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NAUFRAGIO DEL LENGUAJE


Enviado por   •  10 de Octubre de 2014  •  2.004 Palabras (9 Páginas)  •  223 Visitas

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El naufragio de la cultura: educación y curiosidad

Fabrizio Andreella fabrizio108@yahoo.com

Publicado: 10/02/2013 12:15

I

¿Qué quiere decir educación? La etimología sugiere la necesidad de salir de una condición deplorable gracias a la ayuda de alguien más. Ex ducere, sacar afuera, guiar afuera: así los latinos concebían el concepto detrás del verbo educar. El prefijo ex es fundamental para entender el sentido de la palabra, porque señala que la educación conlleva un recorrido hacia afuera de algo que está adentro. Este simple hecho indica que el acto de educar es una responsabilidad de quien la ofrece más de quien la recibe.

¿Y cuál es el estilo adecuado para educar? Es la conducta de la partera, nos dice uno de los máximos educadores de la historia, Sócrates. Hijo de una comadrona, Sócrates transforma el arte materno de hacer nacer bebés en el arte de hacer nacer al hombre sabio. Su método educativo es la mayéutica (maieutiké), o sea el arte de la obstetricia. Una obstetricia filosófica que, gracias a preguntas y razonamientos en diálogo, trata de extraer del discípulo su conocimiento personal, sepultado por las opiniones y convencimientos que ha asumido como suyos sin analizar su verdad. El conocimiento, según Sócrates, no se puede enseñar, sino que se ayuda a descubrirlo y desenterrarlo, porque es un estado o una condición del alma. Por eso, con la mayéutica, el maestro (la comadrona) trata simple y pacientemente de sacar afuera la verdad escondida (el bebé) del discípulo (la parturienta). La tarea del educador es entonces guiar el parto de la verdad del discípulo, que es verdad solamente porque es suya.

Que la enseñanza de Sócrates es remota no sólo temporalmente sino también ideológicamente es evidente: hoy en día no es posible desear una educación al estilo socrático, ya que estamos obligados a aprender a pensar con los conceptos y las formas que nos permiten ajustarnos al mundo que nos rodea. Un mundo por esencia conservador que, insistentemente, nos quiere funcionales para la sobrevivencia de sus estructuras fundamentales. De hecho, en la sociedad postmoderna, creatividad (o sea el descubrimiento de los elementos para una creación nueva y original) es una palabra mágica y un talento muy apreciado, y aún más, su expresión se fomenta en todo lo que tiene que ver con formas inocuas y productos redituables, pero es obstaculizada cuando elabora ideas y comportamientos sustanciales que puedan desestabilizar la estructura social. Las continuas alabanzas a la educación técnica y económica memorista, y la dificultad de la ya marginada educación humanística para salir de la erudición narcisista y proponer y afirmar ideas desafiantes, son la prueba de esta deriva u olvido de la educación entendida como mayéutica.

Hoy, educar no es sacar algo que hay adentro del discípulo, sino ponerle algo adentro, introducir en su mente las nociones y las formas de pensar que lo conformen a las necesidades del sistema socioeconómico.

Esta condición servil de los programas educativos ya sería suficiente para generar una reflexión seria y profunda entre políticos, administradores e intelectuales sobre el destino de una sociedad que no favorece la formación de individuos sino de funcionarios. Mas esa importante conquista moderna, que es la educación laica, obligatoria y gratuita para todos, se enfrenta hoy con otra autoridad formativa muy poderosa que ha florecido en particular en los últimos treinta años. Esta institución educativa ha logrado marginar la escuela y meter en sus pupitres a toda la población. Son los medios masivos, en particular la televisión y las redes sociales

II

A lo largo de la historia, los sujetos encargados de educar a las nuevas generaciones han sido los padres, los sabios, los gurús, los eclesiásticos, los filósofos y los preceptores. Ahora, los maestros son reemplazados por los programas televisivos y los sitios web. Esta aseveración aparentemente exagerada e inverosímil se sustenta en el simple hecho de que el único conocimiento que nos moldea y nos acompaña por mucho tiempo es el conocimiento que nos fascina. Por eso el maestro verdadero es quien sabe despertar y alimentar la pasión. El conocimiento se filtra en el alma solamente a través de la seducción, y hoy en día el adolescente encuentra al seductor de su intelecto más en las tardes frente a las pantallas que en las mañanas frente a las pizarras.

La seducción –los hombres y las mujeres instruidos en el arte del erotismo lo saben bien– es una manera refinada y lúdica de avivar la curiosidad. Es esa actitud del alma que permite al ser humano salir del reino de lo que ya conoce para zambullirse en las aguas de lo desconocido. Por milenios, la vanguardia de cualquier conquista, la bisabuela de invenciones, exploraciones y descubrimientos –sociales como íntimos– ha sido la curiosidad.

Educación, seducción, pasión, curiosidad: esta es la escalera del conocimiento. Mas en este descansillo de la curiosidad humana no hay solamente la entrada al departamento de la educación. Los medios masivos, que saben despertar la curiosidad, y saben apasionar, seducir y educar en una cierta forma de ver el mundo, tienen también su atractiva puerta en el descansillo de la curiosidad.

Por ende, la curiosidad es una disposición bicéfala: puede ser la balsa frágil y aventurera que nos lleva a los múltiples litorales del conocimiento, o el buque achispado que se empantana en las arenas movedizas del curioseo morboso e inútil.

Hasta la mitad del siglo pasado, los caminos de la educación habían trazado los retratos de las culturas, y en las mentes más abiertas habían fortalecido el valor inestimable de la curiosidad más noble y pura (incluyo en estas mentes también la de Donatien Alphonse François de Sade). Educación proporcionada en forma de instrucciones públicas o esotéricas, artes liberales o artes vulgares, reglas sociales o normas interiores... conocimientos que permiten al joven novato que asoma la cara por la puerta de la comunidad e instalarse en el mundo, concentrarse en lo que lo rodea, aventurarse en el descubrimiento de su identidad y contribuir al bienestar material y espiritual de la sociedad que lo ha criado.

Es claro entonces que la educación, concebida como suministro de nociones o como mayéutica que libera la verdad interior (per via di porre o per via di levare diría ese extraordinario autodidacta que fue Leonardo da Vinci), es un bien común que se transmite entre seres humanos. Esta transmisión es la esencia misma

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