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LENGUA CASTELLANA Y COMPRENSIÓN LECTORA


Enviado por   •  17 de Mayo de 2020  •  Síntesis  •  2.428 Palabras (10 Páginas)  •  455 Visitas

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LENGUA CASTELLANA Y COMPRENSIÓN LECTORA

        LINETH MARCELA ZUÑIGA- ESTER JULIA ASTUDILLO

Para el desarrollo del presente taller, es necesario tener en cuenta las siguientes indicaciones:

  • Debes realizar una lectura detenida y evitar buscar resúmenes en la web, puesto que las preguntas están orientadas a una reflexión crítica sobre la interpretación del texto.
  • Revisar la ortografía: signos de puntuación, tildes, mayúsculas y minúsculas, entre otros.
  • Hacer uso del diccionario y presentar un Glosario del taller. No es necesario fijarse en la cantidad de palabras, sino hacer una reflexión alrededor de los términos desconocidos para la comprensión de los mismos y por ende del texto. El Glosario del taller se pone como anexo del taller.
  • Recuerda que cada pregunta se responde con la misma pregunta. Es necesario enunciar la pregunta para poder dar respuesta a esta. Ejemplo:

Pregunta: ¿Cuál es el tema central del texto? Respuesta: el tema central del texto es…

Lee el siguiente texto y responde.

PRUDENCIO AGUILAR

Cuando el pirata Francis Drake asaltó a Riohacha, en el siglo XVI, la bisabuela de Úrsula Iguarán se asustó tanto con el toque de rebato y el estampido de los cañones, que perdió el control de los nervios y se sentó en un fogón encendido. Las quemaduras la dejaron convertida en una esposa inútil para toda la vida. No podía sentarse sino de medio lado, acomodada en cojines, y algo extraño debió quedarle en el modo de andar, porque nunca volvió a caminar en público. Renunció a toda clase de hábitos sociales obsesionada por la idea de que su cuerpo despedía un olor a chamusquina. El alba la sorprendía en el patio sin atreverse a dormir, porque soñaba que los ingleses con sus feroces perros de asalto se metían por la ventana del dormitorio y la sometían a vergonzosos tormentos con hierros al rojo vivo. Su marido, un comerciante aragonés con quien tenía dos hijos, se gastó media tienda en medicinas y entretenimientos buscando la manera de aliviar sus terrores. Por último, liquidó el negocio y llevó la familia a vivir lejos del mar, en una ranchería de indios pacíficos situada en las estribaciones de la sierra, donde le construyó a su mujer un dormitorio sin ventanas para que no tuvieran por donde entrar los piratas de sus pesadillas. En la escondida ranchería vivía de mucho tiempo atrás un criollo cultivador de tabaco, don José Arcadia Buendía, con quien el bisabuelo de Úrsula estableció una sociedad tan productiva que en pocos años hicieron una fortuna. Varios siglos más tarde, el tataranieto del criollo se casó con el tataranieto del aragonés. Por Eso, cada vez que Úrsula se salía de casillas con las locuras de su marido, saltaba por encima de trescientos años de casualidades, y maldecía la hora en que Francis Drake asaltó a Riohacha, Era un simple recurso de desahogo, porque en verdad estaban ligados hasta la muerte por un vínculo más sólido que el amor: un común remordimiento de conciencia. Eran primos entre sí. Habían crecido juntos en la antigua ranchería que los antepasados de ambos transformaron con su trabajo y sus buenas costumbres en uno de los mejores pueblos de la provincia. Aunque su matrimonio era previsible desde que vinieron al mundo, cuando ellos expresaron la voluntad de casarse sus propios parientes trataron de impedirlo. Tenían el temor de que aquellos saludables cabos de dos razas secularmente entrecruzadas pasaran por la vergüenza de engendrar iguanas. Ya existía un precedente tremendo. Una tía de Úrsula, casada con un tío de José Arcadia Buendía, tuvo un hijo que pasó toda la vida con unos pantalones englobados y flojos, y que murió desangrado después de haber vivido cuarenta y dos años en el más puro estado de virginidad porque nació y creció con una cola cartilaginosa en forma de tirabuzón y con una escobilla de pelos en la punta. Una cola de cerdo que no se dejó ver nunca de ninguna mujer, y que le costó la vida cuando un carnicero amigo le hizo el favor de cortársela con una hachuela de destazar. José Arcadia Buendía, con la ligereza de sus diecinueve años, resolvió el problema con una sola frase: «No me importa tener cochinitos, siempre que puedan hablar». Así que se casaron con una fiesta de banda y cohetes que duró tres días. Hubieran sido felices desde entonces si la madre de Úrsula no la hubiera aterrorizado con toda clase de pronósticos siniestros sobre su descendencia, hasta el extremo de conseguir que rehusara consumar el matrimonio. Temiendo que el corpulento y voluntarioso marido la violara dormida, Úrsula se ponía antes de acostarse un pantalón rudimentario que su madre le fabricó con lona de velero y reforzado con un sistema de correas entrecruzadas, que se cerraba por delante con una gruesa hebilla de hierro. Así estuvieron varios meses. Durante el día, él pastoreaba sus gallos de pelea y ella bordaba en bastidor con su madre. Durante la noche, forcejeaban varias horas con una ansiosa violencia que ya parecía un sustituto del acto de amor, hasta que la intuición popular olfateó que algo irregular estaba ocurriendo, y soltó el rumor de que Úrsula seguía virgen un año después de casada, porque su marido era impotente. José Arcadia Buendía fue el último que conoció el rumor. -Ya ves, Úrsula, lo que anda diciendo la gente -le dijo a su mujer con mucha calma. -Déjalos que hablen -dijo ella-. Nosotros sabemos que no es cierto. De modo que la situación siguió igual por otros seis meses, hasta el domingo trágico en que José Arcadio Buendía le ganó una pelea de gallos a Prudencio Aguilar. Furioso, exaltado por la sangre de su animal, el perdedor se apartó de José Arcadio Buendía para que toda la gallera pudiera oír lo que iba a decirle. -Te felicito -gritó-. A ver si por fin ese gallo le hace el favor a tu mujer. José Arcadio Buendía, sereno, recogió su gallo. "Vuelvo en seguida", dijo a todos. Y luego, a Prudencio Aguilar: -Y tú, anda a tu casa y ármate, porque te voy a matar. Diez minutos después volvió con la lanza cebada de su abuelo. En la puerta de la gallera, donde se había concentrado medio pueblo, Prudencio Aguilar lo esperaba. No tuvo tiempo de defenderse. La lanza de José Arcadio Buendía, arrojada con la fuerza de un toro y con la misma dirección certera con que el primer Aureliano Buendía exterminó a los tigres de la región, le atravesó la garganta. [...]

Gabriel García Márquez, Cien años de soledad, Grupo Editorial Norma, 2007.

  1. ¿Cuáles eran los principales rasgos que identificaban la personalidad de José Arcadio Buendía el criador de gallos?
  2. ¿Cuál es el tema central del fragmento?
  3. ¿Cuáles son los elementos fantásticos que se pueden evidenciar en el fragmento?
  4. ¿Qué figuras literarias encuentras?
  5. construye un mapa mental sobre la lectura.

LEE LOS SIGUIENTES FRAGMENTOS

A la memoria de Josefina, Guillermo León Valencia (Popayán, 1873- 1943) En Versos memorables. Editorial Planeta

I

De lo que fue un amor, una dulzura

sin par, hecha de ensueño y de alegría,

sólo ha quedado la ceniza fría

que retiene esta pálida envoltura.

La orquídea de fantástica hermosura,

la mariposa en su policromía

rindieron su fragancia y gallardía

al hado que fijó mi desventura.

Sobre el olvido mi recuerdo impera;

de su sepulcro mi dolor la arranca;

mi fe la cita, mi pasión la espera,

y la vuelvo a la luz, con esa franca

sonrisa matinal de primavera:

¡Noble, modesta, cariñosa y blanca!

II

Que te amé, sin rival, tú lo supiste

y lo sabe el Señor; nunca se liga

la errátil hiedra a la floresta amiga

como se unió tu ser a mi alma triste.

En mi memoria tu vivir persiste

con el dulce rumor de una cantiga,

y la nostalgia de tu amor mitiga

mi duelo, que al olvido se resiste.

Diáfano manantial que no se agota,

vives en mí, y a mi aridez austera

tu frescura se mezcla, gota a gota.

Tú fuiste a mi desierto la palmera,

a mi piélago amargo, la gaviota,

¡y sólo morirás cuando yo muera!

Crisálidas, José Asunción Silva. Obra completa. Casa de Poesía Silva. Bogotá, 1997

Cuando enferma la niña todavía

salió cierta mañana

y recorrió, con inseguro paso

la vecina montaña,

trajo, entre un ramo de silvestres flores

oculta una crisálida,

que en su aposento colocó, muy cerca

de la camita blanca...

Unos días después, en el momento

en que ella expiraba,

y todos la veían, con los ojos

nublados por las lágrimas,

en el instante en que murió, sentimos

leve rumor de alas

y vimos escapar, tender al vuelo

por la antigua ventana

que da sobre el jardín, una pequeña

mariposa dorada...

La prisión, ya vacía, del insecto

busqué con vista rápida;

al verla vi de la difunta niña

la frente mustia y pálida,

y pensé ¿si al dejar su cárcel triste

la mariposa alada,

la luz encuentra y el espacio inmenso,

y las campestres auras,

al dejar la prisión que las encierra

qué encontrarán las almas?

Nocturno I y III (Fragmento), José Asunción Silva. Obra completa. Casa de Poesía Silva. Bogotá, 1997

I

A veces, cuando en alta noche tranquila,

sobre las teclas vuela tu mano blanca,

como una mariposa sobre una lila

y al teclado sonoro notas arranca,

cruzando del espacio la negra sombra

filtran por la ventana rayos de luna,

que trazan luces largas sobre la alfombra,

y en alas de las notas a otros lugares,

vuelan mis pensamientos, cruzan los mares,

y en gótico castillo donde en las piedras

musgosas por los siglos, crecen las yedras,

puestos de codos ambos en tu ventana

miramos en las sombras morir el día

y subir de los valles la noche umbría

y soy tu paje rubio, mi castellana,

y cuando en los espacios la noche cierra,

el fuego de tu estancia los muebles dora,

y los dos nos miramos y sonreímos

mientras que el viento afuera suspira y llora!

¡Cómo tendéis las alas, ensueños vanos,

cuando sobre las teclas vuelan sus manos!

III

Una noche

una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de älas,

Una noche

en que ardían en la sombra nupcial y húmeda, las luciérnagas fantásticas,

a mi lado, lentamente, contra mí ceñida, toda,

muda y pálida

como si un presentimiento de amarguras infinitas,

hasta el fondo más secreto de tus fibras te agitara,

por la senda que atraviesa la llanura florecida

caminabas,

y la luna llena

por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,

y tu sombra

fina y lángida

y mi sombra

por los rayos de la luna proyectada

sobre las arenas tristes

de la senda se juntaban.

Y eran una

y eran una

¡y eran una sola sombra larga!

¡y eran una sola sombra larga!

¡y eran una sola sombra larga!

Esta noche

solo, el alma

llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte,

separado de ti misma, por la sombra, por el tiempo y la distancia,

por el infinito negro,

donde nuestra voz no alcanza,

solo y mudo

por la senda caminaba,

y se oían los ladridos de los perros a la luna,

a la luna pálida

y el chillido

de las ranas,

sentí frío, era el frío que tenían en la alcoba

tus mejillas y tus sienes y tus manos adoradas,

¡entre las blancuras níveas

de las mortüorias sábanas!

Era el frío del sepulcro, era el frío de la muerte,

Era el frío de la nada…

Y mi sombra

por los rayos de la luna proyectada,

iba sola,

iba sola

¡iba sola por la estepa solitaria!

Y tu sombra esbelta y ágil

fina y lánguida,

como en esa noche tibia de la muerta primavera,

como en esa noche llena de perfumes, de murmullos y de músicas de alas,

se acercó y marchó con ella,

se acercó y marchó con ella,

se acercó y marchó con ella… ¡Oh las sombras enlazadas!

¡Oh las sombras que se buscan y se juntan en las noches de negruras y de lágrimas!…

Los camellos (fragmento), Guillermo Valencia. Versos memorables. Editorial Planeta, 1989

Lo triste es así...

Peter Altenberg

Dos lánguidos camellos, de elásticas cervices,

de verdes ojos claros y piel sedosa y rubia,

los cuellos recogidos, hinchadas las narices,

a grandes pasos miden un arenal de Nubia.

Alzaron la cabeza para orientarse, y luego

el soñoliento avance de sus vellosas piernas

—bajo el rojizo dombo de aquel cénit de fuego—

pararon silenciosos, al pie de las cisternas...

Un lustro apenas cargan bajo el azul magnífico,

y ya sus ojos quema la fiebre del tormento;

tal vez leyeron, sabios, borroso jeroglífico

perdido entre las ruinas de infausto monumento.

Vagando taciturnos por la dormida alfombra,

cuando cierra los ojos el moribundo día,

bajo la virgen negra que los llevó en la sombra,

copiaron el desfile de la Melancolía...

Son hijos del desierto: prestóles la palmera

un largo cuello móvil que sus vaivenes finge,

y en sus marchitos rostros que esculpe la Quimera

¡sopló cansancio eterno la boca de la Esfinge!

Dijeron las Pirámides que el viejo sol rescalda:

«Amamos la fatiga con inquietud secreta...»

y vieron desde entonces correr sobre su espalda,

tallada en carne viva, su triangular silueta.

Los átomos de oro que el torbellino esparce

quisieron en sus giros ser grácil vestidura,

y unidos en collares por invisible engarce

vistieron del giboso la escuálida figura...

Todo el fastidio, toda la fiebre, toda el hambre,

la sed sin agua, el yermo sin hembras, los despojos

de caravanas... huesos en blanquecino enjambre...

todo en el cerco bulle de sus dolientes ojos.

Ni las sutiles mirras, ni las leonadas pieles,

ni las volubles palmas que riegan sombra amiga,

ni el ruido sonoroso de claros cascabeles

alegran las miradas del rey de la fatiga.

¡Bebed dolor en ellas, flautistas de Bizancio,

que amáis pulir el dáctilo al son de las cadenas;

sólo esos ojos pueden deciros el cansancio

de un mundo que agonia sin sangre entre las venas!

¡Oh, artistas! ¡Oh, camellos de la llanura vasta

que vais llevando a cuestas el sacro monolito!

¡Tristes de esfinge! ¡Novios de la palmera casta!

¡Sólo calmáis vosotros la sed de lo infinito!

¿Qué pueden los ceñudos? ¿Qué logran las melenas

de las zarpadas tribus cuando la sed oprime?

Sólo el poeta es lago sobre este mar de arenas,

sólo su arteria rota la Humanidad redime.

Se pierde ya a lo lejos la errante caravana

dejándome —camello que cabalgó el Excidio...—

¡Cómo buscar sus huellas al sol de la mañana,

entre las ondas grises del lóbrego fastidio!

¡No! Buscaré dos ojos que he visto, fuente pura

hoy a mi labio exhausta, y aguardaré paciente

hasta que suelta en hilos de mística dulzura

refresque las entrañas del lírico doliente.

Y si a mi lado cruza la sorda muchedumbre

mientras el vago fondo de esas pupilas miro,

dirá que vio un camello con onda pesadumbre

mirando, silencioso, dos fuentes de zafiro.

...

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