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La Piel Del Verano


Enviado por   •  30 de Enero de 2013  •  369 Palabras (2 Páginas)  •  583 Visitas

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La piel del verano

Los estibadores habían dejado el trabajo para comer; en las sombras de las bodegas de los veleros tomaban ensalada y vino fresco. El andén del muelle olía a especias, a amoníaco y petróleo. Un hombre, sentado, pescaba desde la punta del espigón. La dala del barco de línea vertía un chorro manso, y su rumor de fuente transponía el embarcadero a plazuela. En los bordes de la chimenea se disolvía lentamente el humo de los fuegos de a bordo. La brisa estaba aún lejana en la alta mar vacía. Cardúmenes, por tamaños, daban nervadura a las aguas; aceraban, sombreaban, verdecían. Balsas de aceite se irisaban en torno de los machones. Estaba roñada y aparentemente quebradiza la escalerilla de hierro, que se perdía en una neblina vegetal. Entre las matas de moluscos y las alguillas algo se entreabría u oscilaba. El cielo azul apresaba en su campana la ciudad blanca, el agua negra-azul-verde-negra, y el relámpago dorado, a veces violeta, de los mondos montes, cicatrizados de torrenteras.

De la terraza del café, de su vitrina de sombra, una mujer brotó al resplandor. Sus líneas se perdieron y sólo fue una bandera de verano, azul y blanca, que avanzaba a lo largo del muelle hasta el extremo del espigón. Rafael estaba apoyado en un montón de sacos y se quemó los dedos al encender un cigarrillo, porque apenas veía la llama del fósforo.

La mujer llegó al borde del espigón; luego se acercó al pescador, que se encogió refugiándose en la sombra que su cuerpo le prestaba. El pescador tiró del aparejo y brilló en el aire un pececillo. La mujer se apartó contemplando la agonía a sus pies, miró las ondas breves de la sacada y se volvió con prisa.

- Es necesario encontrar quien nos preste - dijo Rafael.

«Mis cincuenta últimas pesetas no me las voy a gastar con este tipo.»

Una voz, opacada de sueño, llegó desde el otro lado de los sacos:

- Ya no fían en casa Mañanet; ya no fían en casa de nadie.

- Por eso.

Apareció una cabeza joven y morena. Sus ojos miraron un instante a Rafael y después persiguieron la figura de la mujer que entraba en la delicia de la sombra de la terraza.

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