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La Pluma del ensayista- Desde el circulo de Oscar Cerruto


Enviado por   •  17 de Enero de 2018  •  Ensayo  •  1.970 Palabras (8 Páginas)  •  391 Visitas

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La Pluma del ensayista.

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Eduar de Jesús  Barbosa Caldera.

El tiempo tiene el alma cíclica, desde un cuento de Cerruto.    

 Ya desde los preceptos bíblicos  se había estipulado que “polvo eres y en polvo te convertirás” cíclico si se puede decir,  la partida hacia el camino de la vida. Es decir, nacemos, emprendemos el viaje  y luego  movidos por fuerzas que se tejen  en las  profundidades de los destinos humanos, una estación para ejecutar algún hecho, y de manera análoga, como Odiseo en su protagonismo inicia su viaje y debe pernoctar en corazones enamorados, pero inciertos,  y en esencia,   su regreso  al mismo sitio: su Ítaca amada, así le sucede a todos los seres humanos. En ese sentido la misión parece ser el eje fundamental sobre el que gira este ser itinerante, que en ningún caso difiere de nuestro héroe, puesto que sabemos,  que la travesía  tiene un regreso seguro. Sin embargo, para ello, miraremos  los avatares del destino y las estaciones que hace el hombre, esto nos podría garantizar un análisis minucioso de una historia de la vida.

En el   círculo, de Óscar Cerruto,  la primera carrera es lo esclavizante, hipótesis que figura inadmisible, de hecho, la historia no puede estar contada, porque en realidad esta  naturaleza el hombre la repele. En principio la intención de Vicente está afincada sobre este propósito, que a su juicio, es de requerimiento inapelable y que  se ratifica en que “la turbulencia es un opio, a veces, que paraliza el ánimo y lo encoge” que obedece al hecho de que su mujer – así se percibe –  le garantizaba una sarta de recriminaciones e insultos, que iban al parecer desde su poca consideración hasta la falta de lealtad. Reclamos que fueron llevando a este hombre hasta el fastidio, atiborrado de culpabilidades que ella le hacía ver, maternal si se puede decir, roles que ha asumido la mujer de hoy, llevándolo a precisar tras cada reprimenda una asfixia interminable. Una mujer que le recuerda a su madre  porque entre consejo y consejo subyace una alienación disfrazada, en términos más castizos, una dominación consentida, casera, de faldas, por “amor”, con el argumento de que es por seguridad, por eso debe llegar temprano a casa, los contratiempos y las amistades no importan, de hecho ella debe ser lo uno y lo otro. Aspecto  que ningún  hombre será capaz de soportar. Pero estos, en la realidad del relato, desaparecen porque ella ha traspasado la línea del tiempo y de la espera; de tal suerte que, el espectro “vivo aún” no hará reclamos, y  entonces,  será su conciencia quien lo recrimine duramente, en una introspección lacerantes, sin atenuantes bélicos; pero sí,  la juez implacable de sus actos. Ya no será por siempre el caso patético de  la escena de celos y reclamos se convierten ahora en una mezcolanza retrospectiva que lo llevará a los mórbidos linderos donde se nutre la conciencia humana, la sensibilización más pura, el llanto interior que asume con gallardía  y sin lágrimas; no obstante, no deja de ser abrumador porque ha  traicionado la filosofía de la vida  en pareja, sobre todo cuando empacó escapando no se sabe de qué y regresando sí sabiendo el porqué.

Ahora,  si pisamos los senderos de la otra vida no vendrían al caso   los momentos en los cuales la mujer exige sus derechos últimamente adquiridos; no por ley, sino más bien desde el espacio de su lucha denodada, codeándose en el estatus hogareño, hombre y mujer en el mismo plano y a la misma altura.  Dios prometió después de la muerte un tiempo de paz y no era  oportuno infringir el mandato señalado por la divina providencia.

Pero él no ha percibido el círculo, apenas su  travesía es de ida,  está envuelto en el mito de Odiseo, lo cíclico, salir de la casa pisar las bases y regresar a Ítaca  - el béisbol replica esta metáfora - . Ella  ha regresado, en esencia ella vive primero que él las conclusiones planteadas en el libro y en la vida misma “Somos prisioneros del círculo. Uno cree haberse evadido del tenaz  acero y camina, suelto al fin, un poco extraño en su albedrío, y siente que lo hace como en el aire. Le falta un asidero, el suelo de todos los días. Y el asidero es de nuevo, la clausura”. Podemos rezongar todo lo que queramos, y por supuesto, es una circunferencia, una esfera,  el escenario donde nos movemos, sueltos de madrina en el tiempo, no obstante presa del tiempo. Ratificado entonces cuando ella pronuncia que no existe el tiempo, ya sus movimientos son sempiternos, perennes, imperecederos. A la luz, obviamente, del dispositivo humano del tiempo “el reloj”, para qué asirlo, para qué obedecerle, ella está fuera de la línea del tiempo, se zafó al fin de esa cárcel, de ese mito de los tiempos modernos y de los afanes interminables. “No le interesa recordar que el tiempo es una realidad”. Inevitable, ella tiene su propia realidad y la expone y, en consecuencia atemporal, sin vicios, sin testigos y si los hay, son inconexos o por lo menos la negación de éste “Para mí ya no existe el tiempo”, aquí se muestra, reiteramos,  lo desprendida que está ella de esta clausura y lo apegado que está él del tiempo terrenal,  porque el tiempo lo borra todo; él borrará su reclamos, ella le perdonará su fuga.

En consecuencia, las nebulosas de las  cortinas de los años marcan el hito de su persecución, que se van enhebrando sin que te des cuenta, sólo las grietas en tu piel, las dolencias y la muerte lo evidencian, un tiempo concluido. Precisemos entonces, que  la muerte se eterniza en el tiempo, quizás sean cómplices. “el pacto está sellado, vete. Y la soledad es la compañía grata que le confiesa a ambos  sus verdades.

Entrando al plano en el que el autor pretende hacer verosímil su historia, nos muestra una pareja en crisis como nos hemos acostumbrado a ver, que en términos de Ramón de zubiría,  sería una simple alianza de quita y pon, con una nueva fórmula de relación, la de “estado libre asociado” a la manera de Puerto Rico. 

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