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Narracion


Enviado por   •  15 de Agosto de 2013  •  1.653 Palabras (7 Páginas)  •  330 Visitas

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“El hombre en el espacio”

Por Joel Achenbach

Aún hoy parece increíble. ¡El hombre en la Luna! Al lado de ese titular, cualquier otra noticia sigue pareciéndonos trivial, provinciana. Desde aquel 20 de julio de 1969, los grandes acontecimientos nos han hablado, sobre todo, de guerras, escándalos, terrorismo y catástrofes. No obstante, honrosas excepciones, como la invención de internet o el desciframiento del genoma humano, nos pueden llevar a pensar que no nos hemos estancado del todo en estos últimos 40 años.

Nada ha superado el programa Apolo. Los viajes a la Luna fueron hazañas tan impactantes que hay gente que todavía hoy se niega a admitir que realmente ocurrieron. El proyecto Apolo requirió una excepcional combinación de creatividad tecnológica, coraje, genio administrativo, voluntad nacional (es decir, mucho dinero de los contribuyentes estadounidenses) y un sentido exquisito de la oportunidad política.

Como conocemos el desenlace de la historia, nos cuesta recordar lo atrevido que fue el proyecto lunar y cuánta incertidumbre y peligro entrañaba. A diferencia de los programas precedentes Mercury y Gemini, el Apolo iba a utilizar un enorme cohete nuevo, el Saturn V, que medía 110 metros de altura y llevaba a bordo más de 2 700 toneladas de oxígeno líquido inflamable y otros combustibles altamente explosivos. Cualquier persona sensata se habría mantenido a muchos kilómetros de distancia de la rampa de lanzamiento, pero tres astronautas iban a sentarse encima. Después, el artefacto se encendería y los astronautas (es imposible evitar aquí los signos de exclamación) ¡saldrían disparados del planeta, en dirección al espacio exterior!

Viajarían a otro mundo, un lugar sin atmósfera y tan alejado de la Tierra que nuestro planeta acabaría por convertirse en una canica azul tan pequeña que podría ocultarse con el dedo pulgar extendido. Después, de algún modo, tendrían que descender a la superficie lunar: en un mundo sin aire, los paracaídas no sirven.

Nadie sabía con certeza si la superficie de la Luna soportaría el peso de un astronauta, ni menos aún el de una nave espacial. Hubo quien afirmó que el módulo lunar (el pequeño vehículo con cohetes propulsores que descendería a la superficie) simplemente se hundiría en el suelo en cuanto alunizara, o que el polvo lunar ardería en llamas al entrar en contacto con el oxígeno del interior del módulo.

Los astronautas tenían que encontrar un lugar llano para posarse en la extensión cubierta de cráteres, porque si el módulo volcaba, ya no podrían volver. Lo más difícil de la misión no era llegar a la Luna, sino regresar. Había que despegar, acoplarse en órbita lunar con el módulo de mando y encender otra vez los motores para volver a la Tierra, en cuya atmósfera había que reingresar (más signos de exclamación) ¡a más de 11 kilómetros por segundo! La nave quedaría envuelta en una enorme bola de fuego y finalmente caería en paracaídas en medio del océano Pacífico, donde los astronautas esperaban que alguien tuviera la gentileza de ir a buscarlos.

En aquella época, los entusiastas de la exploración espacial veían en el viaje a la Luna la primera de una larga serie de audaces misiones fuera de la Tierra. Pero las predicciones a menudo son erróneas. Resultó que la llegada del hombre a la Luna no fue el inicio de una inexorable conquista del espacio. Marcó el final de una era. El Apolo 11 electrizó al público estadounidense y mundial, pero el Apolo 12, curiosamente, lo aburrió. El drama del Apolo 13, cuyo sonado fracaso pudo llevar a la NASA a su momento más álgido, contribuyó a recordarle que ir a la Luna no era tan sencillo como lanzar un búmeran. Incluso mientras Neil Armstrong y Buzz Aldrin caminaban por la Luna, el proyecto Apolo sufría recortes: ante las presiones de unos congresistas preocupados por el presupuesto, la NASA canceló varias misiones lunares que tenía preparadas. Llegamos, vimos, vencimos… y recortamos el presupuesto.

La era posApolo ha tenido sus momentos gloriosos, como cuando los astronautas a bordo del transbordador espacial repararon el Telescopio Espacial Hubble. Se han culminado grandes hazañas de la ingeniería, como la construcción de la Estación Espacial Internacional (ISS). Pero, de alguna manera, el objetivo primordial de la exploración se ha perdido en la maraña burocrática del programa espacial. El transbordador, cuya función oficial era convertir los vuelos espaciales en algo rutinario, resultó, por un lado, extemadamente ambicioso y arriesgado (dos tripulaciones perdieron la vida) y por otro, poco justificable desde el punto de vista político (el ciudadano medio se hartó).

En el momento de escribir estas líneas, ningún ser humano ha vuelto a ir más allá de la órbita terrestre baja desde la última misión a la Luna, en 1972. Europa, China y Japón disponen de sólidos programas espaciales. Empresarios multimillonarios esperan vender viajes espaciales, en un futuro próximo, a otros pocos millonarios, y el programa espacial civil de Estados Unidos tiene planes avanzados para regresar a la Luna y quizá para una misión tripulada a Marte. Pero cabe preguntarse cuándo y de dónde aparecerá el dinero para otra misión lunar,

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