La Hojarasca
Enviado por sebasr15 • 21 de Septiembre de 2014 • 14.408 Palabras (58 Páginas) • 291 Visitas
El calor es sofocante en la pieza cerrada. Se oye el zumbido del sol por las calles, pero nada
mas.
El aire es estancado, concreto; se tiene la impresión de que podría torcérsele como una
lamina de acero. En la habitación donde han puesto el cadáver huele a baúles, pero no los veo
por ninguna parte. Hay una hamaca en el rincón, colgada de la argolla por uno de sus ex-
tremos. Hay un olor a desperdicios. Y creo que las cosas arruinadas y casi deshechas que nos
rodean tienen el aspecto de las cosas que deben oler a desperdicios aunque realmente tengan
otro olor.
Siempre creí que los muertos debían tener sombrero. Ahora veo que no. Veo que tienen la
cabeza acerada y un pañuelo amarrado en la mandíbula. Veo que tienen la boca un poco
abierta y que se ven, detrás de los labios morados, los dientes manchados e irregulares. Veo
que tienen la lengua mordida a un lado, gruesa y pastosa, un poco más oscura que el color de j
la cara, que es como el de los dedos cuando se les aprieta con un cáñamo. Veo que tienen los
ojos abiertos, mucho más que los de un hombre; ansiosos y desorbitados, y que la piel parece
ser de tierra apretada y húmeda. Creí que un muerto parecía una persona quieta y dormida y
ahora veo que es todo lo contrario. Veo que parece una persona despierta y rabiosa después
de una pelea.
Mamá también se ha vestido como si fuera domingo. Se ha puesto el antiguo sombrero de paja
que le cubre las orejas, y un vestido negro, cerrado arriba, con mangas hasta los puños. Como
hoy es miércoles, la veo lejana, desconocida, y tengo la impresión de que quiere decirme algo
mientras mi abuelo se levanta a recibir a los hombres que han traído el ataúd. Mamá está
sentada a mi lado, de espaldas a la ventana clausurada. Respira trabajosamente cada instante
se compone las hebras de cabello que le salen por debajo del sombrero puesto a la carrera. Mi
abuelo ha ordenado a los hombres que pongan el ataúd junto a la cama. Solo entonces me he
dado cuenta de que sí puede caber el muerto dentro de él. Cuando los hombres trajeron la caja
tuve la impresión de que era demasiado pequeña para un cuerpo que ocupa todo el largo del
lecho.
No sé por qué me han traído. Nunca había entrado en esta casa y hasta creí que estaba
deshabitada. Es una casa grande, en esquina, cuyas puertas, creo, no han sido abiertas nunca.
Siempre creí que, la casa estaba desocupada. Sólo ahora, después de que mamá me dijo:
“Esta tarde no irás a la escuela”, y yo no sentí alegría porque me lo dijo con la voz grave y
reservada; y la vi regresar con mi vestido de lana y me lo puso sin hablar y salimos a la puerta
a juntarnos con mi abuelo; y caminamos las tres casas que separan ésta de la nuestra. sólo
ahora me he dado cuenta de que alguien vivía en esta esquina. Alguien que ha muerto y que
debe ser el hombre a quien se refirió mi madre cuando dijo: «Tienes que estar muy juicioso en
el entierro del doctor.» Al entrar no vi al muer
to. Vi a mi abuelo en la puerta, hablando con los
hombres, y lo vi después dándonos la orden de seguir adelante. Creí entonces que había
alguien en la habitación, al entrar la sentí oscura y vacía. El calor golpeó el rostro desde el
primer momento sentí este olor a desperdicios que era sólido y permanente al principio y que
ahora, como el calor, llega en ondas espaciadas y desaparece.
Mamá me condujo de la mano por la habitación oscura y me sentó a su lado, en un rincón. Sólo
después de un momento empecé a distinguir las cosas. Vi a mi abuelo tratando de abrir una
ventana que parece adherida a sus bordes, soldada con la madera del marco, y lo vi dando
bastonazos contra los picaportes, el saco lleno de polvo que se desprendía a cada sacudida.
Volví la cara a donde se movió mi abuelo cuando se declaró impotente para abrir la ventana y
sólo entonces vi que había alguien en la cama. Había un hombre oscuro, estirado, inmóvil. En-
tonces hice girar la cabeza hacia el lado de mamá, que permanecía lejana y seria, mirando
hacia otro lugar de la habitación. Como los pies no me llegan hasta el suelo sino que quedan
suspendidos en el aire, a una cuarta del piso, coloqué las manos debajo de los muslos,
apoyadas las palmas contra el asiento, y empecé a balancear las piernas, sin pensar en nada,
hasta cuando recordé que mamá me había dicho: «Tienes que estar muy juicioso en el entierro
del doctor.» Entonces sentí algo frío a mis espaldas, volví a mirar y no vi sino la pared de
madera seca y agrietada. Pero fue como si alguien me hubiera dicho desde la pared: «No
muevas las piernas, que el hombre que está en la cama es el doctor y está muerto.» Y cuando
miré hacia la cama, ya no lo vi como antes. Ya no lo vi acostado sino muerto.
Desde entonces, por mucho que me esfuerce por no mirarlo, siento como si alguien me su-
jetara la cara hacia ese lado. Y aunque haga esfuerzos por mirar hacia otros lugares de la ha-
bitación, lo veo de todos modos, en cualquier parte, con los ojos desorbitados y la cara verde
muerta en la oscuridad.
No sé por qué no ha venido nadie al entierro. Hemos venido mi abuelo, mamá y los cuatro
guajiros que trabajan para mi abuelo. Los hombres han traído una bolsa de cal y la han vaciado
dentro del ataúd. Si mi madre no estuviera extraña y distraída, le preguntaría por qué hacen
eso. No entiendo por qué tienen que hechar cal dentro de la caja. Cuando la bolsa quedó vacia,
uno de los hombres la sacudió sobre el ataúd y todavía cayeron unas últimas virutas, más
parecidas al aserrín que a la cal. Han levantado al muerto por los hombros y los pies. Tiene un
pantalón ordinario, sujeto a la cintura por una correa ancha y negra, y una camisa gris. Sólo
tiene puesto el zapato izquierdo. Está, como dice
Ada, con un pie rey y el otro esclavo. El
zapato derecho está tirado a un extremo de la
cama. En el lecho parecía como si el muerto
estuviera con dificultad. En el ataúd parece más cómodo, más tranquilo, y el rostro que era el
de un hombre vivo y despierto después de una pelea, ha adquirido una vuelta reposada y
segura. El perfil se vuelve suave; y es .orno si allí, en la caja, se sintiera ya en el lugar que le
corresponde como muerto. Mi abuelo ha estado moviéndose en la habitación. Ha cogido
algunos objetos y los
...