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"Luvina" De Juan Rulfo: La Imagen De La Desolación Miguel Díez R.*


Enviado por   •  8 de Julio de 2012  •  6.496 Palabras (26 Páginas)  •  1.359 Visitas

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Resumen: Este artículo expone en primer lugar y sucintamente las características generales de la obra literaria de Juan Rulfo. A continuación se realiza una introducción general de su libro de relatos El llano en llamas y finalmente se centra en el estudio del cuento titulado "Luvina". Los aspectos abordados en este estudio son los siguientes: La relación del cuento con la novela Pedro Páramo; el personaje narrador y el narratario; el lugar desde donde se cuenta y, más detenidamente, el análisis del pueblo que es el verdadero protagonista del relato y que le da título. Las características principales de ese lugar son la desolación, la tristeza y el viento que azota inmisericorde a los fantasmales habitantes que lo pueblan.

Palabras clave: Juan Rulfo, Luvina, narrativa mexicana contemporánea.

1. La obra literaria de Juan Rulfo

Los relatos de El llano en llamas (1953) y la novela Pedro Páramo (1955) son las únicas obras literarias del autor mexicano Juan Rulfo (1918-1986) que, sin llegar a las cuatrocientas páginas, fueron suficientes para que se convirtiera en un hito de la literatura contemporánea, al ser ambos títulos obras maestras en sus respectivos géneros. Esa es la explicación de la difusión y el éxito universal que han tenido estos dos títulos. Solamente un dato: a comienzos del siglo XXI las dos obras se habían traducido a más de 40 lenguas. No hay en ellas muestras de aprendizaje ni de titubeo, ambas son piezas tan magistrales que, seguramente, paralizaron a su autor como creador y lo redujeron a un casi completo silencio literario que duró hasta su muerte.

Esta breve, pero tan intensa creación narrativa, está poblada de campos áridos, paisajes desolados, clima abrasador, pueblos yermos y deshabitados, diálogos de muertos en el mundo fantasmal de un pueblo muerto, violencia y revolución, venganza y muerte; y, en fin, la degradación humana, el odio, la culpa y el fanatismo. El pesimismo y el fatalismo inundan toda la obra literaria de Rulfo sin que nadie pueda escapar del destino que les persigue despiadada e inexorablemente. Pero esta terrible y concreta realidad es trascendida al convertirse en profunda meditación sobre los grandes temas humanos universales: la muerte y la incomunicación, el dolor, la violencia y el destino y, en definitiva, la soledad del hombre y la desolación del mundo en el que ha sido arrojado. Como escribe Donald K. Gordon, la faz adversa de la naturaleza y las emociones humanas quedan tan bien retratadas que tienen validez donde quiera que vivan los desheredados de la tierra. [1]

Aunque Rulfo trataba temas mexicanos y presentaba situaciones sociales reconocibles para la mayoría, no eran exactamente narraciones tradicionales, del tipo que la novela de la Revolución Mexicana había popularizado. Esta es la gran novedad que traía su obra: el fin de la novela revolucionaria como crónica y con una posición o juicio histórico claramente establecidos... El autor da un giro decisivo a todas esas tradiciones literarias cuyos consabidos referentes eran la tierra, el campesino-víctima, el caciquismo feudal, la historia sangrienta de sus luchas, para someterlos a una inflexión universal, mítica y simbólica. La dolorosa historia reciente de México late en los libros de Rulfo, pero no hay una sola fecha en ellos, ni una mención a personas reales: todo ha sido profundamente ficcionalizado, gracias a técnicas narrativas que nunca antes habían sido aplicadas a esos asuntos. [2]

El estilo de desnuda sobriedad del autor mexicano se basa en el lenguaje popular de los campesinos de Jalisco; lenguaje parco y preciso, exacto y expresivo, hecho con frases cortas y pocos adjetivos, conocido y aprendido por Rulfo desde su infancia. Cuando, al comenzar a escribir, necesitó de una forma lingüística convincente y apropiada a los temas de sus cuentos y de su novela, la encontró en aquel lenguaje del pueblo. Pero fue mucho más allá de una calcada y exacta reproducción literal, porque, entendida la esencia del habla popular -su tono, la música fascinante lograda mediante pausas y continuas reiteraciones-, el narrador jalisciense le añadió o mejor la envolvió con su propia sensibilidad hasta conseguir el característico ritmo poético de su prosa, la plasticidad y el acercamiento sensorial a lo narrado: un lenguaje sugerente, recreado y elevado al más alto nivel literario, que no se corresponde con el realmente hablado, pero sin que nunca se pueda perder de vista su origen, su procedencia, y, por otra parte, vigorosamente opuesto al rebuscamiento y la redundancia barroca, característica de muchos escritores hispanoamericanos; pues como afirmaba García Márquez, la frondosidad retórica era el vicio más acentuado de la ficción latinoamericana.

Estaba familiarizado con esa región del país, donde había pasado la infancia, y tenía muy ahondadas esas situaciones. Pero no encontraba formas de expresarlas. Entonces, simplemente lo intenté hacer con el lenguaje que yo había oído de mi gente, de la gente de mi pueblo. Había hecho otros intentos -de tipo lingüístico- que habían fracasado porque me resultaban un poco académicas y más o menos falsos. Eran incomprensibles en el contexto del ambiente donde yo me había desarrollado. Entonces el sistema aplicado finalmente, primero en los cuentos, después en la novela, fue utilizar el lenguaje del pueblo, el lenguaje hablado que yo había oído de mis mayores, y que sigue vivo hasta hoy. [3]

Carlos Blanco Aguinaga declaraba en una reciente entrevista que lo que más le impactó en la lectura de Rulfo fue el “tono”, la intensidad de la contención verbal, la angustia, la desolación, la precisión, la hondura. El secreto de ese impacto residía en que uno como lector se daba cuenta que estaba ante una obra “perfecta” por la relación profunda de todos los elementos: lenguaje, temas, personajes, estructura, espacios y tiempos [4].

Después de publicar sus dos obras, Rulfo entró en una crisis emocional y en un silencio literario que se prolongó hasta su muerte. Nada más se conservaron algunos relatos sueltos y El gallo de oro (1980), que recoge los textos cinematográficos del autor. Se cuenta que en 1974 destruyó el original esbozado e inconcluso de una novela, La cordillera, en la que había trabajado infructuosamente durante más de una década. Ante la insistencia de sus amigos y fervorosos lectores para que escribiese más, siempre contestaba socarronamente lo mismo: Ya no puedo. Se murió mi tío, el que me contaba las historias; y ya en serio, argumentaba: Un escritor es un hombre como cualquier otro. Cuando cree que tiene algo que decir, lo dice. Si puede, lo escribe. Yo tenía algo que decir y lo dije; ahora no creo tener más que decir, entonces, sencillamente,

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