Miedo A Los Telegramas
Enviado por peregila • 7 de Octubre de 2013 • 814 Palabras (4 Páginas) • 674 Visitas
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El Miedo A Los Telegramas
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Enviado por: monzalvo 19 marzo 2013
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EL MIEDO A LOS TELEGRAMAS
Samuel Rovinsky
Mamá había llorado mucho la víspera del domingo. Mis hermanas parecían conocer la razón, pero yo no; y la verdad es que no tenían por qué comunicármela. En ese entonces, con mis seis años de edad, yo no contaba para las confidencias. Sin embargo, sospeché que las lágrimas de mamá tenían que ver con el telegrama que le había traído el cartero en la mañana. Cuando lo leyó, se fue corriendo al dormitorio con el papel apretado contra el pecho. Mis hermanas, que se encontraban haciendo sus tareas, se fueron tras ella. Pero yo no. Yo me quedé sentado, comiendo un par de huevos fritos con un enorme pan lleno de mantequilla y queso. No quería que se me enfriaran los huevos ni el humeante café con leche. Además, tenía miedo de saber lo que decía el telegrama. Un rato después, entré al dormitorio. Ahí estaba mamá llorando, y mis hermanas diciéndole muchas cosas para tratar de calmada. Papá estaba muy enfermo y lo traían en avión de Guanacaste. Mamá parecía inconsolable y yo no me atreví a pedirle permiso para irme con Luisillo a jugar chumicos en el Parque Central. Tuve que resignarme a mi habitual entretenimiento: ver la calle desde el portal. Estaba triste porque mamá estaba triste. Y más triste de no haber podido acudir a la cita con Luisillo. El mundo me pareció muy feo desde el portal. A mí me gustaba mucho hablar con don Paco, el policía que vigilaba el barrio desde la esquina de mi casa. Por eso, cuando lo vi llegar me olvidé de la tristeza y me fui a su lado. Don Paco me contó una de esas historias de ladrones que metían miedo; y me habría quedado con él quién sabe cuántas horas si mi hermana Rosa, la mayor, no hubiera venido por mí para que la acompañara a hacer las compras en la pulpería de Chico. En la tarde, tampoco me dieron permiso para ir al Moderno a ver el siguiente capítulo de Flash Gordon contra Mango, a pesar de que grité, revolcándome en el mosaico del zaguán como un desesperado. Mi hermana Gina me dio unas buen
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as cachetadas y yo fui a rumiar mi descontento en el techo de la cocina, junto a Pelusa, la gata vieja. Cuando fui a acostarme, vi que mamá había salido de su cuarto y ya no lloraba.
Entonces, me sentí muy feliz y corrí a abrazada. Ella me arropó y me dijo cosas bonitas.
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