La Edad Del Pavo -Elsa Bornemann
Enviado por famacio • 3 de Septiembre de 2014 • 20.647 Palabras (83 Páginas) • 1.214 Visitas
La edad del pavo
(12 cuentos)
Elsa Bornemann
Ilustraciones de Carlos Nine
Dedicatoria con necesaria aclaración previa
Postergué —para algún otro posible próximo libro— la dedicatoria a ciertos nombres de personas y personitas a las que quiero mucho, mucho, y que pensaba incluir en esta obra.
Confieso que temí malas interpretaciones: ¡al fin y al cabo, acaso tampoco yo dejaría de sentirme un poco incómoda, parcial o totalmente aludida, si me dedicaran un volumen con el título de éste... con los doce cuentos que contiene... y —sobre todo— con los versos que le dan fin al primero!
En cambio, los animales carecen de prejuicios; con ellos no corremos el riesgo de equívocos a partir de las palabras; nos aman tal cual somos y —además— el amor que nos brindan también los hace merecedores de mención.
Por eso, entonces:
A Bruma y Joëlle
—mis mellizas gatunas,
herederas de los más porteños tejados de Buenos Aires— compañeras de tantas horas de esta «pavológica» escritura.
Por la calidez de su presencia en mis días.
(Y en ellas, también a sus padres y hermanitos: Melody, Josefina, Boris y Frida.)
Breve introducción a la pavología
De acuerdo con el «Primer Diccionario de Palabras Imaginarias» , «Pavología» es la ciencia que pretende conocer y estudiar ciertos aspectos insólitos de la naturaleza humana considerada «normal», según las características que —para serlo— indican como fundamentales los organismos del mundo que se ocupan de la salud.
Los aspectos que analiza la Pavología están vinculados con una zona especial del alma; de la mente y/o espíritu; del cerebro y/o del corazón de la gente (y que cada cual la ubique donde prefiera ya que —aún— los investigadores de esta especialidad no la han localizado con exactitud).
En esa zona se originaría la propensión a tener comportamientos super tontos, junto con una fuerte resistencia para reconocerlos y tratar de corregirlos. Es más, los pavólogos afirman que estas actitudes —en ocasiones, decididamente disparatadas— tienen tendencia a reiterarse, a ser muy contagiosas e —incluso— a transmitirse de una a otra generación.
Familiarmente la llaman «la zona de la pavada», con perdón del ave cuyo nombre fue tomado para describir estas conductas bobísimas que se manifiestan —también— en los seres que se creen más inteligentes.
Llegados a este punto, los expertos en Pavología nos recuerdan que no es el pavo el único animal sobre el que recaen burlas que nosotros merecemos. ¿O acaso no decimos —entre otras expresiones similares— «burradas», «perrerías» y «gansadas» cuando queremos referimos a estupideces, a maldades, a zonceras que nos son propias? ¿Por qué no las denominamos «hombradas» o «mujeradas»? Pobres bichos. Dan para todo. Como si no bastara que —a costa de sus vidas y de su derecho a vivirlas en paz— nos alimentemos, nos vistamos, nos divirtamos y nos curemos de múltiples enfermedades entre otros beneficios que nos brindan y que no viene al caso reseñar aquí.
No, no nos basta con tamaña ofrenda. También los cargamos con las etiquetas de la responsabilidad por las equivocaciones que no son otra cosa que el producto de nuestra necedad.
Para colmo, justo a una de las etapas más complejas y ricas del existir —como es la del tránsito de la infancia a la adolescencia— se la suele mencionar como «la edad del pavo»...
Ocurre con frecuencia que cuando una jovencita o un jovencito atraviesa ese período de crecimiento —comprendido, más o menos, entre los once y los catorce años— algún adulto (pretendidamente gracioso) le asegure que está en dicha edad. ¿Y qué intentan significar con esto? Pues —como es obvio— que dicen, hacen, sienten y piensan únicamente pavadas; que ríen y lloran «por nada». Y no es verdad.
Once... doce... trece... catorce años... Tiempo de dejar atrás la infancia cuando aún falta mucho para ser «grande» y —sin embargo— al ir finalizando la escuela primaria se lo era... Ah... pero vuelta a integrar los grupos de los menores no bien se comienza el colegio secundario... ¿Quién entiende?
Extraña sensación. Como la de abandonar ese par de zapatos preferidos que ya quedan apretados y experimentar la incomodidad de los nuevos; como la de registrar —mes a mes— las transformaciones del propio cuerpo; como la de sentirse casi extraterrestre entre los más chicos pero —también— entre los adolescentes y entre los adultos; como la de descubrir que papá y mamá no son Superman y la Mujer Biónica...
De golpe, el ingreso a un estado diferente, tan cambiante...
La pubertad... la pre-adolescencia... la despedida —para siempre— de los niños que se han sido, los primeros pensamientos inquietantes acerca del sentido del ser (¿por qué?, ¿para qué?).
¿La edad del pavo?
Pocos podrían discutirme que los hay de todas las edades.
La edad del pavo...
¿Qué tal si se observa —detenidamente— a los adultos, que son quienes acostumbran a señalar esa etapa como pasajera y exclusiva de los más jovencitos? ¡La Tierra estuvo y está —por desgracia— repleta de pavotes grandes! Sería bueno que lo admitieran. Cuestión de justicia, que le dicen.
Entretanto —y por lo mismo— estos cuentos que su autora empezó a soñar con escribirlos a partir de sus primeros tiempos de ex-nena, al darse cuenta de la gran variedad de personas mayores que podían ser incluidas (ahí, sí) en la singularísima «edad del pavo»...
Melisa Brennan O’Blase
La edad del pavo
Como tantísimos príncipes y princesas de los cuentos, la princesa de éste también estaba mortalmente triste, había perdido su risa y languidecía —hora tras hora— sin que nadie en el palacio supiera qué hacer para remediar ese mal.
—Mi Nunila se está consumiendo... —gemía la reina.
—Mi adorada hijita desfallece... —gemía el rey.
—La princesa está triste... ¿qué tendrá la princesa? —susurraban los servidores.
—Los suspiros se escapan de su boca de fresa... —entonaban los cantautores palaciegos.
«Para mí que la niña está harta de que sus padres sean tan... tan... ejem... extravagantes... algo
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