La Critica Es Bella
Enviado por • 25 de Junio de 2013 • 2.890 Palabras (12 Páginas) • 286 Visitas
La crítica es bella. Cómo analizar los libros para niños
Ana Garralón
Dónde viven los monstruos
Desde sus inicios la literatura infantil ha ido desarrollándose bajo la mirada del adulto. Éste ha decidido qué libros podían ser leídos y cuáles prohibidos: ha dirigido las lecturas literarias de los niños y, por lo tanto, ha modelado su gusto lector. Si a esto añadimos que los libros escritos expresamente para niños han sido generalmente un vehículo para la pedagogía al uso, no es de extrañar que aquellos que se atrevan a recomendar libros, a dar su opinión sobre lo que es bueno o no, sientan la duda en algún momento. ¿Es lícito que yo imponga mi opinión? ¿Bajo qué conceptos estoy proponiendo lecturas? Esto no es más que el arbusto que nos lleva a un bosque de árboles centenarios, sombras amenazadoras y poca luz en el cual podemos perdernos. Por eso vayamos por partes.
Actualmente los libros para niños gozan de un estatus privilegiado. Son una poderosa industria que, dentro del panorama cultural, reportan buenos beneficios aunque esto no les haya permitido superar la barrera de la literatura sin adjetivos y permanezcan en el perpetuo olvido mediático y cultural. En estos momentos la literatura infantil, a pesar de las grandes tiradas y de su difusión y, aunque muchos de sus autores viven exclusivamente de lo que les reporta, apenas tienen un pequeño espacio en la crítica de los medios de comunicación más difundidos (televisión, radio, periódicos) ¿No es esto una contradicción? En apariencia, sí, pero analizando algunos elementos veremos la lógica de ello. A lo largo del tiempo los libros para niños han corrido la misma suerte que la propia infancia: reprimida, manipulada, castigada, forzada a no existir. En el siglo XX, y gracias a los avances en los estudios de psicología infantil debidos sobre todo a Piaget, se reafirma la idea de la infancia como un estadio importante del desarrollo, como un momento crucial en la evolución de la persona. También en este siglo hemos vivido un cuestionamiento de sus lecturas y muchos escritores han reivindicado una literatura específica, capaz de dar claves para entender la sociedad en que se vive. Paralelamente y junto a este planteamiento revolucionario la otra tendencia, la pedagógica, ha continuado presente e, incluso se ha institucionalizado la dependencia del libro con la escuela, la prescripción, la obligatoriedad de leer -y además con placer- como un objetivo educacional más. Esto ha propiciado que el libro volviera a tener los objetivos que ya tuvo en siglos pasados: la instrucción y el aprendizaje, sobrevalorando determinados aspectos que se adecuaban a los planes escolares o a, simplemente, las intenciones pedagógicas del momento.
La producción de libros para niños ha ido creciendo hasta dar al año miles de títulos sobre los que resulta imprescindible ejercer la selección. Ésta es una práctica frecuente en todos los intermediarios entre el libro y los niños. En ocasiones se selecciona desde criterios económicos (lo que mande el presupuesto o los comerciales que visiten el centro escolar, la biblioteca o la librería), en otras desde criterios de desinformación (esto es lo que veo o conozco, luego es lo que recomiendo), en otras desde criterios pedagógicos (el tema de este libro me va bien para trabajar alguna «transversal»), o desde criterios morales (el libro es aparentemente correcto, no voy a tener ningún conflicto recomendándolo), etc.
Los libros infantiles suponen en la actualidad cerca del 15% de la producción total de libros en España. Para esta sobreabundancia resulta imprescindible ejercer una crítica fundamentada. La producción crece cada mes, nadie puede leer todo lo que se publica y por eso resulta indispensable que haya personas dedicadas a desbrozar un poco el camino, a opinar y, por lo tanto, a recomendar o no.
Ahora bien, ¿qué problemas nos plantea esto? Por un lado los que ya hemos indicado. Los libros infantiles son libros escritos por adultos, recomendados por adultos y cuyos destinatarios son los niños. El adulto que vaya a analizar libros para niños deberá tener en cuenta muchos aspectos que hacen de este ejercicio una labor casi única. Así que la primera pregunta puede ser: ¿quién debe ser el crítico de libros para niños? Dado que los libros para niños no están incluidos -desde el ámbito universitario- dentro de ninguna categoría de literatura, no resulta extraña la total ausencia de críticos formados desde la filología. Esta desatención ha hecho que la crítica fuera asumida por personas provenientes de otros sectores como la docencia, la pedagogía y la psicología, generalmente más relacionados con la infancia. Pero para ejercer la crítica resulta indispensable ser un lector. Un lector o lectora de amplia formación que, no sólo lea libros para niños, sino también literatura sin adjetivos. Que tenga conocimientos de historia de la literatura, también de sociología e historia y pueda entroncar sus observaciones con acontecimientos culturales y hechos sociológicos que le permitirán entender el contexto en el que se integra la obra. Sin ser un experto filólogo o filóloga deberá saber las normas por las que se rige una novela, será capaz de desentrañar su estructura y adivinar el porqué de su impacto o el porqué de su escaso valor literario.
Empecemos a establecer premisas: una crítica es una opinión bien fundamentada que atiende, no sólo al lector o lectora, receptores del libro en cuestión, sino también a la propia obra literaria. Aquí se plantea una de las tantas reflexiones que la actividad implica: ¿Dónde debo situar mi gusto personal? ¿Debo pensar únicamente en los aspectos de análisis formal o pensar en el gusto de los niños? ¿Qué hacer con mi propia opinión, inevitablemente de adulto, sobre el libro que he leído? Hay quienes dicen que sólo pueden ejercer la crítica desde su propia subjetividad1, es decir, «como un proceso que articula y hace pública mi respuesta personal a un trabajo artístico. No es tanto sobre la obra como sobre mí. Si reconozco esto, lo que escribo (o digo) será probablemente más auténtico emocionalmente y, por lo tanto, lo más cercano a una respuesta infantil». En este caso se trata de una crítica que busca en el lector adulto las impresiones que el texto le ha producido y trata de expresarlas. Sin embargo, para este crítico la diferencia entre reconocer sus sentimientos y proyectarlos está clara: en la crítica proyectiva se atribuyen los propios sentimientos a las obras analizadas, práctica muy extendida (sobre todo en libros atrevidos, subversivos y polémicos) y muy perjudicial. Otros críticos prefieren, por el contrario, una crítica más metódica y analítica, como veremos más adelante.
Entonces, ¿para quién
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