LA LEYENDA DEL CONEJO DE LA LUNA
Enviado por vichench • 11 de Marzo de 2013 • Tesis • 2.296 Palabras (10 Páginas) • 602 Visitas
LA LEYENDA DEL CONEJO DE LA LUNA
Si miramos al cielo en una noche despejada y con una buena visibilidad nocturna, observando atentamente a nuestro astro natural, podremos visualizar, ayudándonos con nuestra imaginación, la imagen de un conejo saltando en él. Una vieja leyenda intenta explicar el por qué de esta figura: es la Leyenda del Conejo en la Luna o la del Conejo Lunar.
Esta leyenda cuenta que un día el gran dios azteca Quetzalcóatl decidió salir a dar una vuelta por la tierra disfrazado en forma humana. Tras caminar mucho y durante todo el día, a la caída del sol sintió hambre y cansancio, pero sin embargo no se detuvo. Cayó la noche, salieron a brillar las estrellas y se asomó la luna en el horizonte, y ese fue el momento en que el gran Dios decidió tomar asiento a la vera del camino para descansar.
En ello estaba cuando observó que se le acercaba un conejo, que había ido a cenar. Quetzalcóatl le preguntó qué estaba comiendo, y el conejo le respondió que comía zacate, y humildemente le ofreció un poco. Sin embargo, la deidad contestó que él no comía aquello, y que probablemente su fin fuera morir de hambre y de sed.
Horrorizado ante tal posibilidad, el conejo se le acercó aún más y le dijo que, por más que él sólo fuera una nimia y pequeña criatura, bien podría servir para satisfacer las necesidades del Dios, y se auto ofreció para ser su alimento.
El corazón de Quetzalcóatl se ensanchó de gozo, y acarició amorosamente a la pequeña criatura. Tomándolo entre sus manos, le dijo que no importaba cuán pequeño fuese, a partir de aquél día todos lo recordarían por aquella acción de ofrecer desinteresadamente su vida para salvar otra.
Luego lo levantó alto, tan alto, que la figura del conejo quedó estampada sobre la superficie lunar. Luego volvió a bajarlo cuidadosamente y le mostró aquella imagen suya, retratada para siempre en luz y plata, que quedaría allí por todos los tiempos y para todos los hombres.
Esta leyenda también tiene su versión japonesa, donde el conejo recibe el nombre de Tsuki no Usagi. Según esta versión, apareció un día en un poblado de Japón un viejo que al parecer estaba pasando muchas necesidades, y le pidió ayuda y alimento a tres animales: un mono, que subió a un árbol y le bajó algunas frutas; un zorro, que cazó para él un ave; y una liebre, que no pudo más que regresar sin nada.
Cuando vio el sufrimiento del pobre hombre, sintió mucha pena y culpa; por lo que encendió una hoguera y se introdujo en ella como sacrificio. Al ver esto, el viejo descubrió su verdadera identidad, ya que era un poderoso dios. Apenado por el fin del animalillo, quiso inmortalizar su sacrificio dejando para siempre su estampa en la luna.
Esta versión suele contársele a los niños japoneses, explicándoles luego que los conejos hoy saltan en la tierra intentando alcanzar a su héroe en la luna.
La leyenda de La llorona huasteca
(La llorona de Naranjos)
Eran en aquel entonces los meses de julio y agosto en los años de 1790 – 1800, en una aldea huasteca fincada en la sierra de Otontepec sobre el rio Tancochin, quizá Tancoco, quizá Amatlán, quizá Chinampa, quizá Naranjos.
La aldea se componía de apenas unas veinte familias Téenek, entre ellas habitaba un matrimonio formado por Chajíp (otate fuerte) y Chuyém (flor maravillosa) padres de cinco niños, el más grande de nombre Tocob (nube) como de seis años, Chanab (grillo) de cinco años, Jel (sereno) de cuatro años, Expidh (solito) de tres años, Albedh (hermosa) de casi dos años y Uco (tordo) como de seis meses.
Se podía decir que esta familia era la más feliz de toda la aldea, pero la desgracia cambiaria por completo su destino.
Fue un día nublado con amenaza de lluvia, cuando Tocob llevo a bañar a sus hermanitos a una poza de agua cristalina sobre el río, estuvieron retozando divirtiéndose en demasía, sin descuidar a sus hermanos menores.
Ya en la tarde casi para salirse del agua comenzó a llover precipitadamente, que Albedh la más pequeña se espanto y se dejo caer en las aguas de la poza y Chanab se abalanzó sobre de ella para sacarla, pero de repente la corriente los arrastró sobre el río, al ver Tocob que sus hermanitos se estaban ahogando se echa al agua queriéndolos rescatar, lo mismo hace el pequeño Expidh pero el cauce del río era demasiado fuerte y se los llevo.
Chuyém la madre al ver que la tempestad estaba arreciando corre a la milpa con Uco en brazos para avisarle a su marido Chajip que los niños andaban en el rio y no regresaban, despavorido Chajip va hasta el río y al ver que uno de sus hijos estaba siendo arrastrado por la corriente se lanza también al río muriendo ahogado, Chuyém al ver la tragedia se arroja desesperada con el niño en brazos y también es arrastrada por la corriente.
Los aldeanos comenzaron la búsqueda por las orillas del rio sin encontrar rastros de la familia, hasta como a los diez días, en una mañana nublada encontraron a Chuyém a la orilla del río con la vista perdida, su cuerpo desnudo y su rostro desecho, casi cadavérico que producía terror, la envolvieron en una manta blanca y la llevaron a la aldea, no quiso comer ni beber agua, solo balbuceaba llorando lagrimas secas, (na´cuitol´i, na´cuitol´i )¡mis hijos… mis hijos! Desde entonces le empezaron a decir “Uxum ok´ol” (mujer que llora) o la llorona.
Días después desapareció misteriosamente de la aldea, aunque algunas personas decían que caminaba por la sierra y el río gritando como en lamento ¡mis hijos, mis hijos!
Pasaron casi tres años de aquel lamentable suceso que parecía ya estar olvidado por los aldeanos huastecanos, hasta que una noche cuando azotaba una fuerte tormenta, en uno de los jacales de la aldea vieron como un fantasma atraviesa la pared de otate y lodo cargando en brazos al niño más pequeño que estaba durmiendo en la cuna, gritando con gran tristeza . . . . . ¡mis hijos,…… mis hijos!...... los padres quisieron quitárselo pero al intentar agarrarla abrazaban una y otra vez solo aire vacio que los llenaba de terror.
Uxum ok´ol conocida como la llorona, lleva el niño hacia el río sumergiéndose en el agua hasta ahogarlo, mientras los aldeanos impotentes por no poder con este ser sobrenatural, veían como su rostro cadavérico y lleno de terror se desvanecía gritando ¡mis hijos, mis hijos!.
A la mañana siguiente encontraron a la criatura ahogada no muy lejos de la aldea, el cuello y la espaldita estaban rasgados como si le hubiese pasado las uñas profundamente por su piel.
Transcurridos
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