La cosa en la ventana
Enviado por • 22 de Agosto de 2014 • 2.335 Palabras (10 Páginas) • 210 Visitas
La cosa en la ventana
Era sábado: el día en que sus padres salían de casa por la noche.
—¿Adónde van hoy? —quiso saber Antón por la tarde, cuando su madre se estaba poniendo los tubos en el baño.
—Ah —dijo la madre—, primero vamos a cenar y luego, quizás, a bailar.
—¿Cómo quizás? —preguntó Antón.
—No lo sabemos todavía —dijo la madre—. ¿Acaso es tan importante para ti?
—Nooo —gruñó Antón. Prefería no confesar que quería ver la película policiaca que empezaba a las once. Pero su madre ya había sospechado.
—Antón —dijo, volviéndose de tal manera que podía mirarle fijamente a los ojos—, no querrás, por casualidad, ver la televisión...
—Pero, mamá —exclamó Antón—, ¿cómo se te puede ocurrir eso?
Afortunadamente, su madre había vuelto a la tarea de rizarse el pelo, de modo que ya no podía ver cómo el rostro de Antón se ponía colorado.
—Quizá vayamos también al cine —dijo ella—. En todo caso, no volveremos antes de medianoche.
Se había hecho de noche y Antón estaba solo en casa. Estaba en pijama, sentado en la cama; se había subido el cobertor hasta la barbilla y leía La verdad sobre Frankenstein. La historia tenía lugar en una feria anual. Un hombre con un abrigo negro ondeante acababa de salir a escena para anunciar la aparición del monstruo. Entonces sonó el despertador. Molesto, Antón levantó la vista de su libro. ¡Oh! ¡Ya casi las once, quedaba el tiempo justo para encender la televisión!
Antón saltó de la cama y apretó el encendido en el control remoto. Entonces volvió a arrellanarse en su cobertor y esperó a que, lentamente, apareciera la imagen. Pero aún pasaban el programa deportivo. La habitación estaba bastante lóbrega y sombría. King—Kong, en el póster de la pared, hacía una mueca horrenda que iba bien con el estado de ánimo de Antón: se sentía salvaje y abandonado como el único superviviente de una catástrofe marítima, náufrago en una isla del sur habitada por caníbales. Y la cama era su madriguera, suave y cálida, y si quería podía esconderse en ella y no dejarse ver. Había un montón de víveres delante de la entrada de la cueva; sólo faltaba el agua de fuego. Antón pensó, anheloso, en la botella de jugo de manzana que había en el refrigerador, ¡pero hasta allí había un largo camino a través del oscuro pasillo! ¿Debería regresar nadando al barco, pasando al lado de los tiburones sedientos de sangre que sólo esperaban sus víctimas? ¡¡Brrr!! Pero ¿no morían los náufragos mucho más por la sed que por el hambre?
Por tanto, se puso en camino. ¡Odiaba el pasillo, con la lámpara eternamente rota que nadie reparaba! ¡Odiaba los abrigos que se balanceaban en el ropero y que parecían ahogados! Y ahora le daba miedo incluso la liebre disecada del cuarto de trabajo de su madre, a pesar de que otras veces a él le gustara tanto asustar con ella a otros niños.
Finalmente había llegado a la cocina. Sacó del refrigerador la botella de jugo de manzana y cortó una gruesa rebanada de queso. Mientras hacía esto, escuchaba para ver si había comenzado la película policiaca. Oyó una voz de mujer. Probablemente la locutora que anunciaba el comienzo de la película. Antón se sujetó la botella bajo el brazo y echó a correr.
Pero no llegó lejos, pues ya en el pasillo advirtió de repente que había algo que no iba bien. Permaneció parado y escuchó atentamente... y de repente supo lo que era: ¡ya no oía la voz de la televisión! Eso sólo podía significar una cosa: ¡alguien debía de haberse colado en su habitación y había apagado la televisión! Antón notó cómo el corazón le daba un salto y después le latía como loco. Y desde el estómago le subía hacia arriba un extraño hormigueo que se le quedaba en la garganta. Ante él surgieron imágenes horrorosas: ¡imágenes de hombres con medias en la cabeza, con cuchillos y pistolas, que se introducían de noche en casas abandonadas para saquearlas y que tiraban al suelo lo que se interponía en su camino! La ventana de la habitación estaba abierta, recordó Antón. El ladrón podía, pues, haber trepado desde el balcón de los vecinos.
De repente se oyó un ruido: la botella de jugo de manzana se le había caído de la mano y rodó por el pasillo justo hasta la puerta de la habitación. Antón contuvo la respiración y esperó..., pero no pasó nada. ¿Acaso lo del ladrón eran sólo figuraciones? Pero entonces ¿por qué ya no funcionaba la televisión?
Levantó la botella y abrió cautelosamente la puerta de su habitación. Llegó hasta su nariz un curioso olor enrarecido y a moho como el del sótano, y así como si se hubiera quemado algo. ¿Vendría de la televisión? Rápidamente retiró el enchufe. Probablemente se habían quemado los cables.
Entonces Antón oyó un extraño crujido que parecía venir de la ventana. Y de pronto creyó ver detrás de las cortinas una sombra que se perfilaba en la clara luz de la luna. Muy lentamente, temblándole las rodillas, se aproximó de puntillas. El extraño olor se hizo más fuerte; olía como si alguien hubiera quemado una caja de cerillas entera. También el crujido se hizo más fuerte. De repente Antón se quedó parado como si hubiera echado raíces...: en el alféizar, delante de los visillos que flotaban con la corriente de aire, estaba sentado algo y lo miraba fijamente. Tenía un aspecto tan horrible que Antón pensó que iba a caerse muerto. Dos ojos pequeños e inyectados en sangre relampagueaban frente a él desde un rostro blanco como la cal; una cabellera peluda le colgaba en largos mechones hasta una sucia y negra capa. La gigantesca boca, roja como la sangre, se abría y cerraba, y los dientes, que eran extraordinariamente blancos y afilados como puñales, chocaban con un rechinar atroz. A Antón se le erizó el pelo y se le detuvo la sangre en las venas. ¡La cosa de la ventana era peor que King—Kong, peor que Frankenstein y peor que Drácula! ¡Era lo más espantoso que Antón había visto jamás!
A la cosa parecía divertirle ver temblar a Antón con un miedo de muerte, pues ahora hizo con su gigantesca boca una mueca horrorosa con el que dejó completamente al descubierto sus colmillos, agudos como agujas y muy salientes.
—¡Un vampiro! —gritó Antón.
Y la cosa contestó con una voz que parecía salir de las más lóbregas profundidades de la tierra:
—¡Sí, señor, un vampiro! —Y de un salto había entrado ya en la habitación, colocándose delante de la puerta—. ¿Tienes miedo? —preguntó.
...