LLUVIA DE ESTRELLAS
Enviado por RrRrTAY • 15 de Enero de 2021 • Trabajo • 1.384 Palabras (6 Páginas) • 242 Visitas
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Lluvia de estrellas
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Se reproduce a continuación el relato Lluvia de estrellas, de José de Siles.
Ganso y Pulpo ha realizado su edición a partir del texto publicado en la revista Iris el día 13 de enero de 1900 (año II, núm. 36).
El texto se corresponde con el identificador editorial GYP-NB0478, habiéndose podido actualizar su ortografía y gramática de acuerdo con las reglas vigentes del idioma español. Estos cambios suponen, en el plano ortográfico, la supresión del acento en monosílabos y la actualización de aquel léxico técnico y/o extranjerismos que están actualmente integrados en el idioma. En el plano gramatical ha podido variar el texto en relación a la disposición de signos de puntuación, principalmente en relación al empleo de la raya.
En cuanto a la licencia de esta edición debe tenerse en cuenta que el texto reproducido es de dominio público (José de Siles falleció en 1911). Por otra parte, tanto la portada como la edición aquí presentadas se distribuyen gratuitamente bajo licencia Creative Commons por la editorial electrónica Ganso y Pulpo, que espera se comparta en los mismos términos que los estipulados originalmente (edición íntegra, sin ánimo de lucro y respetuosa tanto con el texto como con el trabajo desempeñado por la editorial).
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Ganso y Pulpo
Creación: Huesca, 23 de diciembre de 2020
Lluvia de estrellas
Era Leocadio un muchacho vagabundo, uno de esos pilluelos errantes, que duermen donde quiera, y comen lo que hallan a mano.
Nada de extraño tiene esto. Lo mismo sucede con todos los de su especie. Mas los tales desamparados casi siempre suelen carecer de padres, porque se les han muerto, o porque nunca los conocieron. A Leocadio le vivían, y muy sanos y honrados. Y era, sin embargo, Leocadio, un perfecto perdido.
Amaba la libertad de la calle, y detestaba la prisión del hogar. Bien es verdad que el hogar paterno de Leocadio era el hueco de una escalera. Sus padres eran porteros. Leocadio hubiera querido ser hijo de águilas, para volar por los espacios. Gustábanle hasta el delirio la luz y el aire. Y sabido es que estas cosas se pagan muy caras. La independencia se obtiene a trueque del hambre.
Yo lamento que los padres de mi protagonista no fueran unos malvados. Resultaría más simpático el chico. Frases de almíbar y lágrimas de piedad derramaría yo en torno suyo. ¿Qué he de hacerle? Mi instantánea sorprendió este tipo maniobrando en la realidad. Y no era, a semejanza de los de su clase, un pillete sucio, astroso y deslenguado. Mostraba educación, cara limpia y ropa cosida. Se lavaba, al amanecer, en la fuente primera que encontraba. Se cepillaba, sacudiéndose con la mano el vestuario. Jamás se arrastraba por el suelo. Era un perdulario digno. Y aunque a veces el pelo caíale en guedejas desiguales por la frente y el cuello, como era negrísimo y lustroso, antes le agraciaba que le desfavorecía.
Poseía el muchacho vivo magín. Se le veía en todas partes donde «había algo». Recreábase en los espectáculos hermosos. Si se celebraba función en un templo, allí estaba; si se pasaba revista militar, allí se le descubría; si se verificaba un entierro fastuoso, allí se le volvía a encontrar. A la salida de la gente en los teatros; a la entrada de una boda en una fonda; entre el correcto desfile de coches y personas por la Castellana; entre los bulliciosos grupos en la Puerta del Sol; donde quiera que hubiera algo grande, alegre o entretenido, no faltaba Leocadio. Dijérase que sin él no podía hacerse la vida madrileña. ¿Pensamientos de robo? ¡Jamás! No es que él concediera mucha importancia a la propiedad. No eran para él los ricos de mejor calidad que los pobres. Las personas opulentas disponían de más fáciles medios para comprar ciertas dichas; pero nada más. Dábale miedo el robo, porque lo conceptuaba como una humillación seguida de un castigo.
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