Literaturas europeas: siglo XIX
Enviado por Lizeth Daniela Varon Castano • 14 de Marzo de 2022 • Trabajo • 1.443 Palabras (6 Páginas) • 116 Visitas
Universidad Nacional de Colombia
Literaturas europeas: siglo XIX
Lizeth Daniela Varón Castaño
La espantapájaros
Ya me lo he repetido las suficientes veces para tenerlo claro. Aún estoy en este mundo del que he deseado irme tantas veces. Pero ya no tengo nada seguro, ni siquiera la muerte. No sé si estoy muerto o vivo. Estoy consciente de que he intentado muchas veces irme, tal vez lo haya logrado, pero lo más probable es que no. Toda la vida he sido el hombre más inseguro que conozco. Y tal vez ese sea mi problema más grande. Desde mi infancia me sumí en una inseguridad que, según yo, fue lo que me provocó tristeza por un largo tiempo, por lo menos un par de años. En la primaria nunca me sentí cómodo. En la secundaria pasé totalmente desapercibido y la secundaria pasó totalmente desapercibida para mí. Mi educación fue tan mala que cuando llegué a la universidad aún separaba sujeto de predicado por una coma. Y todavía lo sigo haciendo. Nunca fui lo suficientemente brillante para escribir tan siquiera una oración compleja con menos de dos errores.
Claro, podría justificarme en que la educación en el área rural, que fue en el ambiente que crecí, no es nada plausible. Pero estoy seguro que no habría mucha diferencia si me hubiese educado en uno de los mejores institutos de París, o tal vez sí. Pero pese a la mala educación, la pobreza de mi vereda y tantas cosas más… siento que es mi lugar. Siempre me ha gustado admirar los paisajes de la cordillera en el alba, sentir el rocío. Me ha gustado ver los atardeceres mientras arreo el ganado. Ganado que, desde los 7 años, mi madre me enseñó a mantener. Pero lo que más tengo presente de este lugar son los recuerdos de mi abuelo contando historias a mis hermanos y a mí. La mayoría de historias eran sobre sus experiencias, todas habían ocurrido en Betania, la vereda que ha visto nacer a toda mi familia. Algunas de estas historias eran sobre sus amoríos, aunque a mi abuela no le agradaban cuando las historias eran sobre este tema. Otras historias eran sobre brujas, otras sobre duendes, otras sobre anécdotas de cuando recogía café.
Pero hay una de estas historias que marcó mi vida para siempre. Primero empezó como una simple historia, pero después se convirtió en una experiencia tan real como que tengo dos pies. No sé si esa es la causa de mi inseguridad o de mi tristeza, solo sé que es una experiencia digna de contar. Una de las noches cotidianas en que mi abuelo se sentaba en la mecedora a fumarse un tabaco a la luz de la luna, mientras nos contaba historias, relató sobre las atrocidades de una mujer. Mis hermanos y yo éramos aún muy pequeños y a partir de esa noche la historia, que se convirtió en amenaza, se siguió repitiendo muchas veces. A modo de advertencia nos dijo que deberíamos hacer caso a esta historia, pues en caso de que no fuera así, habría grandes consecuencias para nosotros.
- He notado en los días anteriores sus platos de comida con sobras –dijo el abuelo- más les vale que se sigan comiendo todo lo que les sirvan.
Quedamos pensativos porque las historias del abuelo no solían empezar de esa manera, entonces le prestamos más atención que a una de sus historias cotidianas.
- Hasta ahora vi la necesidad de contarles esto… y es necesario que lo escuchen. A partir de ahora, en cada plato de comida que se les sirva, no va a sobrar ni un grano de arroz –dijo el abuelo- ¿saben qué pasará desde mañana si dejan sobras en el plato? Pues bueno… hay una mujer rondando la vereda, ella todo lo ve, todo lo sabe. De inmediato vendrá a esta casa y se comerá al niño malcriado que no se haya comido todo lo que está en el plato de comida. Así que ya saben, no le den el gusto, mugrosos. Si ustedes no comen, ella se los comerá a ustedes.
A partir de esa noche ninguno de mis hermanos dejó sobras en el plato, yo tampoco, pero esa mujer me generaba tanta curiosidad… quería saber por qué lo hacía, cómo lo hacía, qué aspecto tenía. En las noches dormía imaginando a aquella mujer. En mi mente veía un monstruo con cierta forma de mujer llegando a mi casa por las ventanas de la cocina con un costal al hombro lleno de restos de niños. Al paso de los días, el miedo no se alejaba de nosotros, los platos seguían sin ninguna sobra. Pero la curiosidad era cada vez mayor, además el abuelo había dicho que la mujer andaba rondando en la vereda, que todo lo veía y todo lo sabía. Entonces decidí hacer un interrogatorio a mi abuelo. Fui una tarde a su mecedora, allí estaba fumando, como de costumbre. Le pedí más información sobre aquella mujer, necesitaba saber el porqué de querer hacer tanto daño a los niños.
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