Mio Cid Ensayo
Enviado por agumabepa • 29 de Julio de 2013 • 3.105 Palabras (13 Páginas) • 446 Visitas
Así llamado porque, en efecto, se compuso para ser cantado por juglares (v. MESTER DE JUGLARÍA), es la obra más antigua que se conserva de la literatura en lengua castellana. Ramón Menéndez Pidal sitúa la fecha de su composición en 1140, año aceptado hoy universalmente como el más probable de entre todos los que se han propuesto. Es, además, la única muestra de gran extensión y casi completa que se conserva en España del género épico juglaresco, de inspiración popular. En la única copia manuscrita que se conserva consta de 3.731 versos, aunque su extensión fue algo mayor, pues se han perdido tres hojas de dicho manuscrito, una de ellas la primera. La copia conservada data de 1307 y fue hecha por Pedro Abad, o Per Abbat, personaje del que no se tienen otras noticias ciertas. Algunos investigadores han aventurado la opinión de que se trataba realmente del autor de tal obra; hoy esta opinión es inaceptable y a Pedro Abad sólo se le puede considerar como uno de los copistas del primitivo Cantar compuesto más de 150 años antes.
Nada se sabe sobre el autor de esta obra. Menéndez Pidal se inclina a creer que se trata de un juglar que vivía en la región de Medinaceli (Soria) por el conocimiento que de la misma demuestra, al describir el itinerario que sigue el C. en sus andanzas. Últimamente parece abrirse paso la idea, también sugerida por Menéndez Pidal, de que el Cantar que ha llegado hasta nosotros sea en realidad obra de dos autores, de los cuales el segundo (hacia 1140) refundiría, ampliándolo, el trabajo del primero. No puede tampoco descartarse la opinión de que al menos uno de los autores fuese un clérigo, es decir, un hombre perfectamente familiarizado con la tradición cultural de su época, tanto en el aspecto poético como en el religioso.
1. Argumento. El Cantar que ha llegado hasta nosotros narra una parte de la vida y hazañas del histórico C. Campeador, noble guerrero castellano oriundo de la villa de Vivar, al N de Burgos, cuyos hechos de armas lo hicieron famoso durante los reinados de Sancho II de Castilla y de su hermano Alfonso VI de Castilla y León. A la edad' de 56 años aproXImadamente (1099) m. en Valencia, ciudad que había conquistado en 1094. Sus restos fueron trasladados tres años más tarde al monasterio de S. Pedro de Cardeña, donde su tumba fue objeto de popular veneración durante sucesivas generaciones, y donde la memoria de su vida y hazañas llegó a adquirir caracteres de verdadero culto de santidad. La obra, en su totalidad, se divide en tres partes, conocidas hoy con los nombres de Cantar del destierro, Cantar de las bodas y Cantar de la afrenta de Corpes.
2. Cantar del destierro. Acusado el C. de haberse quedado con parte de las parias o tributos que los reyezuelos moros de Andalucía pagaban a Alfonso VI, éste lo destierra, dándole nueve días de plazo para salir del reino. Los primeros versos del manuscrito de Per Abbat pintan de manera magistral el profundo dolor del héroe al abandonar su hogar y sus tierras de Vivar:
De los sus ojos tan fuertemientre llorando, tornaba la cabeza y estábalos mirando.
Vio puertas abiertas y puertas sin candados, perchas vacías sin pieles y sin mantos y sin halcones y sin azores mudados. (Versos 1-5). Nuevos rigores le aguardan en Burgos, camino del destierro. Los burgaleses no pueden darle albergue en su ciudad porque han recibido órdenes severísimas del rey. Sólo Martín Antolínez se arriesga a proveerle de lo más necesario. Tal es el desamparo del héroe que ha de valerse de un engaño para procurarse el dinero que le hace falta. Manda llenar de arena dos arcas y cubrirlas de lujosas pieles y clavos dorados. Martín Antolínez es el encargado de convencer a los judíos Raquel y Vidas para que concedan un préstamo al C. con la garantía del gran tesoro, que según les explica, contienen las arcas, y haciéndoles prometer que no las abrirán hasta pasado un año. Conseguido el préstamo de 600 marcos, cabalga hacia S. Pedro de Cardeña para despedirse de su mujer, Da Jimena, y de sus hijas, niñas todavía. El doloroso desgarre interior de esta despedida lo expresa el juglar por medio de una de sus imágenes poéticas mejor conseguidas: «Así se parten los unos de los otros, como la uña de la carne» (375).
El tiempo apremia, los nueve días de plazo están tocando a su fin y al Campeador le queda poco tiempo para cruzar la frontera de Castilla. Esta urgencia es uno de los elementos poéticos que más destaca a lo largo de toda esta primera parte. Ya en tierra de moros, comienzan las conquistas. Primero Castejón, luego Alcocer, donde es a su vez sitiado por los moros de Valencia. Éstos le cortan el agua y pronto comienza también a escasear el alimento entre los sitiados. Los de Mío Cid se impacientan por salir a batalla. Pero «el que en buen hora nació, firme se lo vedaba» (663). Al cabo de tres semanas reúne el C. a sus caballeros y les pide parecer. Le responde Minaya Alvar Fáñez, su lugarteniente, «un caballero de prestar»: «De Castilla la gentil salidos somos acá, / si con moros non lidiáramos, no nos darán del pan» (672-673). Se aprueba el sentir de Minaya. Al juglar no sólo le interesa desplegar ante sus oyentes el arrojo y la valentía del héroe, sino, además, mostrar su serenidad de ánimo ante el peligro, el dominio de sí mismo. En efecto, tal serenidad y dominio adquieren un realce poético especial al contrastar precisamente con la impaciencia belicosa de los demás castellanos. Después de derrotar a los sitiadores, envía a Minaya con el primer presente para el rey Alfonso: 30 caballos enjaezados. El rey los acepta, pero no accede a la petición de gracia que Minaya le hace: «Mucho es temprano, responde el rey, de un desterrado, que de señor non ha gracia, / para acogerlo al cabo de unas semanas» (881-883). Entre tanto, el C. continúa sus victoriosas campañas hasta conseguir que Zaragoza le pague tributo. Lucha también con el conde de Barcelona, a quien generosamente pone en libertad al cabo de tres días.
3. Cantar de las bodas. Tres hechos fundamentales se narran en esta segunda parte: la conquista de Valencia, la reconciliación con el rey Alfonso y las bodas de sus hijas con los infantes de Carrión. En la conquista de Valencia adquiere especial relieve la manera en que el juglar nos pinta, con profundo sentimiento de humanidad, el dolor de los moros sitiados en la gran ciudad:
De ninguna parte que sea no les venía pan; ni el padre encuentra consejo para el hijo, ni el hijo [para el padre, ni el amigo con el amigo se puede consolar.
Mala cuita es, señores, haber mengua de pan, a los hijos y mujeres verlos morir de hambre. (1175-1179)
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