienen la culpa de la tierra y el día en que les tocó nacer. También este es el mundo que tendrán frente a ustedes como un reto vital: unos para aprovechar creadoramente sus dotes personales, o sea sus capacidades para la ciencia, la industria, el arte, el comercio, la agricultura; otros para pelear por bienes como la justicia, la libertad, la paz, la solidaridad, el amor. Pero ¡que ninguno de ustedes se eche a vivir plácidamente, olvidado de sus responsabilidades de ser humano entre sus semejantes, sus hermanos!; ¡que respondan con nobleza y generosidad a este mundo de desafíos!

Ustedes, queridos nietos, estarán preguntándose muchas cosas a esta altura de mis reflexiones. ¿Cómo era el mundo del primer tercio del siglo en que viví mi adolescencia y juventud, porque, me doy cuenta ahora de que he venido describiendo éste como su presente, como el mundo de ustedes. Y me doy cuenta de que los que hemos alcanzado la tercera edad, o sea la vejez-como a mí me gusta decir-asistimos al presente de ustedes mirándolo como una proyección del pasado, en perspectiva; lo comparamos con el de nuestra juventud y decimos que aquel fue mejor, lo cual no es cierto, porque el tiempo es siempre presente. Yo diría que aquel pasado lo idealizamos al

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