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Ratero


Enviado por   •  17 de Junio de 2013  •  Informe  •  1.972 Palabras (8 Páginas)  •  268 Visitas

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Ratero

Ratero tenía el rostro amarillo, el labio inferior le temblaba como gelatina, con la mano derecha se echó el cabello que caía sobre su frente hacia atrás, bajó la cabeza hasta pegar su barbilla al pecho, sus párpados se bajaron hasta ocultar sus ojos café oscuro, su rostro adquirió una expresión de resignación, sus dedos entre ellos mismos se enredaban y se desenredaban con agitación. Y cuando menos se lo esperaba, ¡pas!, otro lamparazo en la boca del estómago, exhaló un ¡uuff! Lastimoso; su cuello se dobló colgándole la cabeza como gallina moribunda. Instantes después lo reanimaron con dos quedas bofetadas, nada más para que se pusiera al tiro. Lo cogió por la punta de los pelos de su copete, le zarandeó levemente la cabeza. Ratero entreabrió los ojos, le echó una mirada, así, como un borreguito a medio morir; la mirada era ¿una súplica? O ¿una interrogación? Por todo recibió una bofetada, que lo terminó de despabilar, y de nuevo le cayó la pregunta como ladrido de perro. ¿Quién te compra lo robado? Permaneció inmóvil, con los párpados entreabiertos, sus pupilas fijas, débilmente miraban a su verdugo con su implacable rostro: moreno de facciones de piedra, ojos de capulín, nariz de cotorro, labios de boxeador (o de borracho), dientes de defensa delantera de automóvil –de los años cuarenta– y el cabello lacio embadurnado de vaselina sólida, casi manteca. El “tira” volvió a mover los labios de boxeador, le escupió de nuevo la taladrante pregunta: ¿quién te compra lo robado? Ratero volvió a sentir el caliente, casi quemante, aliento del “tira”. Pero volvió a demostrar su terquedad digna de un irlandés, o de un indio rejego de fruta en las calles del centro de la ciudad. Mas por lo que se veía no contaba que ahí enfrente tenía a la ¡ley! Dispuesta a sacarle hasta el último nombre involucrado en la última jugada que había hecho en un departamento de la colonia Roma, en la calle de Jalapa. “El alarmota” se había ocupado de ellos en primera plana. (¡Chihuahuas!, pero cómo él iba a ser el “chiva”, ¡no! ¡cómo creen, no!, ni loco que estuviera, ellos son muy reatas y luego hacerles esta fregadera; pues este bato me la está poniendo dura, no suelta prenda, a güevo quiere que le suelte prenda; no, ni maíz, palomas).

El agente lo miró como con satisfacción, bajó el volumen de su voz y le dijo en tono fraternal, o tal vez paternal:

–¡Órale!, dime, si te encerramos, allá adentro te va a ir pior, me cai.

–¿Sabe qué?, vamos a hablar claro. (A mí las cuentas claras y chocolate caliente).

–Deso estoy pidiendo mi limosna. (Pendejo).

–¡Ya va!, ¿cuánto va a querer por soltarme? (A este me lo como).

–Ya sabes, una buena feria y que eches de carnaza al comprador de chueco. (Se quiere pasar de vivo).

–¿Pero qué?, al único que pasan a amolar, es a mí. (Qué chingón).

–No’mbre, cómo crees. (Ponte-buzo-porque te cruzo).

–“Noo’mbree, cómo crees”, eso cree, y la quemadota que me doy con usté, con los demás, no, ni chi, mejor deme tambo. (Qué pelada se la encontró este güey).

–Tú nomás dime quién es, y de lo demás yo me encargo, no van a saber ni quién fue. (¡Ora!, descuídate y te rompo toda tu madre).

El “tira” miró a través de la ventanilla. La calle estaba desierta. Miró de reojo de nuevo a Ratero, quien se limpiaba el sudor de las palmas de sus manos en su pantalón. El “tira” sonrió a la vez que se acercaba a ratero, y le dice:

–Caray, eres duro, pero de qué te sirve si de todos modos te vas ir un buen ratito a la chirona. (Sigue de aferrado y de mi cuenta corre, no sabes en la que estás).

–Pues sí – respondió Ratero, a la vez que seguía tallando las palmas de sus manos en el pantalón, en forma mustia –, ¿pero qué?, me aguanto como los buenos, y yo sé que mis amigos no me han de dejar morir solo. (Seguro ellos se parten la madre por mí como yo por ellos).

–Eso crees, pero el único amigo es un peso en la bolsa, me cai, no te creas tan vivo que de tan vivo te vayas a morir y ni un petate tengas para enterrarte. (Pregúntamelo a mí: amigos los perros, no se tiene amigos, se tienen compañeros; uno nunca sabe cuándo tiran por la espalda. Entre una víbora y un amigo, me quedo con la víbora; ésta de perdida sabes que te va a atacar).

–Tal vez, pero ahorita, ¡a morir por mis amigos! (Es verbo el cuatito este; no te dejes embrollar con tanto palabrerío, te quiere hacer dudar: tú nomás síguele la corriente). – y por toda respuesta, ¡pas!, otro lamparazo en plena boca del estómago y otro ¡uujff!. Del colorado había pasado al verde y del verde al blanco su rostro, en donde se veía

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