Las Cruces Sobre el Agua
Enviado por climary • 2 de Julio de 2013 • Tutorial • 7.446 Palabras (30 Páginas) • 309 Visitas
"Las Cruces Sobre el Agua" es una novela que forma parte de la literatura revolución aria de nuestro país.
Por su contenido histórico y sociológico es una obra clásica de la bibliografía contemporánea. Gallegos Lara tenía 13 años de edad en los días en que se produce la matanza del proletariado guayaquileño.
El 15 de noviembre de 1922 es uno de los acontecimientos sociales más trascendentales de la vida política del Ecuador del presente siglo.
El desarrollo de la clase obrera en nuestro país se inicia poco después del triunfo del Liberalismo Revolucionario de 1895.
Entonces los trabajadores se organizan en Gremios y Sociedades, limitándose su acción al mutualismo y la beneficencia. Sólo después del Segundo
Congreso Obrero, realizado el 9 de Octubre de 1920, se fortalece la concepción de "clase obrera" y se inicia la lucha contra el mutualismo, formándose sindicatos en sustitución de gremios y sociedades.
Es éste el proletariado guayaquileño que aparece en la escena política de la historia social del Ecuador.
Las cruces sobre el agua es una novela urbana y sus personajes mantienen una relación distante aunque fuerte con el campo. Alfredo Baldeón, obrero, y Alfonso Cortes, artista de clase media son los protagonistas dentro del mosaico realista que es la totalidad de la obra, que sufren, aman, reflexiona, actúan conforme a supuestos estéticos que en momentos nos parecen cursis, sensibleros. Pero en otros ganan al lector con la tensión de un lenguaje terso salpicado de notas poéticas.
Resumen del libro
Alfredo Baldeón es hijo de Juan y de Victoria. Vive en una casa paupérrima del barrio del astillero de Guayaquil. A corta edad se enrola en el ejército para luchar en Esmeraldas.
Allí, además de aventuras militares, tiene sus primeras aventuras amorosas. Después de un año decide regresar a Guayaquil. En esa ciudad trabajará duramente tanto en un taller como en una panadería.
Se enamora de Leonor, una chica que vende cigarrillos en la calle, tras un corto viaje al Perú en compañía de su tío, decide regresar a Guayaquil, donde se casa con Leonor.
Los malos tratos que sufre en su trabajo y las continuas rebajas de las pagas, hacen que renuncie a la panadería y decida instalarse por su cuenta, se dedica a fabricar pan con un compañero que tiene un horno, y a venderlo en el centro de la ciudad.
Alfredo, Leonor y su madre viven en una casucha junto al basurero municipal. Mientras, Alonso Cortés que pertenece a la clase media baja y es desde pequeño íntimo amigo de Alfredo Baldeón. Intelectual por inclinación, intenta continuar sus estudios en la escuela Vicente Roca Fuerte, pero la difícil situación económica por la que atraviesa su familia se lo impide, y comienza a trabajar como tinterillo.
Posee habilidades musicales, se enamora de varias chicas, pero el amor de su vida es Violeta, la vecina de arriba de su casa.
El 15 de noviembre de 1922 es un suceso que parte al Ecuador entre lo que hasta entonces fue y lo que desde ese día comenzó a ser. Por ello la polémica se mantiene entre quienes no creen que ocurriera y quienes saben hasta qué punto es cierto; entre quienes intentan minimizar la importancia del suceso para la historia nacional y quienes hablan de aquella fecha como la del bautismo de sangre de la clase obrera ecuatoriana. El 15 de noviembre de 1922 es, por eso, realidad y leyenda.
Las crónicas de los periódicos de la época, los estudios y los testimonios posteriores y las referencias históricas así lo confirman. Diferencias de matices existen en cuanto a la magnitud del movimiento obrero y popular y en cuanto al alcance de la represión gubernamental, las protestas contra éste y al malestar que le siguió.
La inmensa mayoría de los historiadores nacionales coincide, sin embargo, en señalar una nítida y precisa división entre el Ecuador anterior a aquel 15 de noviembre, sin organización obrera ni expresión reivindicativa popular, y el Ecuador donde ya comienza a forjarse el movimiento sindical, obrero y campesino, cuyas luchas, frustraciones y conquistas corresponderá juzgar sólo cuando llegue el tiempo.
Leyenda porque traduce algo que es una constante histórica y social del país, una constante que a lo largo del siglo para los ecuatorianos ha sido y es sueño o pesadilla, pasión o indiferencia, pasado de gloria o imposible futuro, verdad de muerte o ficción importada En el 1900 el puerto marítimo de Guayaquil concentraba la mayor riqueza del país gracias al auge cacaotero mundial, uno de cuyos principales protagonistas como exportador en el Ecuador.
A Guayaquil se le llamaba la “Perla del Pacifico” y reunía una diversidad insólita de inmigrantes nacionales y extranjeros, que llegaron al puerto atraídos por el fascinante aroma del cacao el extraordinario progreso que, se decía, estaba trayendo la venta del producto en los grandes países capitalistas Los terratenientes cacao teros y sus familias vivían en París.
A la sombra de sus posesiones floreció en Guayaquil una burguesía comercial y financiera, que se entretenía en esperar anhelante al inmigrante español o italiano, vestir de seda y plumas, comprar pianos y ser espectadores de las modas artísticas importadas de Europa.
Entre tanto, los inmigrantes ecuatorianos, aquellos montubios e indios de costa y sierra, que llegaron a Guayaquil persiguiendo el mismo olor del cacao y se convirtieron en cargadores, estibadores, escogedores y secadores del grano, levantaron sus casuchas junto a las de los obreros de las primeras fábricas y las de los artesanos.
Las diferencias sociales que se establecieron de principio abrieron una brecha enorme entre quienes lo tenían todo y quienes todo lo soñaban. De pronto, las plagas diezmaron las grandes plantaciones de cacao. En el mercado internacional cayó bruscamente el precio del producto.
El gobierno defendió a los exportadores y a los banqueros, mediante sucesivas devaluaciones del sucre que afectaron gravemente a la clase media y, en especial, a los más pobres. Salario y trabajo se volvieron inciertos e insuficientes; los pocos que trabajaban cada día se sentían mal pagados o robados; las epidemias se cebaron en quienes carecían de los más elementales servicios y recursos.
Para 1921 la crisis se desbordaba. El cacao se acabó. La gente que antes se salvó de la peste moría ahora de hambre en las calles. Apenas veinte años después de la revolución liberal de 1895 (Eloy Alfaro, Plaza Gutiérrez, Lisardo García), el pueblo sintió que aquel liberalismo triunfante lo había traicionado.
Los nuevos gobiernos conservadores no comprendieron, ni calcularon ni canalizaron el descontento popular. En 1922 el incipiente
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