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Sicariato


Enviado por   •  12 de Febrero de 2012  •  510 Palabras (3 Páginas)  •  609 Visitas

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envejecidas calles de Medellín, otrora “meca” del narcotráfico, donde el inexorable paso del tiempo no ha borrado su centenario prestigio, una figura sigue vigente en este heterogéneo rincón antioqueño: el sicariato. El “prestigio” de los sicarios, cuya traducción literal es “asesinos pagados” se propaga por los rumbos de una ciudad que aunque se encamina a la modernidad no logra enterrar este fenómeno social.

Situado al noroeste del país, en la parte más septentrional de las cordilleras Central y Occidental, se ubica el departamento de Antioquia, cuya capital es Medellín, que esta bañada por la brisa que de lejos le llega al norte por el mar Caribe. Este departamento es muy rica: produce oro, café, plata y posee yacimientos de petróleo, carbón, hierro y productos agrícolas.

Esta riqueza, sin embargo, contrasta con un creciente nivel de jovenzuelos desempleados, que ganados por la droga transitan por la calle en busca inusuales clientes: personas que los contraten para asesinar a otro mundano.

El escritor y cineasta Fernando Vallejo define a Medellín, su ciudad natal, como la “capital del odio” y a Colombia como el país más criminal, pero de lo que más se asombra es que en Sabaneta, una localidad periférica, los muchachos de la barriada, los sicarios, vayan todos los martes a la iglesia a rogar, a pedir a implorar a la Vírgen María Auxiliadora, para que los bendiga en medio de este mundo.

Denominada la “Virgen de los Sicarios“, María Auxiliadora debe, según la creencia, perdonar a sus hijos y proveerlos de destreza y fortaleza para que no fallen en sus “trabajos”.

Juan Landázabal fue víctima del sicariato. El último día de su vida transcurrió muy cerca de Sabaneta, el enclave de los sicarios.

Tuvo la osadía de disputar un terreno a un cuñado antioqueño y allí echó a rodar su suerte; meses después moriría acribillado a balazos, con la cara al cielo y los brazos en cruz, como queriendo elevar una plegaria.

Juan fue una víctima más de los miles que se registran aquí y que mueren a manos de asesinos a sueldo que por 1,500 o 2,000 dólares, son contratadas por personas sin escrúpulos que quieren quitarse de un peso de encima o, simplemente, limpiarse de cualquier de enemigo.

Los niños-asesinos le encienden, en la Iglesia de Sabaneta, veladoras a la Vírgen a la que le piden que los bendiga, que les afine la puntería y que cuando disparen, les salga bien el negocio, reseña el escritor Fernando Vallejo.

Y, efectivamente, es común observar jovenzuelos con escapularios en el cuello, en los antebrazo y los tobillos. Nadie, sin embargo, se atreve, por temor de morir en el intento, a preguntar a estas almas de Dios qué significan todas esas cosas que se cuelgan en el cuerpo.

Cuentan aquí que el propio escritor peruano, nacionalizado hispano, Mario Vargas Llosa, el autor de “La Ciudad y los Perros”,

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